Tambores en la oscuridad.

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Más tarde cenaban, sentados frente a una pequeña fogata, fuera de la casa.

– Hay muchas cosas que no logro entender – dijo Bill mientras colocaba un coco al fuego – Como por ejemplo – señaló el mar – ¿Por qué los peces dejan de nadar, y los saca la marea después de una tormenta? ¿Por qué se escuchan las olas dentro de los caracoles? ¿Por qué nos está saliendo tanto pelo? – Se llevó una mano a los ojos, visiblemente confundido – Y ¿Qué es esto que siento cada vez que te veo?

Tom sonrió desde el árbol al que se había encaramado un rato antes, para después saltar ágilmente y regresar al lado de su hermano.

– Me encantaría que cayera un libro de las nubes, que tuviera todas las respuestas del mundo. Y lo leería ahora mismo para saberlo todo.

– Bill, nadie nunca puede saberlo todo – explicó, tratando de ser amable con sus palabras – Quizá sólo Dios lo sabe todo.

– Dios... - dijo de una manera tal que pareciera una patraña – él no se acordado de nosotros, igual que Santa Claus – explicó crudamente, arrojando el último coco al fuego con violencia, provocando el desconcierto en el rostro de Tom.

Cuando la cena estuvo lista, bajaron la intensidad de la fogata y se sentaron tranquilamente dentro de la casa. Tom comía y Bill permanecía pensativo, apenas mascando unos trozos de coco y mango. El mayor lo miró e hizo señas en el aire, pero el otro parecía estar metido en su propio mundo, hasta que finalmente, fijo su mirada, ausente, en la de su hermano.

– Me pregunto qué pensaran los peses – dijo de pronto.

Mientras, Tom buscaba un sombrero entre las cosas que había ahí cerca. Lo encontró y se lo puso, regresando con Bill, que parecía haber encontrado algo muy interesante entre su coco y el mango asado. Cuando su hermano se hubo sentado, lo miró e hizo una mueca.

– ¿Qué estás haciendo? – señaló el sombrero que portaba.

– ¡Trato de animarte un poco! – Escupió y se lanzó a hacerle cosquillas – ¡Vamos, ríe!

Y en verdad lo consiguió, Bill sonrió y soltó su tenedor sobre la almeja que servía de plato, para abalanzarse sobre el mayor y comenzar a hacerle cosquillas. Acabaron tumbados uno sobre el otro, riendo y con las mejillas encendidas...

Más el momento no duró mucho.

Fueron interrumpidos por el sonido de tambores, tambores en la profundidad de la noche.

– Shh, calla – chitó a Tom, deteniéndose por completo – ¿Escuchas eso? Ahí están de nuevo.

Tom puso gesto serio y cerró la caja de música, que sonaba desde hacía un rato atrás.

– ¿Será el Fantasma asesino? – Citó a David y el otro no contestó, seguía concentrado en aquel sonido – Podría ser otra persona – aventuró.

– No, ya habría venido a saludarnos – habló Tom por fin.

– Porque es lo que debe hacerse cuando conoces a otra persona ¿cierto? – continuó el menor la frase.

– Sí... pero, ¿¡y si quiere hacernos daño!? – el mayor cambió su concentración por pánico puro. Bill entrecerró los ojos al ver el miedo de su hermano y dijo con brusquedad y furia.

– ¡Lo atravesaré con mi lanza como a un pescado! – Tom lo miró con gesto serio, pero la mirada del otro lo tranquilizó un poco.

Media hora después, apagaron la fogata y, con el estómago lleno fueron a dormir. Ambos eligieron dormir juntos, porque hacía mucho tiempo que no lo hacían. Y en la oscuridad, con la música de los tambores acompasados de fondo, se quedaron dormidos. 

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora