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Tom despertó sobresaltado y vio que se habían alejado mucho de la orilla y lo hacían lo hacían más. Suspiró y tomó el otro remo para tratar de alcanzar el que flotaba sobre el agua. Podía saltar al agua y traerlo a nado, pero algo en su interior le decía que no debía dejar a David solo. Intentó varias veces traer el remo, pero la distancia era cada vez más grande.

– ¡Bill! – gritó con todas sus fuerzas – ¡Bill!

El menor dejó en el suelo la penca de plátanos y corrió a la orilla, donde pudo observar a su hermano debatiéndose por alcanzar el remo. Negó, burlándose del mayor y se lanzó rápidamente al agua.

No tardó en llegar y tomó el pedazo de madera. Se volvió hacia el bote y nadó hacia él. Tom, delante de él, puso una mueca de terror al mirar el agua detrás del menor.

– ¡Tiburón!

Bill miró a su espalda y vio la aleta que se acercaba velozmente hacia él. Su rostro se transformó por el miedo y comenzó a nadar lo más rápido que podía. Sin embargo, el remo le impedía sumergir por completo los brazos en el líquido, lo que le hizo finalmente, soltarlo.

Después de angustiosos segundos, Bill llegó al bote ¡pero el tiburón aún estaba tras él! Para alejarlo, Tom le aventó el remo que aún quedaba, el que le dio en la cabeza al animal, quien retrocedió de inmediato, pero no se alejó del bote.

El menor de los gemelos se puso de pie y contempló con miedo y sorpresa el tamaño del pez. Quedó impactado por unos segundos.

– ¡Tenemos que ir por los remos! – exclamó luego con angustia, se inclinó sobre la orilla y trató de impulsar el bote con los brazos.

El problema era que los remos flotaban por encima del animal.

– ¡Ayúdame Tom! ¡Nos estamos alejando!

El mayor se inclinó también y comenzó a manotear en el agua.

– ¡Vete! – gritó Bill al tiburón, con rabia. Mas el animal no se movió y siguió dando vueltas alrededor del bote.

– ¡Ya estamos muy lejos! – gritó Tom con la voz quebrada y se puso de pie, observando con pánico y con los ojos aguados cómo la isla se alejaba.

El menor siguió intentando por unos segundos, hasta que se percató que su gemelo se había dado por vencido.

– No puedo detenerlo – dijo en tono de disculpa y pena, con la mirada perdida.

Tom lo miró con lágrimas, y abrazó a David, que miraba a su padre, Bill, confundido, al ver que se sentaba y se cubría el rostro con las manos crispadas desesperadamente, mientras sollozaba.

Los gemelos se quedaron ahí, mirando cómo la corriente, lenta pero segura, se los llevaba. Y no dijeron nada, solo pudieron llorar algunas lágrimas porque solo un milagro los regresaría a casa.

El tiempo fue pasando, y Bill trataba de distraer a su hijo, abrazándolo, y jugando con sus manitas. El sol fue cambiando de lugar en el cielo, así como ellos, que pronto no eran más que un punto blanco en el ancho mar. El sol bajó y todo comenzó a oscurecerse.

– David, mira – le dijo Bill mientras le sentaba en sus piernas – Puedes oír cuando el sol toca el agua ¿lo oyes? El agua allá hierve.

Tom miraba también el ocaso mientras abrazaba sus piernas. No dijo nada.

David comenzó a balbucear cosas sin sentido mientras señalaba el sol. Bill sonrió amargamente y lo abrazó a él, y a Tom.

Las horas siguieron pasando. Anocheció y la luna se alzaba en el firmamento. Fue entonces cuando la sed y le hambre comenzaron a causar estragos.

– Tengo mucha sed... si tan solo tuviéramos algo de agua – se quejó el menor de los gemelos mientras los tres se acomodaban al fondo del bote para dormir.

La noche los atrapó, intranquila. 

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora