Abismo.

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Tom estaba estupefacto, pero enojado. Camino con furia hasta su ropa y la recogió descuidadamente.

– ¡Me las pagarás Bill! ¡Te arrepentirás de haber hecho esto! – No había nada peor que una mujer despechada... o un hermano despechado.

Fue por la costa, buscando un lugar en donde refugiarse. Encontró una cuevilla, de apenas unos dos metros de profundidad, estaba cerca de la casa, a ciento cincuenta metros alejada de ésta. Más no tenía ningún techo, ninguna forma de protegerse. Bufando, se adentró en la selva y subió a una de las palmeras para tomar algunas de sus hojas más secas.

Ya de regreso a la costa, se sentó en la arena y se puso a tejer, como David les había mostrado. Dos horas después, con la frente sudada y cansado a más no poder, apenas tenía un pequeño cuadro que servía apenas para medio cubrir la entrada. Más no tenía nada mejor, y si quería comer, tenía que cazar algo ya.

Se levantó y se dispuso a pescar como él sabía, pero cuando llegó sólo vio a Bill sentado, y este le sonrió irónicamente. Sabía que no podría ir ya a pescar ahí y mejor se adentró de nuevo en la espesura.

No estaba por la labor de buscar nada para comer, no podía... no quería, se sentía mal, solo quería ir y acurrucarse ahí hasta la mañana siguiente.

Sin nada en el estómago, regreso a la caverna y se sentó abrazando sus piernas. Quería convencerse de que él no tenía la culpa de lo que había pasado... ¡No! No la tenía. Era Bill quién quería irse, quién no aceptaba el que ese era su hogar.

Mientras, Bill, dentro de la casa, comenzaba a arrepentirse de haber echado así a su gemelo. Pero al mismo tiempo estaba convencido de que él no tenía la culpa de lo que había pasado. Era Tom quién no quería volver a la sociedad, quién lo provocaba con sus besos y luego se negaba a llegar hasta el final (el cual no sabía precisamente qué era) y era quién la fastidiaba a cada rato con sus tonterías de niño pequeño.

No, ambos estaban convencidos de que el culpable era el otro, sin ver realmente que ambos tenían la culpa, sin abrir los ojos a la verdad. No lo harían, hasta que pasara algo que les ayudara a darse cuenta de lo que sentían.

...

Se llegó la tarde y con ella, una tormenta. Las palmeras se movían alebrestadamente a causa del fuerte viento, y la lluvia caía sin piedad.

Tom, acurrucado en la cavernilla, sólo podía tratar de hacerse pequeño, cuando el viento tiraba de su puerta, descubriendo por completo su refugio y mostrándolo de cara al viento y a la lluvia. Cuando finalmente la puerta cayó y las ráfagas empaparon al mayor en segundos, volvió la vista hacia la casa y miró a su hermano, cómodamente sentado en la "terraza" leyendo... y sonriendo sarcásticamente, cosa que hizo enfurecer a Tom.

Pasó la noche en vela, pero no porque no quisiera dormir, sino que, mojado y con frío ¿quién querría dormir?

A la mañana siguiente se levantó en cuanto salió el sol, antes de que el menor despertara, y pescó algunos peces. Tenía mucha hambre. Consiguió algunas ramas y yesca, con lo que hizo una pequeña fogata para cocinar a los marinos. Mientras, Bill salió por comida, no era difícil conseguirla. Pasó cerca de Tom, y le arrojó una cáscara de banana, del plátano que se comía hacía pocos segundos, como si fuera un perro al que alimentaba sólo por no dejarlo morir. La cáscara cayó e hizo un ruido sordo en la arena. Tom solo puedo fruncir el ceño con tristeza.

La vida siguió su curso, figurativamente por dos semanas.

Bill se entretenía arrojando piedras al mar con un palo, como si fuera béisbol. Tom se levantaba temprano a pescar su escasa comida, y juntaba flores tropicales para llevarle a Dios. Una vez que las dejaba sobre el altar, se hincaba y pedía que esa pelea con su hermano terminara.

Mientras el menor se bañaba en la cascada de donde bebían, el mayor tenía que sumergirse en el agua que utilizaba para lavar, y bañarse una y otra vez con casi la misma agua, pues debajo de las rocas había una salida, que permitía la salida de aquel líquido acumulado y la entrada de nuevo. Ahí, en esa pequeña lagunilla muchas veces se quedaban peces atrapados, los cuales entraban por la salida del agua y ya no podían salir. Ese era el caso de un pez piedra de agua dulce, el cual era un pez venenoso, podía causar el coma y se camuflageaba con las rocas del fondo.

Tom, confiado, se adentró en el agua hasta la cintura. Camino unos pocos pasos y de pronto, al colocar su pie sobre una roca, sintió un pinchazo que le caló hasta los huesos.

– ¡Diablos! – se quejó y miró el agua. Pudo ver al pez ahí abajo, moviéndose.

Soltando uno que otro quejido, fue brincando hacia la orilla, se sentó y se revisó la planta del pie. No tenía nada, pero le punzaba de una manera horrible, aunque no lo suficiente para invalidarlo.

Cojeando, regreso a su casa y se acostó sobre sus prendas, que tenía amontonadas. De pronto, ya no era el pie lo que le molestaba, era una fiebre creciente. Misma que no le permitía ver la realidad claramente. No podía respirar muy bien, como si siendo fumador, corriera de repente 1 kilómetro. No podía moverse más que unos centímetros, y si lo hacía, el pie, que había tomado una tonalidad rojiza, le punzaba horrores. Le dolía también el estómago, tenía nauseas. Se desvanecía cada un corto lapso de tiempo. Estaba muy mal, era como caer en un profundo abismo, del cual no era tan fácil salir... y parecía que nunca iba a hacerlo.

Bill ignoraba lo que había pasado, y sólo sabía que su hermano no salía de su casita, como él le decía desde hacía un día entero. No era que el preocupara... bueno sí, le preocupaba, mucho, pero aún no era hora de aceptarlo.

Salió y corrió hasta la caverna, silbando, para que por si su hermano estaba bien, se diera cuenta de que era feliz sin él, más cuando miró dentro, vio a su gemelo yacente sobre aquellas prendas arremolinadas. Estaba pálido, parecía un fantasma. También estaba un poco más delgado y apenas y podía abrir los ojos.

– ¿Qué te pasa? – preguntó, tratando de sonar indiferente.

– Bill... - alcanzó a susurrar sin abrir los ojos.

Fue entonces que el menor se asustó y se acercó rápidamente hacia su lecho.

– ¿Qué pasó? – se inclinó y tomó su mano.

– Pi... pisé a uno de esos peces... que parecen piedra.

El menor se quitó el chaleco que tenía encima y lo hizo una bola, para limpiar el sudor de la frente del mayor. Este suspiro, tranquilo por una vez en bastante tiempo y se desvaneció.

– No te duermas – dijo con voz afligida, dejando ver el miedo que lo atosigaba – Por favor – pidió – Por favor, ¡despierta!

Sin embargo Tom yacía inconsciente por completo, y sólo una cosa se le ocurría para hacer. Iría con Dios.

Con el pánico escritoen su cara lo tomó en brazos, la cabeza del mayor colgó por un lado, sin vida.No podía morir ¿verdad que no?

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora