El defensor

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*Tiempo atrás*

Kunikida corría tan rápido como podía, siguiendo la dirección en la que Atsushi había huido. Sus pasos resonaban con furia mientras avanzaba, planeando en silencio los castigos que infligiría al alfa responsable de lastimar a quien se había convertido en su protegido. Desde el momento en que el albino se unió a la agencia,  Kunikida se había jurado protegerlo y ahora sintió que había fallado en su misión. Pero no dejaría que el alfa responsable se saliera con la suya.

Sin embargo, su mayor preocupación en ese momento era encontrar al pequeño omega. Podía imaginarlo corriendo mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas. El idealista sabía que en su estado vulnerable, el mundo podría hacerle aún más daño. Debía encontrarlo cuanto antes para evitar que algo malo le sucediera, o algo aún peor de lo que ya había pasado.  Apretó el paso, siguiendo la pista que olía claramente a las lágrimas de su cachorro. No descansaría hasta encontrarlo y reconfortarlo, mientras planeaba la justa venganza que ejercería contra quien había osado hacerle daño.
                              

El rubio salió a la calle con determinación, pero su corazón se hundió cuando se dio cuenta de que Atsushi ya se había ido. Maldijo en silencio la velocidad del joven albino, pero no se daría por vencido tan fácil.  

Aceleró su paso, siguiendo el tenue aroma de el menor que zigzagueaba entre callejones y edificios. Kunikida recorrió las calles durante horas, pero no pudo encontrar rastro del joven por ningún lado, lo cual lo preocupó aún más. Era extraño no poder dar con él, considerando lo fresco que estaba su aroma cuando había salido corriendo.

Al ver que estaba perdiendo el tiempo y que no había señales del menor por ninguna parte, el agente decidió ir a ver a la única persona que podría tener información sobre el paradero de Atsushi. Con paso decidido, se dirigió  hacia allá. Su mente y corazón estaban llenos de ansiedad mientras imaginaba el sufrimiento que debía estar atravesando el joven omega, solo y con el corazón herido en algún lugar lejano. Kunikida apretó el paso, determinado a encontrarlo lo antes posible para protegerlo y consolarlo, maldiciendo internamente a quien había osado lastimar a su protegido.

Respiró hondo mientras estaba de pie frente a la puerta del apartamento de Katai. Esta era su única esperanza de encontrar a el menor, ya que Ranpo se había negado a darle información por alguna razón. Abrió la puerta con la llave de repuesto que el pelinegro le había dado a regañadientes meses atrás, después de una visita en la que Kunikida había limpiado a fondo todo el apartamento y sacado la basura acumulada en contra de las protestas de el alfa. Desde entonces, el rubio había comenzado a hacer visitas más regulares para mantener el lugar de Katai al menos decentemente ordenado, aunque parecía que cada vez que venía las condiciones no cambiaban. Kunikida casi se preguntó si Katai estaba manteniendo las cosas desordenadas deliberadamente para que él se quedara más tiempo, aunque eso posiblemente no tenía sentido.

Cuando entró en el apartamento, el desorden familiar parecía estar esperando que él lo ordenara. Platos sucios apilados en el fregadero y sobre la mesa, papeles y ropa sucia cubrían el suelo, y una capa de polvo cubría todas las superficies. Sin embargo,  ya estaba acostumbrado a esta escena.

Caminó directamente a la habitación de Katai donde el alfa yacía enredado en su futón frente a sus computadoras como de costumbre. Se preguntaba cómo el pelinegro podía vivir en tales condiciones, pero había dejado de preguntarse eso hacía mucho tiempo. En este momento, tenía que concentrarse en Atsushi.

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