5. 𝘚𝘪, 𝘴𝘰𝘺 𝘩𝘦𝘵𝘦𝘳𝘰𝘴𝘦...

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Es una mala idea. Una idea horrible. Debería golpearme en la mejilla con la mano abierta antes de meter la cabeza debajo de la alcachofa para espabilarme. Es lo que se suele hacer cuando se está demasiado borracho: agua fría chocando contra la nuca. Sería una buena forma de despertar, de vislumbrar los dientes que se asoman bajo esta brillante realidad idílica. La misma realidad que puede terminar mordiendo mi carne, como un perro hambriento y salvaje.
No va a salir bien. Si pienso lo contrario, es mentira. Debe de ser mentira. Un espejismo.
Me siento como si hubiese decidido que es un buen día para complicarme la existencia. Solo un necio seguiría adelante con el plan. Y aquí estoy, en mitad de plaza de Central, un campo de batalla casi desierto. El aire flota de forma pesada, moviendo las hojas de los árboles y tejiendo secretos entre sus ramas, testigos de nuestra cita.
Se supone que Bright no debería de estar muy lejos.
Minutos después creo haberlo visto entre las sombras. ¿Era realmente él? Noto en mis pies unos golpecitos, casi unas palpitaciones. La experiencia se repite en mis muñecas y orejas. Es como si el corazón se hubiese dividido en trozos y todos se moviesen a la vez.
Vale, no. Es demasiado delgado para tratarse de Bright. Falsa alarma. Reviso el móvil con la esperanza de encontrar algún mensaje suyo, alguna explicación.
Nada. Ni siquiera está en línea. ¿Y si ha cambiado de idea?
La lógica me invita a volver a casa. Es de noche, mañana hay universidad y tampoco es que me apasione complicarme la vida con esto de empezar a verme con un tipo. Tendría que haberlo pensado mejor antes de precipitarme a venir.
Bajo la escalera en dirección al metro, ahora sin dolor de tripa, pero con los mismos nervios que al principio. Cuando estoy sacando el dinero del transporte de la cartera, me cruzo con un chico que lleva puesta una chaqueta de cuero y pantalones rotos y sube en sentido contrario.
El tiempo parece detenerse.
No me atrevo a seguir bajando más escalones y él no vuelve a hacer ningún movimiento. Es como si ninguno de los dos supiésemos qué hacer ahora. Nos mantenemos así durante unos cinco segundos, quietos como estatuas.
Lo primero que pienso es en que no recordaba que sus ojos fuesen tan oscuros. Lo segundo, «ha venido. Al final ha venido. Está sucediendo de verdad».
Aguardamos un poco más sin decir nada, creando un pulso invisible, una tensión peculiar, entre incómoda y excitante.
Al final, es Bright quien se lanza a hablar primero:

—¿Tan pronto te vas? —Su voz suena terriblemente sexi. —¿Tan tarde llegas? Empezaba a pensar que habías cambiado de opinión.
Pero en realidad quiero decirle: «Bright, qué guapo eres, coño». —¿Y por qué has pensado eso?
—Porque llevo esperándote casi media hora.
—Lo sé.
—¿Y te parece normal?
—Me parece que has estado esperándome casi media hora. Pongo los ojos en blanco.
Bright estudia mi reacción levantando una ceja y después dobla sus labios en una mueca rara. ¿Qué se supone que significa eso?
—Bueno, ¿no vas a decirme nada? —Lo veo encogerse de hombros con indiferencia. Lo de este chico es increíble—. En serio, ¿nada? ¿Ni perdón o un «siento haber llegado tarde»?
—Siento que he llegado cuando tenía que llegar. Eso es todo. Ya está bien. Este chico es imbécil.
Decido que es buena idea empezar a bajar la escalera, pero antes de dar el primer paso una señora protesta de forma exagerada y suelta un «estás en medio, haz el favor de quitarte». Casi me aparto de un salto y ahora estoy más cerca de Bright. Intento reanudar mi marcha, aunque todo se vuelve más complicado. Una bocanada de aire desfila fuera de la boca de metro y le revuelve el pelo. El movimiento de su cabello me invita a respirar su aroma a chocolate. Mis sentidos abren los ojos y se empapan de cada detalle de su cuerpo, parecen tratar de estirarse como manos invisibles que lo acerquen hasta tocarnos. Necesito hundir los dedos en el nacimiento de su pelo. Necesito que él hunda los suyos dentro de mi boca mientras yo la cierro.
Deslizo la mirada hasta sus labios, gruesos y acogedores. Besarlo tiene que ser increíble.
—No dejas de mirarme la boca.
El calor se concentra en mis mejillas.
—¡No estaba mirando eso!
—Entonces ¿qué era?
—Aún estoy esperando a que me pidas perdón por llegar tarde. La próxima vez no te espero ni cinco minutos.
—Ahí está tu primer fallo, pensar que he llegado tarde. —Se pasa la lengua por los labios y sonríe de forma canalla—. No he llegado tarde, Win. Te he hecho esperar a propósito.
—¿Y eso por qué?
—Porque me salía de los cojones. ¿Te parece bien?
Guau, este tipo es realmente imbécil.
—Esto es una invitación en toda regla.
—¿A qué?
—A que me vaya a casa.
Bright tuerce el morro mientras lo veo sacar de su bolsillo un paquetito de chicles.
—Antes tenemos una cita. Por cierto, aún no he decidido si habrá próxima vez. Yo que tú la aprovecharía al máximo. Es un consejo.
—¡Ni yo! De hecho creo que te vas a quedar con las ganas. ¡Por chulo! Bright suelta una carcajada y yo clavo las uñas sobre las palmas de mis manos. Es como si estuviese decidido a tocar todos los botones de mi cuerpo en los que se lee un cartel que dice «Peligro, no molestar». Y el muy cabrón los está pulsando a la vez. No uno por uno. A la vez.
—A mí no me hace gracia.
—Eso es porque no has visto la cara que se te ha quedado. —Me saca la lengua y yo aguanto mi impulso de agarrarla y metérsela por el culo—. Anda, vámonos de aquí.

Los cuerpos de la habitacion roja. (Adap. BrightWin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora