Viendo la luz.

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Subió la colina lo más rápido que pudo, soportando los 60 kilos de su gemelo. Iba llorando, convencido de que era un estúpido y de que su hermano moriría por su culpa. Media hora después, cuando pensaba lo peor, llegó a su destino y depositó al otro en el altar. No sabía qué rezar, mas se hinco y trato de orar.

– Padre nuestro... que estás en el cielo... santificado... – negó, no lo recordaba – Por favor, no permitas que no vuelva a despertar ¡Era mentira cuando dije que quería que comiera esa baya! Sé que no te hemos venido a rezar, pero... - negó de nuevo y se inclinó para abrazar a su gemelo.

Pasó toda la tarde junto a él. Más luego tuvo la idea de mojar su cuerpo y corrió colina abajo por un tazón de agua. Limpió con parsimonia su pecho, sus pectorales, sus pezones, los cuales estaban erectos, a causa del frío. Limpió también la herida en su pie, la cual ya se veía de un tono más normal. Y su piel fue tomando color de nuevo, hasta recuperar su tono bronceado. Podía respirar más normalmente. No fue un milagro, el pez que había pisado era solo una cría, no había desarrollado sus espinas todavía, y el veneno no era tan potente, pero para recuperarse del todo, necesitaba líquidos y reposo.

...

El canto de un ave se escuchó cuando el sol comenzaba a esconderse.

Un gemido despertó a Bill, que se había quedado dormido, hincado al lado de su hermano.

– ¿¡Tom!? – preguntó con pánico, y alivio en la voz. El mayor abrió los ojos y los fijo en los del otro – ¿Te sientes mejor?

– ¿Bill?

– ¡He estado tan preocupado! – se inclinó y lo estrechó entre sus brazos.

– ¿Ya... ya no estás disgustado... conmigo? –preguntó tímidamente.

– Claro que no – respondió, sintiéndose culpable, y acariciando su frente, a lo que Tom sonrió – Tenía tanto miedo – dijo con lágrimas en los ojos – Gracias a dios... – las lágrimas cayeron y juntó sus frentes – Si... si llegara a perder a mi Tom ¿qué sería de mí? – Se separó y lo miró a los ojos – ¿Qué haría? – suspiró y se recargó en su pecho.

El mayor sonrió y lo abrazó con ternura. Agradecía que ya no estuvieran peleados, pero lamentaba la manera en la que se habían reconciliado.

Se quedaron así un rato, disfrutando de ese momento, se habían hecho muchísima falta. Pero Tom aún no estaba sano, necesitaba cuidado. Bill se levantó y fue corriendo por la selva, buscando fruta de todos los tipos. Llevó bananas, mangos, papayas, cocos y en un cuenco, agua dulce. Pero no pudo evitar detenerse a observar la segunda isla contigua a la suya cuando regresaba al altar.

El menor no tardó en llevarse todo lo que podía a la boca, no había comido en todo un día, y no había probado alimentos tan abundantes desde que se habían peleado.

– ¿Ves esa isla de allá? – preguntó el menor a su hermano, quien ya podía sentarse y aún tenía las majillas llenas de comida.

– Thi – respondió con dificultad.

– Pensé que quizá ahí vive la persona que escuchamos a veces, y viene a rezar aquí.

– Tal vez – dijo el mayor sin tomarle mucha importancia, y terminó su comida.

– ¿Crees que ya puedas caminar? – Tom asintió y se apoyó en su hermano, quien lo tomó de la cintura. Se pusieron en pie caminaron algunos pasos. La herida aún dolía, pero era algo que se podía soportar – ¿Estas mejor?

– Sí – contestó con seguridad.

Siguieron caminando, paso a paso, lentamente, y regresaron al anochecer a la cabaña. Ambos se necesitaban y se recostaron juntos, olvidando todo lo que había pasado. 

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora