Capítulo 11

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Una semana después.

—¿Rosie, puedes venir un momento? —preguntó Luisa desde la cocina. Me levanté del sofá despacio y caminé a la cocina. Mis heridas y hematomas habían mejorado notablemente. Y la verdad que ya me sentía mucho mejor.

—Dime.

—Necesito que lleves estos pasteles al frigorífico.

Me dio dos cajas que contenían pastel y abrí el frigorífico con mi mano sobrante. Metí poco a poco las cajas y lo cerré.

—¿Cuando vendrá Duncan? —pregunté impaciente. Hoy era el cumpleaños de Duncan y había una pequeña fiesta en su casa. Con sus amigos y familiares. Eran las 5 pm y todos venían a las 6 pm. Duncan vendría sobre las 6:30 pm y sería todo perfecto.

—A las 6, cielo. Ve a ponerte hermosa, corre —dijo. Subí escaleras arriba y me metí al baño. Me di una pequeña ducha y salí con cuidado. Me envolví en una toalla y caminé a la habitación. Entonces recordé que no tenía ropa.

—¡Luisa ven, por favor! — grité. Vi a la señora subir alarmada y sonreí nerviosa.— No tengo ropa.

—Oh, cielos. Es verdad cariño, espera un momento —me metí a la habitación mientras Luisa iba a otra. Me senté en la cama suspirando y vi que entró de nuevo con tres cajas pequeñas en sus manos. Las dejó sobre la cama y me miró.

—¿Qué es?

—Vestidos, será una fiesta formal y elegante, ya sabes cómo son estos ricos. Así que deberás ponerte hermosa. Pruébatelos y los vemos.

—Perfecto.

Me desnudé y me puse la ropa interior. Abrí la primera caja y sonreí. Su color era rojo. Era corto y muy sencillo. Me agradaba pero al tener la espalda descubierta, dejaba mucho que ver y eso no me gustaba.

—Este no me gusta por la espalda —dije antes de probármelo. Luisa asintió y abrí la siguiente caja. Era un vestido blanco cómo de cancán. Me lo probé y me miré al espejo. No me terminaba de gustar.

—No me gustaba —habló Luisa y asentí concordando con ella. Abrí la siguiente caja y lo saqué. Este era largo y de un color turquesa. Me lo probé y me miré al espejo. Me quedaba genial.

—¡Ese! ¡Un momento! —gritó Luisa corriendo fuera del cuarto

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—¡Ese! ¡Un momento! —gritó Luisa corriendo fuera del cuarto. Reí y sonreí mirándome. Luisa trajo unos tacones beige de tacón fino muy delicados. Me los puse y sonreí.

—Me encanta. ¡Gracias Luisa!

La abracé y ella sonrió.

—Aún no he terminado, pequeña. Siéntate en la cama —ordenó y la obedecí. Trajo un maletín y lo abrió. Todo era maquillaje así que supuse que me maquillaría.

Tras quince minutos de intensos toques en mi cara, me quedó un maquillaje sencillo y perfecto. Me había echo una coleta alta en el cabello y quedaba genial.

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