Diario de Leticia, 10 de febrero de 1062.

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Es una noche nublada, particularmente fría para un día de verano. Fría y deprimente, un gélido umbral por el cual está pasando mi vida. Hace pocas horas estaba sosteniendo la mano de mamá. Estaba helada..., como un trozo de hielo, descolorida como una hoja. Yacía en la cama, con los ojos cerrados, sumida en el sueño eterno. Ni mis suplicas eran capaz de despertarla... Como cualquier orco del Imperio de Amazon, mi madre fue una esclava, por lo que al morir, incluso después de trabajar toda una vida en la plantación, solo pudo heredarme una revelación...

Tras de mi apareció un hombre adulto de tez clara, de cabello y barba grisácea, ataviado de negro. Posó una mano sobre mi hombro y ni bien volteé a verlo limpió una de mis lágrimas con el pulgar. Se veía afligido, no tanto como yo, pero de verdad lamentaba la partida de mi madre. Abracé su delgado torso, tratando de no lastimarlo, y él acarició mi cabeza. Es el dueño de la plantación..., y mi padre.

Detrás de mi había dos jóvenes de piel blanca, impoluta. Son sus hijas, nacidas libres a diferencia de mi. No son malas personas, pero no se veían muy afectadas por la muerte de mi madre.

Al menos no se molestaron cuando nuestro papá me dejó guardar luto por el resto del día. Estuve al menos hora y media con la mirada perdida, al lado de la cama, sumida en la depresión más profunda. Apenas era capaz de formular una sola pregunta en mi cabeza: "¿Y a hora qué?" Hasta hoy había seguido sus pasos. Me había limitado a ser una criada como ella, pero con ese estilo de vida no iba a ir a ningún lado.

Finalmente, abandoné la habitación de mi madre y deambulé por el pasillo sin rumbo unos minutos, hasta llegar a la sala de estar. Ahí encontré a papá con mis... ¿hermanastras? Estaban sentados en torno a una pequeña mesa, jugando al ajedrez. No fue la primera vez que los vi jugar. Sus partidas a veces duraban horas. Incluso yo misma participaba, aunque no era su rival preferida. Y entonces, la partida terminó y mi padre volteó a verme:

- ¿Quieres jugar?

Accedí a la oferta de papá y me senté delante suyo. Incluso me dejó hacer el primer movimiento. Aunque desganada, me esforcé por dar un buen combate. Revisé el tablero detenidamente, traté de mover las mejores piezas y... No le tomó más de quince minutos ganar. Pero eso solo me despertó ganas de volver a intentarlo. Empecé una nueva partida, y luego otra, y otra. Cada una duraba unos minutos más. Cada una más cerca de mi victoria. Cada una me apartaba más de la depresión. Hasta que se hizo de noche.

 Nunca alcancé el triunfo y no me importa. Me quedo más con una cosa: la cálida mirada de papá. No sé si me ve como a sus hijas, pero ahora sé que no estoy sola. Solo tengo que tratar de estar a la altura..., de acercarme...

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora