Diario de Ion, 20 de septiembre de 1065.

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Al abrir mis ojos, lo primero que vi justo sobre mi fue las planchas de madera que sostenían el inclinado techo de tejas de mi nueva residencia. El sol de la mañana se filtraba por la ventana a mi izquierda, aclarando su color pardo. Paredes blancas de yeso limitaban mi habitación, brillando con la luz del astro. El bullicio de la plaza se colaba desde muy temprano en el cuarto. Me alcé levemente para contemplar la gran cama matrimonial en la que dormía, y a mis compañeras. Eda y Celeste estaban acostadas a cada lado, desnudas, como si hubieran pasado toda la noche cuidando de mi. No tardaron en despertarse y en dedicarme una traviesa sonrisa.

Entonces, Anais abrió la puerta de la habitación y nos dijo que bajáramos a desayunar. No le incomodó ver a su hermana y a la bruja-tigre desnudas a mi lado. Tal parece que ya se había acostumbrado a ello. Para ser el último día de invierno, hacia bastante calor, por lo que las elfas no se molestaron en vestirse. Descendieron por las escaleras usando solo unas sandalias, hasta llegar al comedor..., donde Leticia, Nia y Clara las estaban esperando..., también sin ropa. La rubia y la grandullona se taparon con los brazos al verme, mostrando algo de pudor con sus rostros ruborizados. Inquieto, pregunté:

- ¿Por qué están casi todas desnudas... ?

- ¿Por qué no? Hace calor... - Respondió Eda.

- Pero, ¿no les incomoda estar desnudas frente a mi?

- Bueno, las elfas del pueblo ndya no usábamos mucha ropa en tiempos antiguos... - Explicó Celeste.

- Pero estamos en el ahora...

- Cierto. Sí que es medio incómodo estar sin ropa delante tuya. - Afirmó Eda. - Lo justo sería que vos también te desnudes...

- ¿¡Qué!?

- Sí, si voy a estar desvestida frente a ti, lo justo es que vos también te desnudes. - Agregó Leticia, acercándose a mi.

- Por supuesto. Las mujeres no deberíamos ser las únicas en enseñar carne. - Declaró Celeste, sujetándome de los hombros.

- ¿Esto no está yendo muy lejos? ¡Esperen!

Forcejeé para tratar de quitarme las manos de Celeste de encima. En ese momento, Clara se levantó, se acercó a mi y con una sonrisa irónica me dijo:

- Te acostumbraras...

La declaración de Clara me generó un escalofrío. Las elfas, la grandullona y Nia, movidas por una lujuriosa mordacidad, me levantaron, me quitaron los pantalones, la camisa y hasta los calzoncillos, y me dejaron con las vergüenzas al aire. Celeste, con sus ojos clavados en mi cuerpecito, mencionó:

- ¡Ey! ¡Bajaste de peso!

- ¡Recién ahora te das cuenta! ¡A parte, es lo único que se te ocurre decir en una situación así! - Exclamé, avergonzado. - De todas formas..., ¿por qué Anais no se desnuda?

- Nunca fui muy apegada a mis tradiciones. - Respondió la hermana de Eda con mordacidad, encogiéndose de hombros.

- ¿Quieres ver a mi hermana desnuda? No sabía que te gustaban tan jóvenes. - Comentó Eda.

- ¡No lo digo por eso! - Traté de aclarar.

- ¡Tranquilo, Ion! Anais es mayor de edad... - Explicó Eda.

- Por dos años. - Agregó Anais.

Leticia y Anais nos sirvieron café y dejaron en la mesa un plato lleno de medialunas y otro lleno de tostadas. Al lado estaban dos frascos, uno con mermelada de batata y otro con dulce de leche. Agarré uno de los "croissant" y, usando un cuchillo, lo unté en dulce de leche. Al darle una mordida, un dulzor suave pero empalagoso alcanzó mi lengua. Era maravilloso, como el dulce que comía en mi mundo, incluso mejor. No esperaba algo semejante de la capital de esta provincia, pero creo que debí preverlo dado que por aquí este tipo de comidas aun se elaboran de manera artesanal, sin intervención de ninguna máquina. Hasta el café tenía un sabor distinto, más ligero que el que las elfas saqueaban de los militares.

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora