𝟸.𝟷𝟹. 𝙻𝚊 𝚌𝚊𝚛𝚝𝚊... 𝙴𝚛𝚊 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚝𝚞 𝚙𝚊𝚍𝚛𝚎

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Estoy histérico. Histérico e inquieto. Pienso en lo que voy a decirle, cómo comenzar la conversación. ¿Le saludo con dos besos o le doy la mano? Mejor evito cualquier tipo de contacto físico. Le sentaré en la cama y entonces... se lo contaré todo.

No, en la cama no. Si llegamos a estar los dos en la cama puede ser peligroso, es como juntar una cerilla y un trozo de papel y fingir que no sabes lo que va a pasar. Joder, tengo la cabeza hecha un lío.

-Llevo mucho tiempo queriendo decirte una cosa y... Te la voy a decir ahora. Eso voy a hacer. Sí.

No me convence.

-Hey, ¿qué tal todo?

Muy informal.

-Bright. Siéntate y escucha lo que te voy a decir.

Así parezco un sargento.

-Hola.

«Hola», repito en mi cabeza. Es lo mejor que he podido conseguir hasta el momento. «Hola.»

Dejo de dar vueltas por mi habitación y respiro hondo.

Esto no funciona. En cada ensayo me siento como si detrás tuviese un proyector gigante y Bright fuese a ver la presentación de mi trabajo en PowerPoint. Y ahí, en el centro y con mayúsculas, el título: Cómo explicar al amor de tu vida que su padre también podría ser el tuyo.

Con esa premisa será difícil pronunciar un simple «hola».

La Gran Vía está abarrotada de gente, colores y música. Es de noche, el viento me revuelve el pelo y el frío se cuela por el cuello de mi abrigo. Me abrazo intentando entrar en calor, pero los nervios mordisquean mi estómago como si fueran un perro grande royendo su hueso.

A cada paso que doy, la calle parece cobrar más y más fuerza hasta alcanzar el límite. Las conversaciones suben de decibelios progresivamente y llega un momento en el que ya nadie habla en un tono normal, todos gritan por encima del otro: «Vamos a llegar tarde», «¿Te ha gustado la película?»,

«¡Ese tío es un imbécil!», «Mamá, ¿por qué esa chica tiene el pelo rosa?».

Voces, voces y más voces. Casi parece que me lo estén diciendo al oído.

Me pongo los auriculares, sin música. Apenas noto diferencia. El volumen me sigue golpeando, tengo ganas de mandar callar a todo el mundo y estoy esforzándome para no dar la vuelta y correr en dirección contraria.

Aprieto el paso como si así fuese a alejarme del ruido, pero sé que el problema no es el ruido del exterior, sino el que hay dentro de mi cabeza. La culpa es mía. Mi cerebro trabaja a un ritmo distinto porque está empeñado en seguir dándole vueltas a todo lo qué pasará con Bright: plantea distintas respuestas que pueda tener y qué contestar en cada una, el tono que debo usar, las palabras más adecuadas, si guardar o no las manos en los bolsillos para evitar distracciones, cómo colocar los pies, espalda recta, mentón ligeramente levantado... El resumen es que la realidad que sucede dentro de mi cabeza choca con la que se desarrolla ante mis ojos. Y todo se traduce en ruido.

Mierda. Llegar a casa de Bright está siendo incluso más complicado de lo que imaginé.

No me doy cuenta de a qué altura de la calle estoy hasta que el silencio me pilla por sorpresa y me espabila. Es como si despertara de un sueño profundo.

Noto un cosquilleo en el estómago mientras voy deslizando la mirada planta por planta, hasta peinar la fachada del edificio y llegar a la última.

El cosquilleo se convierte en un tirón al ver la silueta que se recorta en la ventana.

Los cuerpos de la habitacion roja. (Adap. BrightWin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora