Capítulo 1

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Año 2563

Siento el sudor resbalar por mi cara y el dolor en mis brazos por el esfuerzo, pero no me detengo, mi determinación es mucho más grande que cualquier molestia. Flexiono ligeramente las rodillas antes de moverme. Con un grito contenido intento nuevamente golpear el dorso de Alain o al menos su brazo, pero solo me encuentro con un espacio vacío y tropiezo. Me tambaleo evitando con bastante dificultad la caída, pero no el golpe en mi espalda.

Se acabó, me tiene. ¡Maldición!

―Suficiente ―lo escucho decir, al mismo tiempo que retira su mano de mi espalda.

Me gustaría culpar al suelo irregular o el cambio de arma, ya que ahora no se trata de las espadas improvisadas de madera o las que son delgadas, pero no es nada de eso. Me giro despacio viendo como deja caer su propia arma y da un par de pasos atrás.

Gruño sintiéndome frustrada. Con mi actual nivel no podría contener siquiera a un repudiado, mucho menos proteger a alguien.

―No he conseguido ni siquiera rozarte ―me quejo, sin ocultar mi malestar.

Por mucho que él diga que esto solo es un pequeño entrenamiento, es demasiado frustrante ni siquiera arañar su ropa. Como él ha hecho con la mía. Normalmente soy mejor que eso, pero hoy me he ganado un par de buenos cortes que tendré que curarme antes de llegar a casa.

Alain sonríe, luciendo complacido y tranquilo, dejando atrás su postura de combate. Sorprendentemente, la mayoría de las veces su actitud es tan relajada y tan bromista, que nadie creería lo bueno que es luchando.

―Tranquila. Has mejorado... ―definitivamente, no coincido con su comentario―, pero te distraes fácilmente y lo más importante ―eleva uno de sus dedos, agitándolo de un lado a otro―, te dejas llevar por tus impulsos.

―No lo hago... ―protesto débilmente pasándome el brazo por la frente.

―Lo haces, Gema. ―Sacude la cabeza, pero su expresión sigue siendo tranquila. El hecho de que no se muestre enojado me hace sentir peor―. Cuando atacas, debes tener la cabeza fría, saber dónde quieres golpear y no pensar en fallar, porque no puedes permitirte hacerlo. Esas cosas no te van a avisar ni van a esperar a que logres darles.

―Ya lo sé ―digo molesta. No con él, sino conmigo misma.

Está en lo cierto, en las últimas semanas hay una sola cosa que llena mi cabeza y que me mantiene distraída, pero es algo que, sin importar nuestra amistad, no puedo admitir.

Le entrego la espada antes de comenzar a ordenar mi pelo y cambiar mi ropa, y me limpio los rastros de sudor con las mangas de mi viejo atuendo. Tengo el tiempo justo para llegar a la tienda. Mi ocupación no es algo pesado ni muy complicado, soy muy afortunada, lo admito, aunque eso es básicamente gracias a la amistad que tengo con Lina y a la paciencia de su padre, Albert.

―¿Cómo sigue tu madre? ―Mis manos se congelan, justo cuando termino de reemplazar el viejo vestido que uso para practicar, pero me obligo a continuar.

―Un poco mejor. Aunque ya sabes, nadie quiere correr el riesgo. ―Me encojo de hombros, queriendo aparentar normalidad.

―Seguro que la admiten de vuelta una vez que se recupere. ―Me alivia comprobar la ausencia de sospecha en sus ojos.

―Eso espero.

Los créditos que se requieren para los alimentos han incrementado y mis hermanos comienzan a crecer y tener más necesidades, no solo de ropa o comida. Me molesta la idea de que tengan que trabajar siendo tan jóvenes. Realmente me gustaría algo mejor para ellos. Para toda mi familia.

La donante (#1 ) *Resubida*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora