𝟸.𝟷𝟼. 𝙻𝚊 𝚟𝚒𝚍𝚊 𝚎𝚜 𝚞𝚗𝚊 𝚋𝚛𝚘𝚖𝚊 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚕 𝚐𝚞𝚜𝚝𝚘.

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Me incorporo sentándome en el borde del colchón. Vuelvo a leer el último mensaje de Bright antes de bloquear la pantalla. «El bañador rojo te sienta bien.» Mis manos estrujan la tela de las sábanas mientras me esfuerzo por expulsar el aire con suavidad, pero no funciona. Estoy demasiado nervioso y siento que no consigo inhalar todo el oxígeno porque la habitación se queda sin aire. En cada espiración mi aliento sale con demasiada fuerza. Mis pulmones son como un globo cada vez más deshinchado y mi corazón está a punto de estallar. Y todo porque no dejo de repetirme la misma pregunta:

¿cómo es posible que Bright esté aquí, en Ibiza, en la puerta de mi hotel, y por qué querría verme después de saber toda la verdad?

Abro el armario y saco un pantalón vaquero, una camiseta y una chaqueta fina. En un minuto ya me he cambiado de ropa. En el baño me lavo la cara con agua tibia y me peino con los dedos, intentando darle una forma medio aceptable al tupé, pero me encuentro con un problema: no dejo de temblar.

Noto las manos torpes, como si alguien me estuviese agarrando por las muñecas y las moviese a su antojo. Tengo que calmarme.

Bright: Vas a bajar?

Yo: Dame un minuto.

Guardo la tarjeta de la habitación en el bolsillo antes de cerrar la puerta.

Bajo por las escaleras, paso por recepción y voy directo a la salida. Las puertas automáticas se apartan hacia los lados y lo primero que veo es una sombra grisácea que se proyecta sobre las blancas escaleras.

Deslizo mis ojos sobre el pantalón de lino. Bright está a contraluz, y el contorno del dibujo de sus piernas, grandes y atléticas, queda delimitado por una sombra más oscura.

Pero las piernas no son lo único que se le marca.

—Hola, Win.

Su voz me hace reaccionar con un movimiento brusco. Desvío la mirada al cielo, a los topitos brillantes esparcidos cerca de la luna. Empiezo a contarlos en mi cabeza, tratando de distraerme para bajar la excitación, pero es demasiado tarde: el calor ha subido a mis mejillas y la sangre se acumula en mi entrepierna. Mi polla ha empezado a cambiar de tamaño y lucha por salir de unos calzoncillos que cada vez parecen más pequeños.

Me giro para darle la espalda.

—¿Win? —pregunta desde atrás.

Hundo las manos en mis bolsillos, avergonzado, y me doy prisa por colocar mi erección en un ángulo que disimule el bulto. Por supuesto, no lo consigo.

Esto no está bien.

No quiero empalmarme.

No debería haberme fijado en su paquete.

No puedo seguir viendo a Bright de esta forma.

—¿Cómo... cómo sabías que estaba aquí, en este hotel? —pregunto con un hilo de voz.

—Vi las historias que subió Film ayer por la noche.

Recuerdo que llegué a comentarle a Film que debía tener más cuidado, porque había puesto el nombre del hotel donde nos alojaríamos al día siguiente y solo le faltaba añadir el número de nuestra habitación, pero ella me dijo que no pasaba nada por presumir un poco en Instagram.

—He llegado hace un par de horas —añade.

Saco las manos de los bolsillos.

—Entonces, ¿significa que has venido hasta aquí para...? —Me interrumpo y me quedo pensando en lo estúpido que suena en mi cabeza.

—¿... para hablar contigo? —termina la pregunta—. Sí. Pero preferiría hacerlo mirándote a los ojos —dice con suavidad.

Me doy la vuelta despacio.

Los cuerpos de la habitacion roja. (Adap. BrightWin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora