Ley quebrantada.

493 52 16
                                    


Un nuevo día llegó, Bill, como siempre salió a pescar, mientras que Tom se quedaba dentro de casa, mimando a Durkas, el ave que tenían por mascota la cual había llegado un día de tormenta buscando refugio y no se fue ya nunca.

Durkas se entretenía pellizcando con suavidad la mano del hombre, pero de improviso salió volando en dirección a la selva. Normalmente Tom no lo seguía, pero quizá ya estaba destinado a seguir su vuelo, quizá no era pura coincidencia que ese día rompiera la ley.

Se internó en la selva, Bill solamente lo siguió con la mirada y sonrió, sin imaginar que después de un rato la sangre herviría en sus venas a causa de su hermano. No sabía por dónde iba, solo iba siguiendo al ave, que revoloteaba de árbol en árbol. Cruzó el riachuelo que venía de la cascada dónde bebían a diario y donde habían llegado sedientos la primera vez. Casi cinco minutos después de haber mojado sus piernas llegó a una bifurcación; por la izquierda ya había ido, muchas veces, en cambio por la derecha nunca ¿Por qué? Porque algo en su mente le decía que no debía ir por ahí, y su mente tenía razón, ese era el camino a tomar para ir al norte de la isla, pero Tom no lo sabía y simplemente siguió al pájaro.

Eventualmente llegó a la cima del risco donde se podía ver todo el horizonte, que era azul por donde se mirara. A sus pies un gran acantilado tenía su lugar, terminado en rocas filosas cubriéndose cada vez más de espuma cuando las olas azotaban contra ellas. No se quedó mucho tiempo, el ave le adelantaba por mucho, ya ni siquiera lograba verla, así que continuó.

No supo cuánto tiempo estuvo buscando la pista de Durkas, pero el sol cambio de sitio, sutil pero significativamente. Estaba por dejarlo, ya regresaría después, pero un árbol caído visiblemente intencional captó su atención puesto que bloqueaba el paso total a esa parte de la selva. No importó y paso por entre las ramas y llegó a dos pilares de roca cubiertos por arbustos, con adrenalina en el cuerpo se abrió camino, y lo vio...

En un espacio abierto donde era todo roca... ¡Había un rostro! ¡Un rostro humano!

Trago y con mucha cautela se acercó, sin quitarle la vista de encima hasta que estuvo frente a él. Era algo en su rostro... algo tenía que lo llevó a hincarse. Cuanto más lo miraba más se daba cuenta de aquel rostro de piedra no debía ser otro más que el de Dios. Miró hacia la parte baja del rostro y descubrió que ¡sangraba! Aquel líquido rojo corría entre los pedruscos, yendo a parar en un charco viscoso y negruzco, donde las moscas revoloteaban con su singular y molesto sonido. Sus ojos se abrieron a más no poder ¡aquella roca tenía vida! Eso lo asustó y salió corriendo rumbó a casa, ansiando los brazos de su gemelo para tranquilizarlo.

Jamás miró atrás mientras corría despavoridamente por la selva.

...

Mientras, en la costa, ajeno a todo, Bill bailoteaba como un chimpancé por todos lados al mismo tiempo de que se preguntaba dónde estaría su hermano. La respuesta le llegó casi de inmediato cuando escuchó al otro gritar su nombre a todo pulmón. Un segundo después salió corriendo de entre los matorrales y muy asustado se arrojó en sus brazos, golpe que casi lo derribó. Su gemelo temblaba y lo rodeo por completo para tranquilizarlo, sin pedirle explicaciones hasta que pasaron unos minutos.

– ¡Lo vi! – dijo separándose un poco y aún con expresión turbada.

– ¿Qué viste? – le respondió el menor sin quitar las manos de sus hombros.

– ¡Lo que David pensó que era el fantasma asesino! – explico sin medir sus palabras.

– ¿¡Fuiste al otro lado!? – la miel de sus ojos se endureció, frunció el ceño y bajo con rapidez las manos que calmaban a su gemelo.

– ¡David estaba equivocado! – Trató de enmendar al ver la reacción de su hermano – No es un fantasma asesino ¡es Dios!

– ¿Dios? – preguntó Bill aún más confundido. Se llevó una mano al mentón y dio unos pasos muy despacio, para pensar.

– Sí – dijo con más suavidad – parece que te mira todo el tiempo y a todos lados a la vez, además estaba sangrando – mientras explicaba, seguía con la vista al otro, ajustando la pose de su cuerpo cuando éste se movía – como Jesús...

Pero no importaba lo que dijera, Bill ya tenía un veredicto.

– ¡No puedo creer eso! – se volvió y encaro al otro.

– ¡Como Jesús! – recalcó este haciendo un ademán con la mano y expresión necia y terca.

– No quiero que vuelvas ahí ¿me entendiste, Tom? – Dijo severamente – Es la ley – fue su última palabra, no quería discutir más. Se volvió y trató de entrar en la casa, sin embargo su gemelo no se lo permitió.

– ¡Pero qué tal si no vamos a rezarle y se disgusta con nosotros!

– ¡He dicho que no! ¡No quiero saber nada más! – ahora sí, se volvió, pero en lugar de meterse en la choza, se fue por ahí.

Tom se quedó con las palabras en la boca y lágrimas en los ojos. Bajo la mirada y se mordió el labio. Esas lágrimas no eran de tristeza ni mucho menos de felicidad. Eran de coraje. Con un bufido se irguió y entró a la casa. 

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora