De peleas tontas y reconciliaciones.

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La "tregua" que ambos habían mantenido la noche anterior, no duró mucho, los problemas ya eran una costumbre entre ellos, y más por tonterías, como ver quién era un mejor pescador. Como esa mañana.

Fueron a pescar juntos en cuanto las primeras luces del sol se hicieron presentes sobre el horizonte, sin embargo, cada uno tenía su propio método de pesca

Bill, de pie, lanza en mano, mirando la superficie del agua, y brincando levemente de un lado a otro, como una especie de danza, en busca de un pez de buen tamaño.

Tom, por otro lado, se encontraba sentado en un pequeño charco (un área grande de ellos), donde, cuando subía la marea, se quedaban muchísimos peces atrapados, lo que se traducía en no hacer ningún esfuerzo. Desde ahí observaba a su hermano, con rostro de aburrimiento. Este movió la cabeza hacia los lados, y hundió la lanza en el agua, para sacar un gran pez retorciéndose.

– ¡Mira esto! – Señaló el pez en la cima – ¡soy el mejor pescador!

– Yo soy mucho mejor pescador – señaló el mayor mientras metía la mano tranquilamente y sacaba otro pez de mayor tamaño – mientras tu dependes de esa lanza, yo atrapo cuantos quiero – añadió con expresión engreída.

– Quizá tú consigues más... ¡pero es tu culpa! – Sacó al animal de la punta del arma y lo lanzó hacia el pequeñísimo montón que había a unos metros – Los peces se espantan con tu presencia – formó una sonrisa, riéndose de su propio chiste – Además, no se trata de cuantos atrapes, sino cómo lo haces... – trató de explicar alebrestadamente, luchando por ganar, pero solo consiguió que Tom se burlara de él.

Ese mismo día, por la tarde, una tormenta tomó lugar en la isla. Las hojas de las plantas goteaban, el viento soplaba y las copas de las palmeras se sacudían con violencia. Ellos, dentro de la casa, se encontraban a salvo, cómodos y calientitos.

Bill tocaba una canción infantil, la única que recordaba de su pasada infancia, con un instrumento parecido a una zampoña antara, pero hecha a mano por él, tocaba con ímpetu... a sabiendas de que a Tom esa canción lo irritaba más que otra cosa. Este último, ya cansado de pasearse por la choza con las manos en los oídos, decidió callarlo de una buena vez.

– ¡Ya basta! – gritó enfadado, pero su hermano lo ignoro simplemente – Por favor, ¿puedes callarte? – Pero Bill continuó tocándola – ¿¡Por qué tocas esa melodía si sabes que me fastidia!? – no importaba lo que le dijera, el menor pasaba de él.

Tom subió una ceja ¿era eso un reto? Muy bien, a eso podía jugar el también. Caminó por debajo de las escaleras y tomó una de las lanzas de su hermano, la más filosa y puntiaguda que encontró. Se situó debajo de él y subió la lanza, pinchándolo justamente entre las piernas.

– ¡¡Ay!! – Brincó y el instrumento salió volando por los aires para perderse en algún lugar por ahí dentro – ¿¡Qué te pasa!? – gritó y se asomó por las escaleras.

El mayor lo miró y con el ceño fruncido comenzó a imitarlo bailando y sacudiendo la cabeza, como cuando pescaba.

– Soy el mejor pescador – bajo su voz dos tonos e igualo totalmente la de su hermano – Asustas a los peces y no puedo atraparlos.

Bill abrió mucho los ojos, sosteniéndole la mirada al otro, que lo veía con enfado... y cierta diversión.

– ¡Ya verás! – gritó de repente y saltó de las escaleras para perseguir a su gemelo y hacerlo tragar sus palabras.

Tom gritó y salió corriendo lejos sin salir de la casa, el menor lo siguió y dieron varias vueltas por todo el terreno.

– ¡Te atraparé y me las pagaras! – aseguró Bill mientras su hermano salía hacia la playa.

El agua comenzó a mojarlos. Su cabello pronto se encontró escurriendo y las gotas de lluvia escurrieron a lo largo de sus cuerpos.

Bill alcanzó a Tom en su carrera y lo tiró al suelo riendo, lo tomó de ambos brazos y se subió sobre él.

– ¡Déjame, no puedo respirar! – Gritó el mayor entre carcajadas – ¡Me estas lastimando! Era sólo una broma.

– Te perdonaré si dices "Bill es el más inteligente"...

– ¡No lo haré! – interrumpió.

– ¡Dilo! – gritó a centímetros del rostro de su hermano.

– No Bill, no voy a decirlo.

– Dilo – anunció y sacudió al mayor de forma brusca.

– Bill es el más inteligente – cedió por fin entre risas.

– El mejor nadador – añadió.

– El mejor nadador – repitió, dócil.

– El más veloz corredor.

– El más veloz corredor – dijo con expresión ruda.

– El mejor en todo – resumió.

– Eres el mejor en todo Bill, pero ya bájate de mí – reía, a pesar de la humillación, reía.

– Y tienes razón – dijo engreídamente mientras se levantaba y se sacudía las manos con arrogancia. Dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la casa.

Mientras, Tom se levantó y gritó.

– ¡Espero que un día, sin darte cuenta, comas una de esas bayas! – lo dijo con furia. Machito sólo cuando su hermano se hallaba lejos, aunque en realidad, no lo decía en serio – ¡Para que no vuelvas a despertar jamás! ¡Jamás!

Bill lo ignoró y se metió a la cabaña para secarse.

Horas más tarde, cuando el crespúsculo llegaba, dejó de llover y la isla estaba en calma.

El mayor aprovechó la reciente tormenta para ir a nadar al océano, el cual era más tranquilo si no había peces que dieran vueltas alrededor de ti, obstaculizándote la mirada.

No fue lejos, el agua apenas le llegaba a los muslos y salpicaba por todo su cuerpo, pues esta vez, estaba desnudo. Bill lo observaba desde la entrada de la casa, de nuevo con esa fascinación presente, como si el que su hermano, con una sonrisa en su rostro, jugara con el agua, lanzándola hacia arriba, fuera lo más sorprendente que hubiera visto en su vida.

La espuma que se formaba, a la luz clara que atravesaba las nubes color lila, tomaba un tinte azul neón, dándole todavía más apariencia fantástica a la figura de Tom, a los ojos de su gemelo.

El corazón de este último se aceleró y comenzó a sentir cosquillas en la boca del estómago justo cuando el mayor decidió hundirse en el agua. Un suspiro hondo salió de su garganta y sonrió, para tomar de los bordes el chaleco improvisado que portaba y quitárselo, al igual que sus calzoncillos, quedando desnudo él también.

Tom nadaba despreocupadamente, totalmente relajado, mirando la luna desde el azul del mar, cuando a pocos metros de él, una figura un poco más alta se hundió en el líquido salino. Sonrió, desde hace un rato esperaba que Bill fuera a nadar con él.

La segunda silueta alcanzó a la primera rápidamente, sólo para estrecharla entre sus brazos con energía. La primera figura lo estrechó también y juntos, sin soltarse salieron a la superficie riendo, en busca de oxígeno. 

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora