Felices sueños.

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A la mañana siguiente.

Bill descansaba con la cabeza inclinada hacia atrás. Tom dormía apoyado en el hombro de su gemelo. David estaba sentado en uno de los extremos del barco, inspeccionando las bolitas rojas que había encontrado. Tomó varias entre sus dedos y después de mirarlas detenidamente, se las llevó a la boca. Las masticó rápidamente y retiró de sus labios los restos de ramitas y hojas que no deseaba. Las miró y luego las lanzó lejos al agua y se inclinó para ver cómo las ondas se las llevaban.

Tom despertó entonces y miró a su hijo llevarse más de aquellas cosas a la boca.

– ¡No David! – gritó desesperadamente, y luchó por salir de los brazos del otro, y levantarse. Bill se despertó y miró con desconcierto a su hermano, y luego al bebé, entonces comprendió – ¡No, por favor! – pidió desesperada, angustiada e inútilmente mientras se acercaba – ¡Escupe eso! – le gritó, tomándolo en brazos y abriendo su boca con los dedos.

– ¿¡De dónde saco eso!? – gritó Bill en el mismo estado.

– ¡Escupe eso, enseguida! – Tom miró dentro de la boca del pequeño, tratando de hacer que echara afuera todo –... Se las comió – anunció con los ojos anegados en lágrimas y miró al menor, que también tenía lágrimas en los ojos, pero reprimidas.

David se quedó mirándolos con curiosidad. Sus padres no dijeron nada.

Después de eso, Tom tomó en brazos al pequeño, y lo acunó contra su pecho, tratando de sonreír para que el niño no se preocupara. Se acurrucó de nuevo en el fondo del bote con David en brazos, y Bill se unió a él, para después pedir a su hijo, al que tomó y abrazó fuertemente mientras acariciaba su cabeza con suavidad.

Los minutos comenzaron a correr y después de un cuarto de hora, los efectos comenzaron a hacerse visibles, y fue lo más difícil que los gemelos hubieran podido ver a lo largo de su vida... a pesar de que estaban preparados para lo que iba a pasar.

El pequeño David comenzó a sollozar mientras se agarraba su panza en señal de dolor. Bill alzó la cabeza, que mantenía echada hacia atrás y lo miró. El niño derramó algunas lágrimas y extendió los brazos hacia Tom, pidiendo su atención. El de rastas lo tomó y volvió a sujetarlo con fuerza contra sí mismo. Pasó otro cuarto de hora. 

Bill se puso de pie y fue a sentarse donde estaba el cuenco con las esferas rojas. Comenzó a separarlas de las ramas, una por una, con cuidado y paciencia. Mientras, a sus pies, Tom mantenía al niño en sus brazos, pero le rogaba con desesperación.

– ¡No cierres los ojos, David! – gritaba – ¡Por favor, no te duermas! ¡Bill! – miró a su gemelo en el momento en que la cabeza del bebé se balanceó hacia atrás. El niño quedó inconsciente – ¡¡David!! – volvió a gritar y miró a Bill, quien, con el aura envuelta en pena le enseñó lo que llevaba en las manos.

Cuando abrió las palmas de su mano derecha, le mostró todas las bayas rojas del pedazo de planta que su hijo había subido al bote. El menor abrió la otra mano y vació tentativamente la mitad de las bayas. Luego miró al mayor... El mensaje estaba claro.

Tom lo miró por unos segundos, mientras las lágrimas caían sin parar por sus mejillas. Respiró profundamente y suspiró... Con todo el dolor de su corazón, extendió la mano y la colocó sobre una de las de Bill. Su mano temblaba, recia a tomar el contenido que ahí había. Bill volvió a mirar sus manos, invitándolo a que no dudara, diciéndole que ese era el único camino posible ya. Thomas volvió a inhalar profundamente mientras reunía fuerzas, y finalmente tomó las bayas que su hermano le ofrecía.

Ambos miraron sus propias manos, y rápidamente las llevaron a sus bocas para vaciar las muchas bolitas que sostenían. Las masticaron. Bill lloraba... Luego la tragaron, no sin esfuerzo. Bill cerró los ojos cuando lo hacía y suspiró después. Miró a Tom, y se acercó a él, para unir sus labios una última vez.

El mayor estrujó con fuerza el cabello lacio y largo de su hermano mientras se besaban; y el menor hundió los dedos entre las largas rastas rubias del otro. Ambos queriendo dar el alma en ese beso, que apenas duró unos segundos.

Cuando se separaron, con el rostro lleno de lágrimas, tomaron a David entre sus brazos, y se recostaron de nueva cuenta. Bill abrazó de la cintura a su amante y Tom acunó al bebé contra su pecho. Los gemelos se miraron profundamente.

– Te amo.

– Te amo...

Dijeron, y ambos cerraron los ojos con un último suspiro.

. . .

Sin embargo, a no menos de doscientos metros de donde se encontraba el bote. El barco que los hermanos habían visto el día anterior, aún seguía ahí, y, para su suerte, llevaban a alguien vigilando una vez más.

– ¡Señor! – gritó el hombre del día anterior – ¡Hay algo ahí, parece un bote!

El viejo se levantó de su silla, tomó el catalejo y miró por él. Allá, a lo lejos se encontraba el bote de los gemelos.

– ¿Hay alguien? – gritó, emocionado. A lo que le respondieron que no podía verse desde el barco – ¡Capitán, un bote a estribor!

Comenzó a escucharse "¡Bajen un bote!". Y el barco comenzó a acercarse al bote rápidamente. Aproximadamente a cien metros el barco se detuvo, y de él descendió un bote en el que se acercaban Gordon y otros dos hombres, uno de ellos remaba. No tuvo que esperar mucho. Cuando se acercó y pudo mirar de cerca, vio a los hombres que había divisado un día antes, en la orilla de la playa, y cubiertos de barro... En ellos, y ahora que podía observarlos a su antojo, reconocía a sus nietos, ahora convertidos en hombres. William tenía el bigote y la barba ligeramente crecidos. Su pelo era largo, rubio y lacio. Thomas, por su parte, también tenía la barba y el bigote visibles apenas. Aún conservaba sus rastas, delgadas y rubias. Tenían una de sus respectivas manos, unidas. La otra mano del menor tomaba a su hermano por la cintura, y la mano de este rodeaba al bebé, que supuso era hijo de alguno de los dos, y por tanto, su bisnieto.

– ¿Están muertos? – preguntó con voz tranquila, aunque embargada por la tristeza y la decepción.

– No señor, están dormidos – dijo el mismo hombre que los había avistado dos veces.


FIN

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora