2.39. 𝓝𝓾𝓮𝓼𝓽𝓻𝓸 𝓟𝓪𝓭𝓻𝓮.

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Nos subimos el pantalón lo más rápido posible. Después intento retroceder, pero mis piernas no me responden. Bright tampoco se mueve. Mew está a cuatro metros de nosotros, de pie, en el centro del salón. Los dos nos quedamos petrificados, como si en lugar de una persona estuviésemos viendo un fantasma. La sombra de nuestro padre se retuerce por el suelo y llega hasta nuestros pies, engullendo parte de la luz que entra por la ventana y haciendo que la atmósfera se vea más oscura y siniestra.

Al principio, Mew está en shock por haber pillado a Bright liándose con un tío. El problema viene cuando yo despierto su curiosidad, y no precisamente por una cuestión de sexo. Me mira con desconfianza. Sus ojos se entrecierran como si fuesen el objetivo de una cámara de fotos.

Inclina la cabeza.

Noto un vacío enorme en mi estómago.

Su presencia absorbe toda mi felicidad y de pronto siento que estamos atrapados en una película de terror: todos los sonidos se extinguen hasta sumirse en el más absoluto silencio, los colores se apagan lentamente y reina una falsa calma que augura algo terrible.

—¿Win?

No respondo.

Ni siquiera puedo respirar.

La angustia se enrosca por mi garganta y me estrangula dejándome sin aire.

—¿Eres Win, sí o no? —insiste—. ¿Por qué no me respondes? —Su voz adquiere cierto nerviosismo.

—No se llama Win, ¿vale? —responde Bright.

Nace una breve pausa en la que Mew mira de lado a lado, como si estuviese intentando bucear entre algún recuerdo reciente: mi madre enseñándole fotos mías.

Su cabeza deja de agitarse y se gira a cámara lenta hacia mí.

—Sí. Claro que eres tú.

Al confirmar sus sospechas nos mira horrorizado.

Se lleva las manos a la boca como si hubiese sufrido una arcada.

—¡Me cago en la puta! —chilla—. ¡¿Qué coño estáis haciendo?!

Bright da un paso hacia delante y me protege con el brazo.

—¿Qué estás haciendo tú en mi casa? —le espeta, enfrentándose a él.

Los ojos de Mew se desvían por instinto hacia el paquete rectangular que custodia en sus manos, envuelto en papel de periódico. Es solo un segundo. Después vuelven a subir como un resorte y me fulmina con la mirada.

—Win —me llama alterado—, aléjate de él. ¡Aléjate de él ahora mismo!

Maldita sea. No eres consciente de la gravedad que tiene lo que habéis hecho.

¡El hombre al que tu madre escribió la carta soy yo, ¿lo entiendes?!

Significa que podría ser tu padre. ¡¡Bright podría ser tu hermano!!

No reacciono.

Aquel sencillo error me delata. Se supone que mi rostro debería ser de desconcierto y sorpresa, pero se mantiene inexpresivo. Entonces Mew entiende qué está pasando.

—Lo sabías —balbucea—. Vosotros lo sabíais todo.

—Sí —dice Bright, cogiéndome de la mano.

—¡¡Pero tenéis que haceros las pruebas!!

—Ya nos las hemos hecho —le digo.

—Somos hermanos —termina Bright.

La expresión de Mew pasa del horror a la furia de golpe.

Pero lo que más me inquieta es su voz fría y calculadora:

Los cuerpos de la habitacion roja. (Adap. BrightWin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora