Diario de Ion, 8 de junio de 1065.

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Otra semana ha pasado en este mundo. Las buenas noticias primero. Tal parece que logré bajar bastante de peso. No me veo tan hinchado como antes. Además puedo estar más tiempo trotando o luchando. Lástima que todavía no tengo el vientre con cuadrados. A su vez, estuve practicando con el poncho, hasta el punto en que ya puedo formar un buen destello con él. Más que nada, hice esas dos cosas, entrenar mi cuerpo y la circulación de mi sangre etérea. Eda insistió a que me limite a ello hasta el día de hoy. Tal fue la atención de mi anfitriona al entrenamiento, que le pareció raro que no solo trabajara la musculatura de mis brazos y piernas, también la de mi vientre y pecho. Hoy a la mañana, cuando estábamos tomando el desayuno, esto fue lo que me preguntó:

- Che, Ion, noté que estabas entrenando de más. ¿De verdad te preocupa tu cuerpo?

- ¿Te molesta?

- No, pero me llama la atención.

- Sí, me preocupa. Siento que podría tener un mejor aspecto.

- Honestamente, no me parece para tanto. No me desagrada tu aspecto físico. Y no creo que a las demás les resulte un incordio. - Eda desvió por un momento su mirada hacia las chicas, mientras sonreía de forma pícara.

Las declaraciones de mi anfitriona me hizo sentir bien. Por un instante, pensé que tal vez podía dejar eso de lado. Pero entonces, recordé los exuberantes cuerpos de las elfas, de la orca y de la mujer-planta. No puedo rodearme de semejantes diosas con un físico tan deprimente, tan normal, tan vulgar. Quiero darles lo mejor. No voy a parar ahora.

Luego del desayuno, Eda y yo nos reunimos en el claro. Esta vez, no llevé el poncho conmigo, pero si el anillo blanco y el cuchillo amarillento. Ni bien llegamos al punto exacto en el que mi tutora quería estar, golpeó con el asta de su guadaña el suelo, haciendo brota al menos unos cuarenta troncos, un poco más altos que nosotros, apilados como si fuera pinos de bowling. Acto seguido, se volteó a verme y dijo:

- Quiero que lances un hechizo contra esos troncos. Uno solo. Cualquiera.

Aunque me extrañó un poco, acaté la orden de mi tutora. Me paré delante de mis blancos, alcé mi daga sobre mi cabeza e imaginé un potente hechizo de viento en ella. Demasiado potente. Ni bien pensé en él, una violenta ráfaga se formó en la hoja, casi como un tornado en miniatura. Asustado, pegué un corte al aire, arrojando el conjuro.

El ejército de troncos en frente mío estalló. Ni un solo pedazo de madera quedó intacto. Una enorme explosión de vientos huracanados se alzó en su lugar, dejando un enorme cráter al disiparse. Anonadado y asustado, contemplé el espectáculo, mientras una lluvia de tierra y astillas caía sobre mi.

- Bastante bien... - Comentó Eda, esbozando una sonrisa mezcla de satisfacción y sobresalto, como si la complacencia se hubiese fusionado con el miedo.

- ¿Este es... el resultado de usar el poncho?

- Exacto. Para esto sirve el kiriridyju.

- Pero, lo usé para ensayar hechizos de luz, ¿también funciona con los de otros elementos?

- Sí, da igual que elemento uses. Lo que estabas entrenando es tu sangre etérea en general, no tu elemento luz. La gente no tiene más de una magia, así como solo poseen un sistema circulatorio. De hecho, de esa manera es como se cree que funciona. No le dicen "sangre" por nada.

Eda, de un bastonazo contra la tierra, reconstruyó todo el terreno. Una vez más, formó un pelotón de troncos. Pero esta vez me aclaró:

- Ahora trata de lanzar conjuros más controlados.

Tal como me lo pidió Eda, me las ingenié para lanzar hechizos más chicos, más controlados. La segunda ráfaga solo hizo estallar la mitad de los troncos... Pero las siguientes sí fueron más tenues. Así estuve entrenando hasta la hora del almuerzo.

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora