El gran día había llegado. Marchamo hacía la capital de la provincia con todo lo necesario, absolutamente todo, hasta la última bala y hasta la última mazorca de maíz. Toda la aldea nos acompañó en nuestro viaje hacia la urbe, incluso las caaporas, los viejos y los niños. De esta forma, no tendríamos que preocuparnos de que ataquen a nuestra gente en nuestra ausencia. Armamos a todo el mundo, al punto de darle cuchillos a los infantes. A su vez, nos aseguramos de que todos tuvieran máscaras de gas, dado el plan que había elaborado mi anfitriona y la bruja-tigre para el asalto. También nos siguió la general de Guaranay y su escolta para supervisar la ofensiva.
Los rojizos techos de la ciudad aparecieron de entre las altas cañas de azúcar y los frondosos cultivos de algodón, como un oasis de urbanización en medio del campo. Subimos a lo alto de aquella colina que las elfas ya conocían, justo al sur, donde se podía ver con claridad las cuadras llenas de sencillos chalets de blancas paredes, de alguna forma tan familiares para mi. A lo lejos se divisaba los grandes muros grises de la fortaleza, y tras esta el ancho río. Y las calles estaban saturadas de soldados, de al menos tres regimientos enteros, entremezclados con los civiles, como si estuvieran esperando nuestro ataque. Había decenas de tanques bípedos, dibujando el cielo con trazos de humo. No tardamos en encontrar a varios mercenarios de la Compañía Salza, incluyendo al enmascarado de uniforme oscuro, Schadel, y al líder, Eric von Salza.
Un ligero temor recorrió mi mente. ¿De verdad podremos contra todos ellos? Esa pregunta me dio escalofrió. Pero, al desviar mi mirada hacia Eda, lo que vi en su rostro no fue miedo o preocupación, sino un ferviente e insaciable odio. Estaba deseosa de atacar, como un tiburón al oler sangre. Incluso su aura empezó a manifestarse como llamas de un pequeño encendedor. No tardé en el adivinar el motivo de su voraz rabia...
- Está ella, ¿verdad? Aquella siniestra oficial... - Murmuré.
- Aquella perra inmunda, dirás... - Corrigió Eda con un tono de voz cargado de fría ira.
En ese instante, Celeste pasó su mano sobre el hombro de mi anfitriona y le dijo con calma:
- Relájate. Tendrás tu oportunidad de matarla. Hoy mismo termina la vida de esa criminal... Enfoquémonos en que el ataque salga bien...
La chaman respiró con sonoridad y juntó fuerzas para calmar su sed de sangre. Celeste por su parte, revisando el campo de batalla con un binocular, se percató de las piezas de artillería que había en la plaza principal, toda una colección de obuses y cañones, todas apuntando a nuestra colina. Apenas se sorprendió de esto, como si estuviera esperando este tipo de medidas por parte de los alienis.
Celeste y Eda desplegaron a los elfos y las caaporas en dos grupos al sudeste y sudoeste de la urbe, lejos de la colina. Acto seguido, la chaman llevó parte de sus infectados a esta, con todo y uniformes, y, ni bien nos colocamos las máscaras de gas, agitó su guadaña. Flores brotaron del suelo alrededor de Tabernas y estas comenzaron a emitir un polen que no tardó en formar una densa niebla. La ciudad quedó cubierta. Los militares estaban preparados para esto, pero los civiles, que no tenían protección para este tipo de magia, empezaron a caer, presa de un profundo sueño. La capital de la provincia no demoró en quedar dormida.
No obstante, el ejército no se durmió. Los cañones y obuses rugieron como gigantes. Brutales explosiones comenzaron a deshacer la colina, alzando una nube de polvo, arrancando la rojiza tierra como si fuera carne. El monte quedó reducido a un desgarrado cadáver. A continuación, escuchamos los gritos de guerra de los soldados, que se lanzaron a una frenética carga contra este. Al menos, un regimiento entero salió de la ciudad y corrió hacia la colina. Pero no los íbamos a dejar llegar hasta esta...
Ni bien Eda desvaneció parte de la neblina, los tiradores comenzaron a abrir fuego. Varios militares cayeron en el acto, con flores escarlatas brotando de sus cráneos. Mi anfitriona arrojó el resto de sus infectados, potenciando el caos de la emboscada. Los zombies se lanzaban sobre los anonadados conscriptos, arrancándoles sanguinolentos trozos de carne a dentelladas. Abrumados, los soldados apenas pudieron abatir un puñado de estos de tiros en la cabeza, antes de que la horda terminara de encerrarlos. Los alaridos de dolor y horror se podían escuchar a centenas de metros. El hedor a sangre impregnó el campo. Era tan intenso que se sentía incluso con la máscara.
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La Bruja de la Selva
FantasiUn muchacho es transportado a una selva, en otro mundo. No tarda en toparse con las peligrosas criaturas que viven en la jungla, pero una joven aparece justo a tiempo para salvarlo. Bajo la protección de aquella heroína y de sus amigas, el chico ten...