𝟸.𝟷𝟷. 𝙴𝚜 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚞𝚗 𝚊𝚗𝚒𝚖𝚊𝚕 𝚜𝚊𝚕𝚟𝚊𝚓𝚎.

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Me paro en seco.

El corazón bombea en mi garganta.

Los ojos de Bright me atraviesan.

Hace un segundo mi mano se acercaba al pomo, pero ahora tengo el cuerpo de Bright delante y retiro la mano con un aspaviento. Nani maldice detrás de mí, imagino que del susto que nos hemos llevado los dos. Joder, menuda forma de interponerse en nuestro camino. Se ha plantado frente a la puerta en un abrir y cerrar de ojos. Pero su entrada no ha sido triunfal como en las pelis, sino brusca, peligrosa, como un coche que iba a ciento veinte y frena de golpe. No sale humo de sus zapatillas, aunque ha estado a escasos centímetros de llevarme por delante y hacerme puré.

Trago saliva para devolver mi corazón a su sitio. Aún tengo el susto metido en el cuerpo, pero quiero acabar cuanto antes con esta sensación de debilidad y recomponerme; algo que, gracias a los litros de alcohol que se mezclan con mi sangre, sucede antes de lo que esperaba.

Genial, vuelvo a ser yo. En versión borracho.

—¡¿Quieres parar de una puta vez?! —grita Bright.

—¿Que pare de qué? —pregunto, como si la cosa no fuera conmigo.

Eso solo consigue cabrearlo más.

—No te vas a reír de mí, ¿me oyes? No lo vas a hacer. —Aprieta los labios hasta convertirlos en una fina línea—. Llevas toda la puta noche intentando ponerme celoso.

Me excita verlo tan furioso. Es como un animal salvaje.

—¡Sabes que lo estoy viendo! —dice entonces—. Lo sabes pero no te importa, porque te suda la polla cómo me pueda sentar a mí.

¿Perdona? ¿Le importé yo a él cuando intentó joderme la vida con el reto?

¿Pensó en mí las dos veces que me llevó a su casa en contra de mi voluntad, o cuando me gritaba y me hacía sentir insignificante, o cuando se folló a mi mejor amiga?

Bueno, Win, tú permitiste que te tratara así porque siempre se lo perdonabas todo.

«Sí, vale, cállate», le digo a la vocecita que oigo en mi cabeza.

Que no me haya dado cuenta antes no significa que sea tarde para corregirlo.

—Pues si tanto te molesta lo que ves, coges y te piras. Así de fácil.

—Si no te conociera diría que disfrutas haciéndome daño.

Suelto una risa seca.

—Es increíble que precisamente te atrevas a decirme eso.

Nani está detrás de mí y se mantiene en un segundo plano. Me incomoda saber que lo está escuchando todo, porque, aunque estemos discutiendo, de alguna forma creo que esto es algo muy íntimo.

Bright cierra los ojos, menea la cabeza y los vuelve a abrir.

—¿A qué estás jugando?

Me muerdo la lengua. Como tire de ella, no me voy a callar. Bright tiene razón, ahora mismo estoy furioso y quiero hacerle daño.

—Contéstame —insiste—. ¿A qué hostias juegas?

—A papás y mamás.

—¿Qué?

—Que íbamos a hacer un hijo. Y ahora, quítate de en medio.

La sangre le hierve. Lo sé por el tic de su mejilla, por los puños apretados, por cómo se le marcan las venas. Lo que no sé es cómo consigue controlar su ira. Ni siquiera hace el amago de acercarse más a mí.

Los cuerpos de la habitacion roja. (Adap. BrightWin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora