Diario de Ion, 15 de agosto de 1065.

15 1 0
                                    

Una semana ha pasado desde ese terrorífico encuentro en aquel sendero. Eda y Celeste estuvieron registrando hasta el último rincón de la jungla en busca de aquellos dos mercenarios enmascarados, desesperadas por matarlos cuanto antes. No me van a dejar salir del claro que rodea a la casa-árbol hasta que los dos estén muertos. Pero no los encuentran.

Así siguieron, dando pasos a ciegas, hasta que recibieron ayer a la noche la noticia de que un gran conjunto de regimientos, entre ellos estos sicarios, se aproximaban a la aldea. Eda de inmediato organizó a casi todas las guerreras del pueblo y Celeste eligió un terreno donde interceptar al ejército. Mi anfitriona y la bruja-tigre se veían particularmente ansiosas mientras armaban la estrategia e instruían a sus compañeras. Pero, cuando marcharon al combate hoy a la mañana, me dejaron en la casa-árbol, al cuidado de Leticia, Nia y Anais.

Entendía por qué me habían dejado de lado, pero estaba amargado. Se supone que sería el héroe en esta guerra contra un ejército malévolo. Se supone que a partir de este punto iba a participar de forma más activa en los planes de Eda. Pero estaba aquí, confinado en los alrededores de la casa-árbol, como cuando no sabía la verdad. Leticia y Anais, al percatarse de mi frustración, me prepararon un desayuno más elaborado. Me sirvieron varios panes tostados y manteca con el café. Incluso trajeron medialunas y dulce de leche. Los ojos de Nia brillaban al ver aquel banquete. Pero ni una buena comida bastaba para sacarme una sonrisa. La grandullona, insistiendo en distraerme de mi decepción, preguntó:

- Entonces..., ¿cuál es tu sabor de helado preferido?

Miré fijamente a la púrpura profundidad de los ojos de la orca, haciéndola sentir incómoda.

- Porque existe el helado en tu mundo..., ¿no? - Agregó Leticia.

Suspiré profundamente y respondí:

- Me gusta la vainilla, el chocolate amargo, la crema americana, sambayón y el mantecol...

- Mante... ¿qué? - Preguntó Anais, confundida.

- Es como un turrón...

- Así que también existe el sambayón y el turrón en tu mundo... Interesante... - Comentó la grandullona, rascándose la barbilla.

- Pero nosotras, las ndya, no. ¿Qué se supone que son? - Preguntó Anais.

- El sambayón es un postre hecho con huevo, azúcar y vino. - Expliqué.

- ¿Y vino... ? ¿Huevo y vino? ¿Y a nosotros nos llaman salvajes...? - Comentó la hermana de mi anfitriona con un tono irónico.

- Igual está bueno. El turrón también. - Declaró Leticia. - Es una masa de miel o azúcar, almendras y huevo.

- ¿Por qué esa manía de agregarle huevo a todo? - Murmuró Anais.

- Honestamente, me da curiosidad probarlo. - Dijo Nia, antes de pegarle un bocado a una medialuna.

Me puse a explicar unas cuantas cosas más de la comida de mi mundo, el tiempo suficiente para distraerme de mi frustración. Cuando terminamos de desayunar, Leticia me invitó a jugar ajedrez, con tal de seguir alejándome de mi decepción. Estuve más de una hora enfrentando a la grandullona... y perdiendo contra ella una y otra vez. Me costó demasiado arrancarle una victoria. Pero cuando por fin pude ganar, cuando al final logré hacerle jaque mate... me amargué. La ogra se había dejado vencer. No tardé en percatarme de ello.

- Me dejaste ganar... - Comenté mirando fijamente a Leticia a sus ojos.

- No sé de que estás hablando. - Disimuló la ogra. - Diste una muy buena partida.

- No necesito que me hagas sentir bien. Juguemos otra vez.

- Bueno, si quieres... Sino, si piensas que soy deshonesta, puedes jugar con otra. - La grandullona voltea a ver a Anais. - ¿Qué opinas Anais? ¿Quieres jugar con Ion?... ¿Anais?

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora