Diario de Eda, 26 de septiembre de 1065.

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Lo primero que sentí, pocos minutos después del amanecer, fue un horrendo y familiar hedor a muerte, a carne quemada y putrefacción. Aquella horripilante fragancia de sangre etérea me sacó del sueño. De inmediato, me levanté, al mismo tiempo que Celeste, quien también había percibido esa pestilencia. Tomé mi guadaña, me vestí y, antes de que pudiera decirme algo, le ordené:

- ¡Despierta a las demás! ¡Yo despertaré a Ion!

Mi compañera, transformando sus piernas y brazos en robustas patas, recorrió la casa, gritándole a todas para que se levantaran. Me abalancé sobre Ion, lo agarré de los hombros y lo sacudí hasta que empezó a abrir los ojos. Ni bien alcanzó a preguntar "¿qué está pasando?", le dije:

- ¡Vistete, toma tu daga y sigueme! ¡Tenemos al enemigo a las puertas!

Una expresión de miedo y sobresalto se esbozó en su cara. Ion entendió al instante lo que trataba de decirle y, como un rayo, se paró y se vistió. Acto seguido, lo tomé de la mano y lo hice bajar las escaleras, justo hacia donde Celeste estaba reuniendo a las chicas. Todas estaban alarmadas, con toques de rabia achispando la creciente consternación que sentían. De inmediato, nos dirigimos hacia la salida...

Antes de cruzar el umbral, un bestial estallido resonó a un par de cuadras. Pude ver por la ventana como unos pequeños fragmentos de escombros llovían sobre la calle. Mi corazón se encogió cuando tres explosiones más se produjeron incluso más cerca. Varias balas silbaron sobre nuestra vivienda, antes de caer sobre el centro, reventando un puñado de manzanas. Los estallidos se volvieron tan constantes como una tormenta, levantando una enorme nube de polvo en la ciudad. Los temblores que generaba el bombardeo eran tan bestiales que, por un momento, pensé que se iba a abrir una quebradura en la tierra.

Salimos a los pocos minutos de que el último proyectil detonó contra la capital. Ni bien cruzamos el umbral, un tétrico escenario se mostró ante nosotros. Apenas había un par de edificios en pie en cada cuadra, rodeados de montañas de escombros tan altas como una iglesia. La ciudad estaba sembrada con enormes cráteres, tan profundos como un lago. Los restos de la urbe estaban saturados de cadáveres, o de partes de estos, desperdigados entre los restos como sanguinolentas semillas. Varias de mis guerreras habían caído, pero la peor parte se la habían llevado los propios vecinos. Miles de jurua, de tez clara o trigueña, bañaban el suelo con su sangre. Nos atacaron sin importarles en lo más mínimo matar a su propia gente...

Y entonces, el hedor de aquella pestilente sangre etérea se hizo más fuerte, como si la muerte se aproximara hacia nosotros. Peor aun, más olores de todo tipo de magias alcanzaron mi nariz, incluso uno que apestaba a quemado, a amargo, como si lo que estuviera oliendo fuera un vehemente rencor. De inmediato, Adelina vino corriendo hacia nosotros, desesperada por aquel bestial bombardeo. Juntas ordenamos que las guerreras y los soldados que quedaban se prepararan para recibir al enemigo. Nos aseguramos que todos estuvieran bien armados. Hasta nos pusimos las máscaras de gas, previendo otro tipo de ataque.

Los disparos y los hechizos comenzaron a rugir a lo lejos, como una voraz tormenta. Corrimos hacia el fragor de la batalla, guiados por la pestilencia a sangre y a magia, directo hacia donde debía estar aquella retorcida oficial, Elsa. Enormes máquinas caían delante de nosotros, abatidas por los poderosos conjuros de nuestras compañeras, obstruyendo una vez más la avenida de la capital. Las combatientes habían conseguido formar un par de trincheras y coberturas, frenando el avance del enemigo. Los cadáveres de los contrincantes estaban llenando las calles.

Y entonces, de manera repentina, un gran y brutal relámpago se precipitó sobre nuestras compañeras. Una enorme tempestad de polvo y escombros se alzó, cubriendo toda la avenida. Al disiparse, observamos abrumados como las defensas se habían deshecho, muchas guerreras habían caído calcinadas y un enorme cráter deformaba la calle.

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora