Desapareciendo en una nube de humo.

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Dejaron el mundo atrás y ahora se encontraban remontando las olas del ancho e inmenso mar. El barco lentamente navegaba, avanzando cada vez más hacia sus padres. En el cielo el sol brillaba y las nubes parecían de algodón, realmente un día hermoso. Ellos observaban todo desde la proa, subidos en el mástil con el peligro de caer al agua de un momento a otro, pero sin preocuparse por ello. El ver como el agua rompía contra la superficie del barco lo valía.

Pero como todo, era peligroso y su abuelo no los dejaría quedarse ahí.

– Bill, dime qué ves.

– Ningún enemigo a estribor – contestó riendo.

– ¡Bill, Tom! ¿Qué hacen ahí? – Gritó Gordon preocupado acercándose – ¡Vengan aquí ahora mismo! Y tengan mucho cuidado al bajar de ahí.

Los niños, sin prisa alguna bajaron con toda tranquilidad y facilidad, el abuelo estaba exagerando.

– ¿Qué pasa contigo Bill? De ti no me sorprende que te arriesgues y ya es bastante malo que lo hagas, pero llevar contigo a tu hermano...

– Lo siento, abuelo.

– Ya sé que están aburridos, pero lo único que quiero es que lleguemos con bien a San Francisco y que ambos se suban al mástil no es precisamente muy seguro que digamos.

– Él no me invitó a subir, yo quise hacerlo – aclaró el mayor.

– Esta bien, pero ya no vuelvan a hacerlo – le palmeo una mejilla mientras el otro niño se inclinaba sobre la orilla del barco.

– ¡Miren!

Tom se acercó y quedó maravillado, a pesar de vivir en la costa, jamás había visto a ese pez tan grande.

– ¿Cómo se llaman?

– Tiburones – respondió el abuelo.

– Fíjate como se comen los desperdicios que les da el cocinero.

El tipo vaciaba una cubeta de lo que parecía ser pescado y entrañas de algo y los tiburones no dejaban absolutamente nada. Se alejó del borde y miró a los niños con indiferencia antes de entrar de nuevo a la cocina.

– Anden, vayan a jugar, pero procuren no estorbar a nadie ni hacer cosas malas – les empujo un poco mientras observaba el horizonte – Yo tengo que ir a hablar con el capitán. Vayan – y se fue hacia la cabina del capitán.

– Capitán – dijo bajando las escaleras – ¿Sabe que se aproxima una tormenta?

– Sí ya lo sabía, inspector.

– Siempre me preocupo cuando la gente habla de esas tormentas que hay en Los cabos.

– Ya no lo haga, estamos fuera de su curso. Mire, anoche pasamos por este punto – señaló un lugar en el mapa que tenía enfrente.

Se quedaron hablando un poco sobre el curso de aquella tormenta. Mientras, los gemelos curioseaban por el barco, esta vez, en el cuarto del cocinero que habían visto minutos antes.

– Bill, ¿qué estás mirando? – comentó Tom entrando a la habitación. Su hermano no dijo nada, así que se acercó y observó las fotos que sostenía, en ellas estaban varias mujeres desnudas – ¡Ah! ¡No tienen ropa!

Justo en ese momento entró el cocinero y el aliento se les escapó.

– ¿¡Qué diablos están haciendo ustedes aquí!? ¡Me las van a pagar! – Dijo y se abalanzó sobre ellos – Ven acá – tomó a Bill entre sus brazos antes de sentarse sobre su cama, acostarlo de panza sobre su regazo y comenzar a pegarle de nalgadas.

– ¡No, déjelo! – el mayor trató de sostener la mano con la que le pegaba, pero solo logro que el señor dejara ir a su hermano y lo sostuviera a él para darle algunas nalgadas como castigo también. Pero justo en ese momento...

– ¡¡Fuego!!

Alguien afuera gritó y volvió a hacerlo segundos después.

– ¿Qué? ¿Fuego? ¡Se quema el barco! - el cocinero soltó a Tom y salió del cuarto para mirar qué pasaba.

De las rejas que daban a la parte inferior del barco, salían volutas de humo denso, negro, que indicaban la presencia de un fuego que no podría apagarse con nada, debían abandonar el barco. Había caos por todos lados, los marineros corrían de un lado a otro y gritaban. No entendía nada, salvo "¡El barco se quema, abandonen la nave!". Volvió por los gemelos y los tres salieron de ahí, topándose con el capitán.

– Suba a los niños a un bote y llévelos lejos del barco.

– Sí señor, vamos niños.

Tomo a cada uno de una mano y se abrió paso entre la gente, era difícil y alguien acabó por empujar a Bill hacia un rincón, donde entre tanta confusión observó cómo dos hombres peleaban, sin razón alguna a su parecer. No pudo ver más, el señor tiró de su camisa para sacarlo de aquel rincón.

– ¡Vamos!

Volvieron a abrirse paso hasta que llegaron al bote salvavidas.

– Sube – tomó a Tom de la cintura y lo ayudó, luego hizo lo mismo con el menor.

– ¡Abuelo! – gritó el mayor.

– ¡William! ¡Thomas! – Gordon llamaba desesperado desde el otro lado del barco.

– Tranquilo, van con el señor Jost en otro bote, los encontraremos en el agua – lo calmo el capitán – Vamos.

Subieron a otro bote y bajaron hacia el agua.

El barco estaba ya en llamas y todo estaba cubierto por una densa nube de humo. El cocinero remo lejos del barco, mientras esa espesura los tragaba por completo.

– Todo estará bien – debía calmar a los niños.

– No puedo ver nada.

– ¡Cúbranse! – gritó el señor. Se escuchó un ruido y partes en llamas cayeron al agua cerca de ellos.

– ¡William! ¡Thomas! – escucharon gritar desde no muy lejos.

– ¡Abuelo! – respondió Tom.

El viento sopló, dejando ver ambos botes por unos segundos.

– ¡Ahí están! – señaló un marinero.

– ¿Donde?

– ¡Aquí estamos! – gritó el señor.

– ¿Dónde? – cada vez se escuchaba más lejos.

– ¡Acá!

Un gritó que no pudieron distinguir, estaba ya muy lejos y luego, nada.

– ¡Señor Gordon! ¿Dónde está? – Silencio – ¡Señor Gordon!

Nada, solo el ruido que hacía el barco al arder. No podía verse tampoco entre esa nube de humo.

– Se han ido...

Tom se acercó más a Bill y este lo abrazó tan fuerte como pudo.

–... Que Dios nos proteja.

Y se dejaron envolver de nuevo por esa negrura, esperando que pronto todo pasara y que fuera una pesadilla.

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora