Atracción y negación.

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Ese mismo día, más tarde, el cielo se tornó gris, y densos nubarrones soltaron toda la lluvia que tenían dentro, obligando a los gemelos a convivir dentro de la casa.

Tom, con su clásico taparrabos improvisado, buscaba entre las maletas que aún conservaban alguna tela que pudiera servirle de sábana. Tomó una, decolorada por el paso del tiempo, pero gruesa; se tendió sobre el lecho que ya tenía preparado previamente y se cubrió con aquella tela buscando dormir para de esa manera ignorar a su hermano. No había dormido bien desde hacía algunos días, la situación con Bill cada vez parecía empeorar más, sin embargo, no tardó mucho en ponerse a soñar después de que cerró los ojos.

Mientras, Bill, que había estado observando desde el segundo piso, salió, tenía que buscar algo de comer para ambos, aunque fueran frutas.

El mayor, ya cómodamente en los brazos de Morfeo miraba a Bill en su mente, miraba sus ojos, los que le veían con expresión decidida mientras se llevaba a la boca aquellas bayas que David les prohibió comer. Su respiración se aceleró, no quería que su hermano se durmiera; estaba ahí, frente a él, viendo con pánico cómo comía esas cosas y sin embargo, por más que gritara, el menor no parecía escucharle. Trataba de extender sus manos y tomar las del otro para detenerlo, ¡pero no podía moverse! Sin que él lo sospechara, fuera de su sueño, gemía con desesperación, completamente envuelto en aquella pesadilla. El sueño cambió: ahora ya no veía a Bill, sino al Dios escondido entre las hojas, le hablaba, ¡le gritaba! Y por si fuera poco, sangraba, a chorros, ¡a mares! Como si esa sangre no fuera de él, sino de su hermano, Bill. En la casa, su cuerpo se retorcía, con una mueca de horror, sus manos se aferraban a las telas que hacían el papel de lecho, sudaba y jadeaba. El sueño volvió a cambiar, la sangre se había ido, pero ahora parecía que estuviera nadando ahí en la bahía. Había burbujas, muchas burbujas a su alrededor... pero él no las estaba provocando. Sólo cuando miró las burbujas desde una perspectiva diferente se percató de que no estaba solo, ahí a su lado estaba su gemelo, que pateaba con fuerza, buscando salir del agua, el oxígeno se escapaba de sus pulmones y no podía salir a la superficie ¡y él no podía ayudarlo! Solo le quedaba resignarse y ver sin poder hacer nada, cómo su hermano moría, lentamente. Sin que lo supiera siquiera, había pasado ya media hora, y el menor ya se encaminaba hacia casa. Pero Tom aún se sumía más en la locura cuando, en el clímax del sueño miró a Bill, ahí acostado en la arena, con los ojos fijos en ninguna parte, con la piel pálida. El deja-vu estuvo a punto de despertarlo, ya había visto eso, no en otro sueño, más bien en una época pasada de su vida. Sabía lo que vendría a continuación, pero aun así no estuvo preparado. De la boca de su gemelo asomo algo, primero las patas de textura acorazada, luego fue el cuerpo, grande y anguloso. Cayó al suelo haciendo un ruido sordo... el mismo cangrejo que había visto en el cuerpo de David cuando se quedaron solos. Nada impidió que un gritó saliera a todo pulmón de su garganta al mismo tiempo que despertaba y se sentaba ipso facto en el lecho.

Lo primero que supo es que estaba soñando, eso lo alivió un poco, lo segundo que advirtió fue que tenía frío, la sábana se pegaba a su cuerpo con el sudor y el viento crudo que entraba por la puerta abierta le causaban escalofríos que le subían desde la cadera hasta la nuca, y por último, creyó que su corazón volvió a latir cuando vio a Bill, de pie en la puerta, con una penca de plátanos en una mano y un pavo sin vida en la otra, pero mucho mejor, con un rostro de espanto y preocupación al ver al mayor gimiendo y gritando en sueños.

– ¿¡Qué pasa!? – preguntó con tono alarmado.

– ¡Bill! – le llamó con la voz cargada de alivio.

– ¿Qué pasa? – pregunto de nuevo, esta vez más calmado. Fue y se sentó junto a su hermano. Acarició su rostro y limpió las lágrimas que surcaban sus mejillas y que el mayor no había notado que tenía.

– ¡Tenía una pesadilla! – se explicó aferrándose fuertemente al hombro del otro.

– Ya pasó, no te preocupes – actuaba un tanto extraño, no era de aquellos que olvidaban fácilmente la falta de una persona querida y en ese momento lo único que hizo fue abrazarlo contra su pecho enérgicamente – Todo está bien.

– ¡Bill! – Exclamó de nuevo, aún con el trauma del sueño, y abrazó al otro por el cuello – ¡Prométeme que nunca me dejarás! – pidió peligrosamente cerca de los labios de su gemelo.

– Te lo prometo – juró y miró directamente a sus labios.

Apenas unos segundos pasaron tal como si fueran horas en silencio, pensando en qué debían hacer....

No importó ya nada cuando los labios del menor se impactaron con los del otro. Aunque torpemente, ambos siguieron el beso. Bill rozó con su lengua la boca de su gemelo y este dio luz verde para que comenzara la pelea por tener el control sobre el otro en cuanto al beso se trataba. El menor acarició el cuello del rastudo y subió con cuidado hasta enredarse en su cabello, sólo para tener más control y poder pegar más a Tom hacia sí mismo.

Sin saber bien qué era lo que estaban haciendo, ambos fueron recostándose sobre las sábanas. Por instinto, Tom abrió las piernas y dejó que Bill se acomodara dentro mientras acariciaba la espalda desnuda de este. Algo dentro de ambos se despertó: sus estómagos hacían cosquillas y solo podían pensar en continuar aquello. En un momento el menor se despegó de los labios del otro y bajo hasta su cuello, dejando un rastro por su piel y succionando el lóbulo al mismo tiempo que comenzaba a moverse sobre el cuerpo de su gemelo y este gemía suavemente.

– B... Bill – gimió su nombre en el oído de este, lo que despertó más su lívido.

Este jadeo quedamente con el corazón a todo galope y quiso dar un paso más. Tomó las piernas de su hermano y las abrió un poco más al colocarlas en su cintura, el mayor frunció el ceño con ese gesto, pero se dejó hacer... Entonces Bill tomó las orillas del "bóxer" de su hermano con la intención de deshacerse de el por completo. Hubieran podido continuar, pero no, no era esa noche que tenía que pasar, porque ese sólo gesto alertó a Tom, y llenó de pánico sus pupilas.

– ¡No! – con fuerza empujo a su gemelo lejos de sí.

Mientras, este se quedaba con cara de confusión.

Tom se levantó, enfadado, pero no con Bill, sino consigo mismo por dejar que llegara tan lejos. Tomó la sábana con la que había cubierto y corrió escaleras arriba para evitar la mirada del otro, una mirada confundida, decepcionada y más que nada, con el fuego de querer más.

...

Pasó la lluvia y llegó la noche. El mayor había condicionado su cama con una especie de mosquitero, una tela muy fina y que se transparentaba. En ese momento yacía dormido ahí, y Bill, a unos metros de distancia lo miraba, reflexionando y deseando estar a su lado durmiendo más que nunca.

No pudo contenerse más y con un nudo en la garganta se acercó lentamente y sin hacer ruido. Abrió el velo que cubría el lecho de su gemelo y extendió una mano para acariciar con delicadeza su hombro. Le deseaba de un modo que no sabía ni cómo explicar, quería abrazarlo, besarlo y que juntos descubrieran qué era aquello que habían estado a punto de hacer horas antes.

En un movimiento rápido Tom abrió los ojos y se volteó a mirar a Bill con expresión furiosa.

– ¿¡Qué estás haciendo Bill!? – Este no contestó – ¡Déjame en paz!

El menor regresó con cuidado el velo de nuevo a su lugar y se arrastró a la esquina más alejada de la habitación. Tom se cubrió por completo con la sábana y le dio la espalda, para volver a dormirse. Bill apoyó la cabeza contra los juncos de la pared y cerró los ojos, cansado mentalmente, y también se dejó ir. 

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora