Capítulo 3

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Me quedé despierta hasta las 4 de la mañana con el móvil en la mano. Larry me obligaba a quedarme despierta hasta que él venía de fiesta o de salir con sus amigos. En cuanto al móvil, él llamaba cada cierto tiempo para corroborar que ni estaba dormida ni estaba con algún hombre.

Oí la puerta de la entrada abrirse y me levanté del sofá para mirar a Larry. Iba muy borracho y en cuanto puso sus ojos encima de mi, sabía lo que venía.

—Hola amor —dije con una voz temblorosa. Él cerró la puerta de un portazo y vino hacia mi.

—Hola.

—Voy a dormir ¿si? —dije tratando de zafarme de él. No quería nada de lo que estuviera pasando por su cabeza.

—¡Maldita sea, no te he dicho eso! ¡Ven ahora mismo!

Gritó y palidecí. Me acerqué a él y me cogió de la cintura tirándome al sofá. Gruñí de dolor al sentir que me quitaba la ropa a golpes.

—Amor, me haces daño —hablé cuando empezó a morder salvajemente mi cuello. Odiaba mi vida, odiaba esto.

Sus manos agarraron fuertemente mi cintura a la vez que mordía mi cuello. De pronto paró y se quitó sus pantalones y sacando su miembro erecto. Mis ojos se cerraron aguantando las lágrimas, ya que él odiaba verme llorar.

—Mírame, puta —habló sujetando mi mandíbula fuertemente. Mis ojos se abrieron y vi que me miraba con odio.—Vas a saber lo que es un hombre.

Me penetró de manera brutal y ahogué un gritó de dolor. Maldita sea, dolía muchísimo. Empezó a moverse muy rápido mientras sus gemidos se colaban en mis oídos cómo cuchillos. Su cara me miró y su mano fue directa a mi mejilla.

—¿No te gusta?

Preguntó y asentí. Él empezó a moverse más duro y sentí mi vagina arder muchísimo. Un gemido ahogado me dio la señal de que se había corrido. Salió de mi y me dejó en el sofá tumbada y sola. Cerré los ojos y traté de dormir lo que pude.

(...)

La alarma empezó a sonar a las 8. Me levanté lentamente y la apagué. Había dormido en el sofá y por tanto, tenía la espalda echa un desastre.

Caminé al baño y me desnudé lentamente. Mi cuerpo ardía muchísimo, y sobre todo mi parte íntima. Encendí el agua caliente y me metí. Me bañé lo más rápido que pude y cerré el agua. Envolví mi cuerpo en una toalla y mi cabello igual. Me sequé la cara bien y empecé a echar corrector y base. Cuando terminé de maquillarme, me miré y asentí conformándome con que había tapado lo suficiente. Me sequé el cabello con el secador y lo dejé caer sobre mis hombros naturalmente. Me vestí con unos jeans negros pitillo, una camisa por dentro verde militar y unos tacones blancos. Cogí mi bolso y metí mi móvil, mis llaves y dinero. Cogí la carpeta con los folios rellenados que me dio ayer Justin Hamilton y los metí también al bolso. Anduve hasta la entrada y salí de casa. Cerré con llave y llamé al ascensor.

(...)

Llegué a la empresa un minuto antes de las nueve y corrí al ascensor.

—¿Señorita Scott? —oí una voz detrás mía y me giré. Vi a Duncan Hamilton y sonreí tímidamente.

—¿Necesita algo, señor?

—¿No prefiere ir en el otro ascensor? —señaló un ascensor que estaba más apartado y necesitabas un pase para ir a él. Seguramente sería de los jefes y personal autorizado.

—Umm, gracias sí.

Contesté caminando hacia el ascensor. Él puso su tarjeta en una pantalla del ascensor y este cerró sus puertas. Duncan marcó el piso 7 y miré al suelo.

—¿Se ha leído las normas?

Preguntó y tragué saliva.

—No pude, lo siento mucho. Pero si he firmado lo que su hermano me dio.

—Perfecto —susurró. El ascensor llegó al número siete y sus puertas se abrieron. Salí primera y acto seguido, él.

—Buenos días, Daniela —saludó Duncan a la secretaria de Justin. Esta le sonrió enseñando sus dientes y después me miró a mi con una mirada de advertencia.

—Venga conmigo, señorita Scott.

Habló Duncan sacándome de mi ensoñamiento. Asentí a su mandato y caminamos a su oficina. Entramos y vi a Justin mirar unos papeles.

—Buenos días, Justin.

Hablé y él nos miró.

—Buenos días, Rosie.

—¿Donde trabajaré?

Pregunté mordiéndome el labio inferior nerviosa.

—Aquí. Serás la secretaria de mi hermano, podrás editar también.

Habló Justin y miré a Duncan. Asentí sin rechistar y saqué los papeles que me dieron ayer para dárselos. Eran sobre si padecía enfermedades o algo así.

—Aquí tiene —le entregué los papeles a Justin y los miró.

—Bien. Duncan a trabajar y tú igual.

Duncan caminó a la oficina de al lado y lo seguí. Él se sentó en su silla giratoria y me hizo una seña para que me sentase.

—Bien, Rosie. ¿Puedo llamarte así? —preguntó seriamente y asentí.—Trabajarás en la mesa que hay libre fuera, frente a mi oficina. Tu horario es de 9 de la mañana a 6 de la tarde, excepto cuando haya reuniones o algo así. El salario mensual es de 10000$, y si haces horas extra ganarás más. Tu horario de comidas es de 11-11:30 de la mañana, y de 3 de la tarde a 3 y media de la tarde.

—Perfecto, señor.

—Llámame Duncan. ¿Quieres que te lea las normas?

Asentí y cogió los papeles que ponían las normas.

—Uno, no improvises, sigue las normas y cumple lo que se te mande. Dos, respeto a todos tus compañeros y por supuesto a los jefes. Tres, no se permiten relaciones amorosas con ningún compañero o jefe. Cuatro, presta atención a todo lo que haces. Cinco, mantén limpio y ordenado tu puesto de trabajo. Seis, prohibido fumar y beber durante su turno de trabajo. Siete, tu imagen debe ser limpia y suave. Ocho, el personal no debe tener un físico malherido o sufrir lesiones por parte de otros. Nueve, su imagen debe ser feliz y alegre, siempre con una sonrisa. Diez, nada de discusiones que llamen la atención.

Suspiré y asentí.

—¿Está de acuerdo con todas? —preguntó y asentí.

—Perfecto, Rosie.

Habló. Me levanté con una sonrisa y salí de la oficina. Caminé a la mesa pegada a la oficina de Duncan y me senté. Dejé mi bolso al lado de mis pies y enchufé el ordenador.

El teléfono empezó a sonar y lo cogí.

—Rosie Scott, secretaria del señor Duncan Hamilton.

Pásame con Duncan —oí una voz femenina y muy aguda.

—¿Quién es usted?

A ti que te importa, pásamelo ya.

—Señorita, necesito saber quién es.

Intenté mantener la calma.

—¡Pásame a mi novio, maldita niñata!

Gritó y acto seguido, colgué. No iba a permitir que me hablasen así.

Maltratada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora