Por primera vez saliendo de la consulta con Lucía, no caminé por Barcelona, ni me perdí entre librerías antes de tomar el tren.
Porque al salir del edificio y dar con la calle, estaba el Tesla de Silas esperándome, con él recostado de la puerta del copiloto.
Me quedé quieta un momento pensando en cómo las cosas habían cambiado en tan poco tiempo, y preguntándome ¿qué había hecho yo para merecer que alguien como Silas formara parte de mi vida? ¿en qué momento este chico frente a mí había llegado para poner mi mundo patas arriba?
Sonriendo, caminé hacia donde se encontraba. Al escuchar mis pasos, alzó la mirada en mi dirección y una sonrisa apareció en sus labios al verme.
—Ahí llegó mi gruñona.
Al llegar hasta él, sus brazos ya estaban rodeándome y mi cabeza ya se hallaba hundida en su pecho mientras me dejaba abrazar. La calidez de su cuerpo me arropó y todo su aroma inundó mis sentidos.
-No puedo creer que de verdad te tomaras la molestia de esperarme en mi sesión y venir hasta acá.
Subí el rostro para verlo y sus manos se desplazaron a mi cintura. Me miró con una ceja enarcada.
-Te sorprendería la cantidad de cosas que puedo hacer cuando alguien me gusta.
Sentí como mi corazón se hinchaba a causa de sus palabras.
Ahí estaba.
Las cosas que Silas decía y hacía, eran tan...
Sentía que no lo merecía.
-Me gusta que me sorprendas.
Con una sonrisa maliciosa que me hizo temblar, sus manos en mi cintura me apretaron contra su cadera y en menos de un segundo su cabeza estaba inclinándose sobre la mía para besarme con la mayor automática me abrí para él para recibir su beso y me dejé llevar. Floté como una nube en ese beso que amenazaba con tomar todo de mí.
Pero yo estaba dispuesta a darle todo lo que quisiera.
Cuando se separó, apenas y podía respirar.
-Hoy será un día de sorpresas, preciosa.
Que en mi día libre el plan principal fuera ir a casa de Silas a que él me cocinara y me prometiera una tarde de pelis, sin duda ya era una sorpresa y era algo muy diferente para mí.
Mi corazón no paraba de latir a mil por hora de las expectativas y de los nervios, porque, Silas y yo, solos, en su casa.
Aquello podía terminar de muchas maneras.
Pero lo sorprendente había sido que yo aceptara el plan, porque Silas había hecho una lista de propuestas para hoy donde una de ellas era lanzarnos en paracaídas, otra bañarnos en una playa nudista o estar en su casa.
Obviamente escogí la última.
No me sorprendió para nada descubrir que la casa en la que se hospedaba era de las que situaban en lo alto de la montaña, hacia esa zona privilegiada del pueblo. Aunque Sitges en sí era un pueblo en el que vivía gente estable económicamente, siempre existen esas zonas en las que viven los más adinerados.
Solo el portón para acceder a la propiedad era imponente, acero inoxidable pintado de negro de casi cuatro metros de altura. Al entrar, una propiedad inmensa se abría paso frente a mis ojos, un jardín precioso con su garaje y la casa...
No sé porqué me imaginaba una mansión de tres pisos, ostentoso, una casa que deslumbrara esa vena egocéntrica de Silas.
Pero estaba equivocada.
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El día que aprendí a amarme
Novela JuvenilAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...