Diario de Eda, 28 de septiembre de 1065.

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La base del enemigo, una amplia fortaleza de hormigón armado rodeada de una empalizada de postes de acero, lucía aun más siniestra bajo el manto oscuro y nublado de la noche. Había varias patrullas de aquellos tanques bípedos vigilando los alrededores. Dentro, el fuerte resguardaba un par de altos edificios: barracas, un arsenal, un almacén y un puesto de mando. Nidos de ametralladoras y faros llenaban las torres en cada esquina de las murallas. Incluso la guarnición usaba máscaras de gas, previendo cualquier ataque con mi neblina. Iba a ser muy difícil asaltar aquel establecimiento, pero no me importaba. Tenía que rescatar a Ion a como de lugar.

Averiguar sobre esta fortaleza fue fácil. Solo tuvimos que arrancarles las uñas a unos cuantos prisioneros. Nos tomó un día llegar hasta la base, que estaba al sur de la capital. Podía oler a la perfección la repulsiva fragancia de Elsa, junto con la del hijo de Sanchez. Dejamos a los varones elfos alrededor del fuerte, armados con rifles con miras telescópicas que Adelina nos había ofrecido. Una vez todos estaban en sus posiciones, alcé mi guadaña sobre mi cabeza y la agité, propagando una densa niebla sobre el establecimiento. Los soldados enemigos comenzaron a agruparse en nuestra dirección, mientras los tanques bípedos caminaban hacia nosotros. Sus máscaras los protegían de mis esporas, pero no era lo único que tenía mi neblina.

Con un chasquido de dedos, gruesos y retorcidos arboles de filosas y puntiagudas ramas brotaron del suelo, como monstruosos pulpos, deshaciendo las formaciones de la infantería, empalando y desmembrando a los soldados de la misma manera en que lo haría las garras de un enorme animal, formando dentro del fuerte y en la empalizada tétricas marañas de carne, huesos y madera. Las patas de los tanques quedaron destrozadas por las raíces, endurecidas con mi aura, que emergieron desde la tierra. Incluso las torres con ametralladoras se desplomaron, desgarradas por los torcidos troncos. La idea de Celeste funcionó a la perfección. No solo había matado gran parte de la guarnición, sino que ahora tenía bajo mi control gran parte del terreno de la base.

Celeste, transformada en aquella fiera, cargó a toda velocidad contra lo que quedaba de las máquinas, esquivando los cañonazos con su velocidad sobrehumana, como un tiburón que ha olido la sangre de una presa. Leticia y Clara la siguieron de cerca, acribillando e incinerando a los infantes que corrían a interceptarla, con metralla de hierro y bolas de fuego. Una vez mi compañera, la bruja-tigre, terminó de matar a los tripulantes del último tanque, Nia se aproximó, cubierta por mis ramas y las placas de metal de la ogra, e invocó una feroz marea de troncos que, como un colosal ariete, destruyó y abrió una brecha en la empalizada y el muro.

Al instante, mandé a mis infectados, aquellos a los que Ion llama "zombies", al interior de la fortaleza en una voraz estampida, propagando el caos dentro de la base a dentelladas. Mientras mis títeres se lanzaban contra la yugular de lo que quedaba de la guarnición, lideré a las guerreras y a los conscriptos de Guaranay a través de las brechas. Cada oponente que trataba de frenarnos era atravesado por las ramas de mis arboles.

Y entonces, un furioso relámpago estalló dentro de la fortaleza, destruyendo parte del matorral de ramas que había creado, quemando a mis infectados como si fueran mero papel. Entre las llamas, las ardientes astillas y el hedor a carne quemada, el hijo de Sanchez apareció, caminando hacia nosotros, rodeado de varios soldados, con una herviente ira reflejada en los chispeantes rayos que envolvían su cuerpo. Por un momento, una inquietante duda me invadió. No veía a Elsa, pero aun podía oler su siniestra y pútrida fragancia. ¿¡Dónde estaba!?

Esta vez, lancé de inmediato una lluvia de gruesas agujas de madera contra el muchacho. Quería sacarlo del combate cuanto antes. El joven deshizo la metralla con un potente relámpago de su maza. Antes de que este me alcanzara, Leticia se colocó delante de mi de un salto y levantó un metálico muro de un pisotón, frenando de manera abrupta el arrasador hechizo. Ni bien el conjuro terminó de agrietar parte de la protección, la ogra le pegó una patada, reventándola en una lluvia de balas. El hijo de Sanchez esquivó las esquirlas con una increíble velocidad, dejando que parte de sus compañeros fueran acribillados por estas.

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora