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— ¡Charlotte!— la voz de Beli me despertó de un sobresalto.

Mi hermana me miraba con preocupación.

— ¿Estás bien?— pregunto con su mano sobre mi hombro.

Iba a contestar pero no pude. Mi corazón latía con fuerza y mis manos temblaban, estaba sudando y sentía que no podía respirar. Me faltaba el aire.

— Tranquila, respira— dijo Beli.

Pero no podía, mi cabeza me dolía y me sentía muy mareada. Sentía que me estaba muriendo. Beli comenzó a respirar profundamente y me sujeto la manos.

— Todo esta bien— dijo— no estas en peligro, solo fue un sueño. Estoy contigo.

Trate de respirar reteniendo el aire dentro de mi pulmones por algunos segundos, lo hice unas cinco veces sentada en la cama con los ojos cerrados. Sentía un nudo en la garganta y mucho miedo, hice mi mayor esfuerzo para ignorarlo y continúe respirando. Respire, respire y respire hasta que por fin me sentí un poco más tranquila. Mis manos continuaban temblando pero el ataque de pánico ya había pasado.

— Te traeré un poco de agua ¿si?— dijo Beli y salió de la habitación.

Todo a mi alrededor se sentía extraño, me sentía irreal. Me levante de la cama con cuidado y alce mi mirada hacia la ventana donde se apreciaba un hermoso atardecer. El sol resplandecía de un color naranja increíble, la nubes eran una mezcla entre amarillo, naranja y celeste. Hacia mucho que no veía un atardecer así. 

En casa, pasaba toda la tarde encerrada en mi habitación y siempre me perdía uno de los momentos más mágicos del día. Recosté mis brazos sobre el muro de la ventana mientras admiraba la vista.

En ese momento Beli entro con un vaso de agua.

— Es maravilloso como cada día, Dios hace un atardecer único— dijo sentándose en la cama a mi costado— Toma— me extendió en vaso con agua— te hará bien.

No me había dado cuanta se lo sedienta que estaba hasta ese momento. Viví un sorbo de agua que logro recomponerme un poco. 

— ¿Qué me paso?—logre preguntar.

—Tuviste una pesadilla y hablabas en sueños...— contesto.

Ambas nos quedamos calladas un momento.

Siempre tenia ese tipo de pesadillas y raras veces lograba darme cuenta de que no eran reales. Pero en esa ocasión, aun después de haber despertado de la pesadilla, sentí que era real. Demasiado real. 

— Ya tengo la cena lista, si gustas puedes bajar a comer ahora— dijo Beli— a no ser de que quieras hablar.

Negué con la cabeza. Cada sueño de esos era como si volviera a vivir el tiroteo en carne y hueso. Me dejaban la misma sensación de irrealidad que tuve ese día y me hacían sentirme terriblemente mal. Como si hubiera extraído toda la energía de mi alma y me hubiera dejado totalmente vacía. 

Beli asintió con comprensión.

— Te espero abajo.

Salió del cuarto y me dejo sola. 

Fui al baño que estaba al frente de mi cuarto y me lavé la cara. Me sequé con una toalla y suspiré. Salí del baño conteniendo mis fuertes ganas de llorar y baje las escaleras.

Beli salió de la cocina con dos individuales en la mano.

— ¿Te encuentras mejor?— pregunto al verme.

— Si— mentí— ¿Qué hay para cenar?— pregunte tratando de evitar el tema de la pesadilla.

— Oh, hice unos espaguetis a la boloñesa— dijo Beli sonriendo mientras ponía los individuales en la mesa.

Esa era mi comida favorita. Y conociendo a Beli, no había sido casualidad.

Agradecimos por los alimentos y Beli empezó a comer pero yo seguía sin probar ni un solo bocado. Sabía que era de mala educación pero no me sentía bien para comer. No tenía hambre.

— No es presumir pero— dijo Beli— me quedaron muy buenos.

Yo intente sonreír pero solo salió una mueca.

— Vamos, Char— dijo— no has probado nada.

— No tengo hambre— dije jugando con el tenedor.

— No puedes quedarte sin cenar— repuso Beli— ¿Es por la pesadilla?

Me quede en silencio un momento.

— Se sintió muy real— dije en voz baja.

— Soñaste con Sam, ¿No es cierto?— yo asentí con la cabeza— Se que aún debe doler y lamento mucho que estas pesadillas te estén atormentando ahora pero... necesitas comer. Por lo menos un poco.

En otros momentos, no hubiera rechazado unos tallarines a la boloñesa ni en broma. Pero ahora, la idea de comerlos me daba asco. Aún así, metí mi tenedor y enredé los tallarines en el. Me comí unas dos cucharadas en silencio.

Cuando estaba por la sexta, me sentía demasiado llena aunque no había comido casi nada. Estaba decepcionada de mi misma, creía que ya se me había ido el malestar y que ahora podía comer tranquila. Pero no podía más.

Cada vez que me sentía así, mi madre me obligaba a terminar todo el plato, podía llegar a pasarme horas sentada intentando comer. Lo peor era cuando llegaba mi padre, se enfadaba y empezaba a gritarme metiendo el típico discurso de "piensa en los niños que no tienen nada que comer".

Temía que Beli hiciera lo mismo, pero no lo hizo.

— Tranquila, lo hiciste bien. Si no deseas más, no hay problema— me dijo Beli— puedes subir a tu cuarto si gustas. Mañana estarás mejor.

Suspire aliviada.

— Gracias, Beli— dije levantándome de la mesa.

Al llegar a mi cuarto, me puse mi pijama y apague las luces. Prendí mi la lámpara que me había traído de casa y cogi el libro que estaba leyendo por la mañana. Me eche en la cama y empecé a leer. Amaba tener un tiempo así en la noche, leer era mi escape de la realidad.

Olvidando mis problemas y mis pesadillas, logre quedarme dormida.




Lo que sana a un corazón- TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora