Capítulo 42

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Mentiría si dijese que Duncan se encontraba igual que siempre después de haberse encontrado con Justin. A pesar de no haber entablado casi conversación, ni miradas, sabía que en su conciencia rondaba la culpabilidad, o quizás nostalgia de estar tanto tiempo sin hablarse con sus hermanos.

En estos momentos, Duncan, estaba apoyado en mi pequeño balcón, mirando las frías calles de la ciudad. Caminé hacia él y le toqué el hombro, su leve movimiento de cabeza me afirmaron que se había dado cuenta que estaba detrás de él.

— ¿Estás bien, Duncan?

— Mmh, si.

Su tono de voz no era muy convincente.

— Duncan, puedes hablar con tus hermanos cuando quieras. Te estás quedando aquí, pero ellos son tu familia, siempre puedes ir.

— ¿Ellos saben que estoy contigo?

Yo asentí.

— No sé, solo me sentí mal después de este tiempo sin saber de ellos...

Hice una pequeña mueca a la vez que me acercaba a abrazarlo. Él tardó unos segundos en devolverme el abrazo, pero me apretó fuerte, cómo si ese abrazo le curase aquellas heridas medio abiertas.

Al separarnos, sus labios chocaron inesperadamente con los míos. Me tuve que sujetar a sus hombros para no caerme al suelo. Sus besos eran la cura a mis demonios. Sus brazos me envolvieron para no caer, acariciando cada rincón de mi cuerpo. Mis labios correspondieron al beso increíble que estaba recibiendo. Las mariposas eran demasiado pequeñas para describir lo que sentía yo en esos momentos en mi estómago.

Mínimo eran elefantes.

Nos separamos por falta de aire y abrió los ojos buscando respuesta en los míos.

— Yo...

— Me ha gustado, Duncan.

Mi respuesta le hizo soltar un suspiro y una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Sin pensarlo dos veces volvió a juntar nuestros labios y me empujó dentro del apartamento. Caminamos hasta que mis piernas chocaron con el sofá del pequeño salón. El cayó sentado y sus manos cogieron mis piernas para que me quedase a horcajadas. Sus manos se paseaban por todas las curvas de mi cuerpo, desde mis pechos voluminosos hasta mi culo, pasando por mi cintura y subiendo a acariciar mi cabello, con tiradas hacia atrás muy leves.

Mis manos recorrían su pecho, sus brazos, todo de él era un auténtico manjar masculino. Estaba nerviosa, no iba a negarlo. Estar con Duncan de esta manera después de tanto tiempo, podía ser muy bueno o muy malo. Duncan no me veía cómo antes, quizás sólo iba a ser sexo pasajero para él. Quizás después de esto me abandonaría.

Mis pensamientos hicieron que me separase de golpe de aquel beso que me estaba reviviendo el corazón.

— ¿Qué pasa?

La voz de Duncan salió más ronca de lo normal. Sus ojos me miraron buscando la respuesta a su pregunta. Sus manos se encontraban en mi culo, y su cara mostraba la viva imagen del deseo. Sus ojos brillaban, sus mejillas estaban rojitas, y sus labios muy hinchados.

— Yo... —susurré, mi voz también se notaba diferente,— No puedo, Duncan...

Aparté la mirada aguantando mi vergüenza. Me daba vergüenza estar en esta situación. Lo deseaba, deseaba que me tocase, que me besase, que me hiciese el amor de mil maneras, que... me amase como yo lo amaba.

— ¿Hice algo mal? ¿Te he hecho daño? — sus manos se apartaron de mi culo para situarse en mi cintura, a la vez que sus ojos me inspeccionaban.

— No, no, no es tu culpa, Duncan, yo solo... —suspiré,— No puedo, lo siento.

Agaché la cabeza avergonzada de mi comportamiento, seguro estaría pensando que era una cría. Sus manos acunaron mi cara y mis ojos se encontraron con los suyos.

— No lo sientas, no tienes nada que sentir, yo jamás te obligaré a hacer nada que no quieras. No pasa nada Rosie, haremos lo que tú quieras.

Su voz sonó suave, sus manos acariciaban mis mejillas cómo si se tratase de porcelana. Sonreí ante sus palabras, y me puse a su lado en el sofá.

— Gracias.

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