La cita

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Mis manos no habían parado de temblar desde que dejamos la escuela, por suerte Isaac sabía conducir así que él se encargó de llevarnos hasta Cupzen.

— ¿Estás segura de que estás bien? — preguntó cuando nos detuvimos en el sitio.

— Si, es solo que no me gusta la sangre — expliqué — con un poco de azúcar estaré más que bien — le sonreí antes de bajar.

— ¿Vienes muy seguido aquí? — abrió la puerta para que entrara.

— ¡Mi pequeña Heks! — escuché salir desde el mostrador — pero mira lo hermosa que te has puesto — me vi envuelta en los brazos del señor Zen.

— Vine aquí la semana pasada — dije.

— ¿Fue hace una semana? Podría jurar que cada vez que vienes estás más grande — comentó con una sonrisa — y tú... No eres Stiles.

— Oh no, él es un amigo del colegio, Isaac el es mi tío... O él dice serlo — me miró ofendido.

— Un placer señor — el castaño le estrechó la mano.

—¿La mesa de siempre? — asentí — supongo que esto es una cita, así que les traeré algo especial — nos sonrió antes de darse media vuelta e ir hacia la cocina.

La conversación fue realmente buena, Isaac era un chico realmente interesante y parecía interesarse por cualquier mínima cosa que saliera de mi boca; el señor Zen pasaba cada cierto tiempo a la mesa solo a verificar que todo estuviera bien, pero yo sabía que Resme le había pedido vigilarnos.

— Así que ¿Francia dos años?— asenti — supongo que sabes hablar francés.

— Estas en lo correcto.

— Quiero escucharte — pidió — me gustan los idiomas.

— ¿Que quieres que diga?— cuestioné alejando el vaso de malteada de mi.

— Cualquier cosa — lo pensé unos segundos.

—Tu as un sourire et de beaux yeux (tienes una sonrisa y unos ojos preciosos) — dije antes de sonreírle.

— Wow — respondió — disculpa pero ¿Tengo una sonrisa y unos que preciosos? — sentí como mi rostro se ponía colorado — aún no entiendo el francés a la perfección.

— ¿Tu... Tu sabes francés? — mi voz salió como un hilo.

— Te dije que me gustaban los idiomas.

— ¿¡Y no pudiste decirme que sabías francés!? Ay no, que vergüenza — oculté mi rostro entre mis manos.

— ¿Vergüenza por qué? Yo también creo que tienes una sonrisa y unos ojos preciosos — mi cara se puso aún más caliente — realmente pienso que tú eres preciosa.

— ¿Puedes parar?— descubrí ligeramente mis ojos solo para notar que me miraba con una linda sonrisa sobre sus labios — esto es vergonzoso.

— No tienes nada por lo cual sentir vergüenza conmigo — se estiró sobre la mesa, tomó mis manos y lentamente las alejó de mí rostro — puedes decir hasta tu más pequeño pensamiento y yo me dedicaré a escucharte.

— ¿De que libro de fantasía saliste, Isaac?

— Mi madre decía que me convertiría en un romántico empedernido en algún momento — confesó — supongo que ese momento llegó — ambos sonreimos.

Después de pagar nuestro consumo, por el cual tuvimos una pequeña discusión respecto a quien debería pagar, salimos de ahí, Isaac me regresó las llaves del auto para que esta vez yo conduciera.

Andando entre lobos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora