Cuerpo nuevo.

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Dos figuras se movían en el agua. La primera de cabello largo y complexión atlética, la segunda un poco más delgada pero musculosa por igual y con el cabello a los hombros, lacio, rubio. Ambos cuerpos nadan y jugaban en el agua. El de cabello a los hombros rodeaba la cintura del otro, y este luchaba por soltarse como si de un ataque de algún animal se tratara, aun así, este figura de cabello largo lo provocaba, empujándolo hacia los corales y huyendo después. Ambos subieron a la superficie y la luz del ocaso ilumino sus contornos; donde hacía unos años la altura del océano no les permitía estar, ahora les llegaba al pecho.

Sus brazos alcanzaban la fruta de los árboles con facilidad y destreza. Sus manos ataban más fuertemente la corteza cuando de mejorar el refugio se trataba. Incluso a la hora de hacer cosas delicadas, como prendas de ropa sus habilidades habían mejorado.

Sus cuerpos cambiaron. Sus estómagos se marcaron por la actividad física. Sus rostros maduraron. El cabello les creció. Su cuerpo denotó hombría y sus instintos salieron a flote. Mismos pasatiempos, mimas costumbres, mismos niños sólo que ahora ya no eran niños.

Tom medía ya 1.83 m. Su cuerpo había embarnecido porque él hacía las tareas físicas: cargaba cosas, lavaba cosas y arreglaba cosas. Su cabello había crecido hasta la cintura y él mismo lo trenzo para dar continuidad a sus rastas. Su rostro, aunque varonil aún tenía rasgos de la infancia pasada.

Bill medía un poco más que su hermano, 1.86. Su cuerpo aunque marcado, no se notaba tanto, porque lo suyo era la caza y la pesca, cosas que tenían más que ver con la agilidad de la persona que con su fuerza física. Su cabello creció, pero fue cortándolo hasta dejarlo por sus hombros, lo que era más cómodo. Sus rasgos ya no denotaban la infancia, eran rectos y afilados.

Finalmente, desde que cumplieron 13, habían pasado 5 años.

Ese día en especial Bill salió a nadar, pero no como diversión, sino con el propósito de buscar perlas pero ¿para qué?

Entró corriendo a la casa y subió al segundo piso, donde se encontraba Tom aún dormido. Apenas y se fijó en la delgada prenda que cubría de cintura para abajo a su hermano.

– Despierta Tom, hoy es navidad – exclamó emocionado.

– ¿Navidad? – Preguntó sin abrir los ojos – tú estás loco Bill.

– Vamos, estoy seguro de que anoche vino, hay huellas fuera de la casa.

– ¿Quién vino? – dijo sin tomarlo en serio, como cada año en que su hermano hacía algo distinto.

– ¡Santa Claus! Hay huellas de los renos y el trineo. Vamos a ver – tomó algunas de las rastas del otro y las halo con fuerza.

– ¡De acuerdo! Ya – accedió algo molesto. Se talló los ojos y siguió al menor, escaleras abajo, hasta la entrada y a una palmera cercana, donde la noche anterior habían dejado sus calcetines con la espera de recibir algo.

– ¿Ves ahora las huellas de los renos? – señaló la arena, claramente podían verse las pisadas de los grandes animales, ¡incluso las del trineo!

Tom abrió muy grandes los ojos, incrédulo y luego miró los calcetines.

– Mira los calcetines – le dijo a su gemelo – ¡Parece que hay algo adentro! – y corrió hacia ellos, ansioso de saber que era lo que les había traído.

Jamás, en los casi cinco años que llevaban viviendo ahí, Santa les había traído regalos. ¿Qué le habría hecho cambiar de opinión?

Rápidamente los descolgaron y vaciaron el contenido en sus manos. Cayeron un total de seis bolitas blancas de distintos tamaños, unas medianas, chicas y una grande.

– ¡Lo que siempre quise! – exclamó Bill emocionado y sonriendo.

– Y... ¿qué son? – Tom tenía cara de desconcierto, no entendía el entusiasmo del menor.

– ¿Cómo que qué son? ¡Son canicas! Esta es una Agatha – levantó una bolita – y esta es otra – levantó otra igual.

El mayor todavía mantenía la expresión de cuestionamiento, no se había emocionado mucho. Las miró y recordó porque no le había extasiado el primer regalo desde que estaban ahí. Ya las había visto.

– ¡Son perlas! – Exclamó indignado por el engaño – Tú lo hiciste todo, ¿pero cómo...? – señaló las huellas, que parecían reales hasta lo inverosímil.

Bill se dobló de risa y corrió detrás de los helechos. Volvió con dos ramas unidas a mitades de coco, lo que usó para formar las huellas. Se subió en los soportes y caminó, dejando más marcas a su paso.

– ¡Ya verás! – gritó el mayor, ligeramente ofendido con él por hacerle creer algo que no había sucedido, y se lanzó contra su hermano, derribándolo, haciendo que ambos cayeran sobre la arena riendo.

– Eres un tonto – miró la perlas en sus manos – pero gracias.

Bill mantuvo la sonrisa y luego preguntó

– ¿Por qué siempre peleamos?

– No lo sé... ¿por qué somos hermanos? – aventuró.

– Pues hagamos una promesa de año nuevo. Dejemos de pelear – propuso.

– No lo sé. Lo intentaré pero... – su expresión dejo ver que enfrentaba un lío interno – Es que todo el tiempo tengo esos extraños pensamientos – explicó evitando su mirada.

– ¿Pensamientos sobre qué?

– Son... pensamientos graciosos acerca de ti y de mí – puntualizó metiendo las perlas al calcetín de nuevo.

– Pues dime – incitó, acercándose.

– No puedo... ¿Dónde las encuentras? – se refirió a las perlas, tratando de desviar el tema.

– En el interior de las ostras – si su hermano no quería hablar del tema, él no lo obligaría.

– Quizás vaya por unas luego, gracias – sonrió y se inclinó sobre su gemelo para depositar un casto beso sobre sus labios, cosa que nunca antes había hecho.

Bill se quedó helado, creía recordar que ese tipo de gestos los hacían sus padres de vez en cuando y le extrañaba que Tom lo hubiera hecho. El mayor bajo la mirada sin decir nada, tal vez era mejor dejar las cosas así.

– Gracias – repitió y salió corriendo para el interior de la casa, sumamente avergonzado.

Cayó la noche y ellos se encontraban sentados frente a su "árbol de navidad", unas cuantas hojas de helecho adornadas por conchas, caracoles, bayas de colores y una estrella de mar en la cima. También estaban vestido de manera "elegante" para la ocasión, cubriéndose lo más posible y ataviados con collares y pulseras. Cantaban villancicos... o lo poco que recordaban.

– ¡Navidad, navidad, dulce navidad. Es un día...! – no los recordaban con claridad, cada año olvidaban otro poco más. – ¡La, la, la, la, laaa! – completó vagamente Tom utilizando solo la entonación de la canción. A lo que Bill sonrió, imitándolo y chocando su vaso (un pedazo de madera tallado) con el de su gemelo, olvidándose por el resto de la noche del beso.

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora