Diario de Ion, 20 de mayo de 1065.

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No me costó mucho permanecer despierto hasta que la grandullona y la hermana de Eda se durmieron. Hoy también tuve la sensación de que alguien me observaba en medio de las tinieblas, pero sin saber desde donde. Supongo que no debe ser nada de que preocuparse, pero es molesto. Además tenía la cabeza llena de preguntas e ideas. Debe ser algo lógico, teniendo en cuenta mi situación. No solo me intrigaba la propuesta de mi anfitriona, sino también que otras sorpresas tenía preparadas este mundo.

A la media hora de que las chicas se fueran a dormir, escuché unos pasos resonando contra la madera del suelo. La noche estaba tan despejada como ayer, por lo que la luz de la luna se filtraba dentro de la casa. Iluminada por el haz que resplandecía en el centro de la habitación, apareció la chaman, caminando directamente hacia mi, con una sonrisa traviesa en su rostro. Al acercarse lo suficiente, a una distancia en la que podía ver de manera clara el destello verdoso de sus ojos incluso sin mis lentes, se abalanzó sobre mi, como si fuera una leona sobre su presa.

Sus manos me sujetaban firmemente de los hombros. Con todo su peso sobre ellos se sentía como si fueran columnas. Sus uñas sobre mi piel eran como garras. Sus suaves y carnosas posaderas apretaban un costado de mis caderas. Su semblante se acercó tanto al mío, que podía ver sus ojos relucir con una expresión libidinosa. Sus senos colgaban bajo mi mentón, tan sueltos que si no fuera por su tamaño seguro hubiera visto sus pezones. En vez de eso, estos estaban aplastados contra mi pecho.

- ¿Sabes que voy a hacer ahora? - Esa pregunta emanó de sus labios con una delicadeza seductora.

- Eda, ¿qué está pasando? - Pregunté, tratando de disimular mis nervios con la voz más serena que pude forzar.

- Vengo a darte tu premio, por los resultados de hoy.

- ¿Mi premio... ? Qué graciosa.

- ¿No me crees?

- ¿Cómo te voy a creer si sé que te gusta bromear con... ?

Sus labios se estamparon contra los míos, ahogando mi respuesta. Cualquier duda que pudiera tener sobre las intenciones de mi anfitriona fueron limpiadas por su saliva, suave pero adictiva, que se filtró en mi boca con cada puntada que su lengua daba contrala mía. Eda no me dejó escapar. Me presionó contra la hamaca hasta que, bajo su glúteo, la punta de mi endurecida extremidad quedó completamente mojada.

Una vez se dio cuenta de ello, se apartó, y un poco alarmada, me preguntó:

- ¿Acabaste?

- No, todavía no.

Recuperando su lujuriosa calma y firmeza, la elfa deslizó su mano izquierda hacia mi pantalón, agarrando mi pene de manera algo brusca, y declaró:

- Ahora viene la mejor parte.

Con gráciles movimientos, Eda desabrochó mis pantalones, para luego bajármelos de un tirón. Sus ojos se centraron en mis oscuros calzoncillos, los cuales tenían dos botones a la altura de mis genitales. Al destrabar ambos botones, mi pene emergió de la abertura. Mi anfitriona se quedó observándolo un buen rato. Finalmente, cuando empezó a ponerse flácido, reaccionó:

- ¡Oh!... Un agujero en la ropa interior. ¿Qué práctico?

No supe que responder. No necesité decirle nada para que comenzara a masturbar delicadamente mi falo. Su piel era suave, pero sus dedos se sentían algo fuertes. Mi extremidad estaba siendo estrangulada. No llegaba a doler, pero no estaba tan lejos de ese punto.

Ni bien mi pene recuperó su dureza, se llevó la punta hacia sus labios, dándole un delicado beso. Tan solo por el inesperado besuqueo un leve gemido escapó de mi boca. Había tenido algún que otro pensamiento lujurioso para con Eda, pero nunca pensé que la elfa terminaría dándome semejante trato. No me atreví a pedirle a mi anfitriona mis anteojos para constatar de que no estaba soñando.

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora