A la luz del coloso en llamas.

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A la mañana siguiente, por la tarde, Bill pescaba en el bote, esta vez con anzuelo, no tenía la paciencia ni la concentración para hacerlo manualmente, no después de pasarse la noche entera pensando en Tom y lo que este le causaba. Así que se encontraba sentado en el suelo del bote, mirando el horizonte, preguntándose si su abuelo y sus padres no estarían buscándolos en alguna parte, ahí afuera, en el gran azul; probablemente no, puesto que habían pasado 5 años desde ellos habían desaparecido y nadie nunca fue a buscarlos.

Pensaba en eso cuando sintió un jalón enérgico en la punta del anzuelo ¡el pez había picado! Y a juzgar por los tirones que daba, debía pesar al menos cinco kilos. De inmediato se levantó y comenzó a regresar el hilo de cáñamo que utilizaba, pero el pez presentaba lucha. Cuando estaba por sacarlo, una gran mancha negra en el agua llamó su atención, miro hacia allí y se encontró con que la riña de los peces por el cebo, había atraído a un tiburón de enorme tamaño. Trató de halar con rapidez el hilo, pero aquel animal fue más rápido y tomo entre sus fauces al pez que mordía el anzuelo, el cual se atoró entre los colmillos del tiburón y al alejarse este, el hilo lo siguió, cortándole las palmas a Bill, que intentaba recuperar al menos, el anzuelo.

Por fin, la cabeza se separó del cuerpo del pez y el anzuelo estuvo libre.

– ¡Demonios! ¡Auch! – Exclamó con expresión dolida para después meter sus palmas sangrantes y heridas al agua salada, donde la corriente se encargó de lavarlas – ¡Maldito tiburón! – le gritó al animal que ya se alejaba con su presa en las fauces. Bajo el agua, los peces se convirtieron en caníbales al borrar los residuos de carne blanca de su lugar.

Era el único pez que había picado durante toda la mañana, y ya era hora de comer algo... tendría que buscar fruta y algún ave para preparar el desayuno si no quería que cuando Tom despertará además de que lo regañará, lo humillara como el día anterior.

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Horas después se encontraban sentados uno frente al otro, sin decir palabra, y apenas saboreando la comida que llevaban a sus bocas. El menor extendió su mano para tomar un poco más de carne de ave desmenuzada, pero la mano de Tom le impidió que tomara el cuenco, entonces los miró por primera vez a los ojos.

– ¿Qué...?

– Cómo te hiciste esto – interrumpió el mayor mirando la herida.

– ¿Te interesa? – dijo con tono cansino.

– ¿Crees que te preguntaría si no? – exclamó un poco disgustado.

Bill suspiró, relajándose un poco.

– Un tiburón – explicó – tomó el pez del anzuelo y lo arrastró.

Tom se levantó sin decir una palabra y atravesó la "sala" para tomar algo del mueble aquel, mientras su hermano buscaba el ángulo correcto para ver qué era lo que buscaba. No fue necesario, Tom regreso con un algodón empapado en lo que seguramente era alcohol. Se sentó y extendió la mano.

– Déjame curarte.

No fueron necesarias más palabras. Durante diez minutos se sumieron en un silencio, pero no un silencio incómodo, sino uno de tranquilidad, en el que el mayor sanó las palmas abiertas de su hermano, con cariño y ternura. Fue cuando Tom terminó que tuvieron que venir las palabras.

– Bill... siento haberte dicho eso, pero... – comenzó a explicar con la mirada baja.

– ¡No! Perdóname tú a mí – pidió desesperadamente y desapareció el espacio que los mantenía separados en un segundo. Sus brazos se cerraron alrededor de su hermano y lo estrecharon fuertemente. Tom cerró los ojos y le regresó el abrazo.

Se quedaron así mucho rato, sin hablar, disfrutando ese momento tan emotivo. Afuera el sol comenzaba a bajar, dejándole paso a la bóveda estrellada. Salieron, hace mucho que no estaban juntos, y se sentaron en aquella roca, donde podían ver el mar en su inmensidad sin que el agua apenas los tocase.

– Cuéntamelo otra vez – dijo Bill – ¿Dónde crees que estén nuestros padres?

– En el cielo.

– ¿Pero dónde es eso? – mientras hablaban, el sol bajaba cada vez más hacia el agua.

– ¡Ya sabes! Allá arriba – Tom soltó por un momento el brazo que rodeaba sus piernas y señalo las nubes.

– No lo creo. Ellos vendrán un día por nosotros, y nos llevarán a casa – aseguró. En ese momento el coloso en llamas tocó la superficie del agua – ¿Lo escuchaste?

– No ¿lo has escuchado de verdad alguna vez? – negó con el ceño fruncido.

– A veces... me parece que sí.

– Yo creo que David era un mentiroso – lo acusó y lanzó una roca contra las olas – Dijo que había una olla con oro al final del arcoíris y no era cierto – siguió mientras apoyaba el mentón en sus rodillas – Y dijo que si hacíamos una hoguera lo bastante grande, nos verían en China.

– Y Santa Claus nunca vino – lo apoyó Bill – Dime... ¿Alguna vez... has pensado en él? – Tom lo miró por un segundo y luego bajo la mirada – Yo lo eh hecho... Sé que no te gusta hablar de eso pero ¿no te has preguntado qué fue lo que paso en realidad?

Pasaron algunos segundos, antes de que el mayor se decidiera a hablar.

– Lo eh pensado, Bill, muchas veces – respondió con voz cansada – Pero en realidad no quiero saber lo que pasó – negó, se levantó de su lugar y comenzó a caminar hacia la casa. La charla había acabado para él.

– Yo sí quisiera saberlo – dijo Bill finalmente para levantarse y seguir a su hermano. 

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora