Diferentes ojos.

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Veía esa foto de nuevo. Aquella en blanco y negro, donde podían observarse a dos personas casadas, pero distantes, como si fueran unos extraños. Bill, sentado en la arena disfrutaba del sol, ese era su "día libre", la tarde del día anterior Tom le había mentido acerca de su cuerpo, y eso él no lo iba a perdonar tan fácil. Durante la mañana no le dirigió la palabra más que para decirle que la cena la cazaba él, antes de tirarse sobre la arena a ver aquellas fotografías y comer bananas.

Tom jugueteaba en las lagunillas que se formaban en la orilla rocosa antes de tener que ir a pescar algo. Agarraba un pulpo diminuto entre sus dedos y lo volteaba con una sonrisa, a diferencia de su hermano, el prefería pensar que ya luego se le pasaría el enfado.

– ¡Hey! Tengo hambre, ¿harías el favor de hacer la cena? – le gritó Bill con desdén.

Tom frunció los labios sin levantar la mirada, no valía la pena enojarse. Sonrió al pulpito y lo dejo lentamente en el agua. Suspiró y se levantó, mirando a su hermano con ironía.

– Al menos podrías ayudar mientras, haciendo la fogata – le reprochó con las manos en la cintura.

– Nah, eso también te toca a ti – le dijo con indiferencia al tiempo de que mordía su plátano.

El mayor entre cerro los ojos, pero bufo y se fue, rindiéndose.

Ahora estaba allá a lo lejos en la bahía, de pie, ágil con la mirada cazadora escudriñando la superficie. Cuando vio algo ahí abajo moverse, con un movimiento rápido, atrapó al pez, que se retorció dentro de la canasta de tela donde fue arrojado por unos minutos hasta quedar inerte.

Bill lo veía con aburrimiento, quería ayudarle, pero no debía mostrarse débil con él, no debía saber que ya no estaba enojado, además, Tom se merecía el castigo. Observó a su gemelo caminar unos metros, hasta topar con la zona donde el mar regresaba a la normalidad, pues sólo ahí donde pescaban, se elevaba hasta un metro de la superficie, como si fuera una isla debajo del agua. Pero era sólo en un radio de algunos metros, porque luego regresaba a estar igual de hondo que siempre. Tom llegó a la orilla y brincó de cabeza, dejando que su estilizada figura se sumergiera limpiamente en el agua. Minutos después apareció ya cerca de la orilla, goteando por completo y con la bolsa de los peces en una mano.

El menor entreabrió la boca, fascinado con la silueta del otro ¿Por qué no la había visto antes? Era alto y delgado, pero sin perder su complexión aletica. Sus brazos eran fuertes y sus piernas también. Su torso era delgado y marcado. Todo eso resaltaba por las gotitas de agua que acariciaban su cuerpo entero. Tom se acercó corriendo, hacia lo que había dejado previamente para hacer la fogata, mientras que pasaba la mano por sus rastas que estaban recogidas en una especie de coleta improvisada. Bill tragó al verlo con detalle y tan de cerca.

– ¿Qué es lo que estas mirando? – preguntó el mayor.

– ¿¡Eh!? – la voz de su hermano lo había tomado por sorpresa, estaba tan concentrado viéndolo que no se percató de que este lo estaba observando – Este... tus músculos – confesó.

Tom frunció el ceño y miro su cuerpo.

– ¿Qué hay con ellos? – Más Bill no contestó – Ahora eres tú el que esta raro – sonrió con malicia, quería hacer sentir a su hermano culpable – Ahora déjame en paz – desvió la mirada hacia sus utensilios. Él también tenía un orgullo y no dejaría que Bill lo pisotease.

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora