Venecia

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Acarició disimuladamente su estómago con una mano. Se sentía pesado, inflado como un globo y se arrepintió de haber comido tanto antes de subir al avión. Aunque nadie podía culparlo, los croissants eran demasiado ricos para ignorarlos o solo comer uno.

No sabía cuál era la razón; si fueron los sabores nuevos y exquisitos, el hecho de que estaba lejos de la persona que le causaba estrés o el viaje junto a su novio, pero después de tantos meses volvió a tener apetito.

Siempre tenía hambre, pero la mayor parte del tiempo no tenía apetito. Por ello, comió tantos croissants hasta que su estómago no pudo más. Por fortuna, ya no tenía ganas de vomitar como lo hacía en el pasado.

La única molestia que tenía era la pesadez. 

Cuando llegó a Italia no tenía hambre, pero el olor a comida de los puestos le abrió el apetito, de nuevo. Sabía que si comía algo más terminaría vomitando todo, por ello intentó evitar poner tanta atención a sus malestares y se enfocó en el agua que rodeaba a la ciudad y las góndolas que se veían a la distancia.

Su novio le sostenía de la mano, haciéndole caminar por toda Venecia. Aunque el paseo era increíble -sin contar el hecho de que llamaban la atención al ser extranjeros chinos-, le dolían las caderas.

La noche anterior, en medio del estado de ebriedad, terminó con las piernas en los hombros de Xue Yang. Sus músculos habían sido estirados y empujados, por lo tanto, el cansancio y el dolor no le dejaban disfrutar enteramente del viaje.

No dijo nada porque, joder ¿Estar en un destino turístico sin que nadie sepa y desperdiciar la oportunidad? No, ni siquiera si estuviera con una pierna rota.

—¡Helado! —exclamó Xue Yang girando el rostro hacia un vendedor ambulante— ¿Te apetece uno? —preguntó emocionado.

—No —murmuró inseguro— compra uno para ti y me compartes un poco, ¿sí? —sonrió luego de dar la sugerencia.

Chengmei asintió, lo jaló de la mano hasta llevarlo al puesto donde comenzó a hablar en italiano. Al parecer, la lengua de Xue Yang era hábil hasta en los idiomas. Sonrió para sí mismo cuando notó la felicidad infantil e inocente de Xue Yang al probar el helado.

Algunas veces, el rostro coqueto y descarado de Chengmei cambiaba a ser el de un niño indefenso, cosa que amaba y le llenaba de ternura.

El cono donde pusieron el postre cremoso tenía semillas en la parte superior pegadas con algo dulce, tal vez azúcar, tal vez miel. Su novio le extendió el postre para que le diera una probada, así que obedeció.

El sabor fue nuevo para él: sabía a leche, vainilla y otro sabor que no distinguió, pero tenía un toque tan rico en aquella combinación. Aun así pensó en esperar al otro día para comer uno entero.

Hasta ese momento se dio cuenta de que en los meses pasados no había comido bien, que por esa razón su estómago se sentía lleno. Fue como un balde de agua fría que llegó sin aviso.

Ignoró ese pensamiento poniendo atención a Chengmei, quién lo condujo a unos callejones donde terminaron encontrando un hotel arriba de un bar.

—Creí que iríamos a una cabaña alejada de la sociedad —comentó el modelo una vez que entraron al edificio.

—Iremos —aseguró apretando los dedos entrelazados—. Primero quiero llevarte a Murano y Burano. Después, nos iremos a esconder del mundo —explicó con una sonrisa de satisfacción.

Aunque no era lo que Xingchen había pensado, el plan seguía siendo bueno. Estar por la ciudad conociendo antes de encerrarse sonaba como una excelente idea.

Getaway carDonde viven las historias. Descúbrelo ahora