Diario de Eda, 21 de mayo de 1065.

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Nuestro invitado no deja de asombrarme. Al día siguiente de su llegada, empezamos a entrenar con su magia. La primera sorpresa, bastante motivadora, fue cuando averiguamos cómo era la sangre etérea de Ion, que elementos tenía. Aire y luz, dos elementos muy útiles, muy raro de ver juntos. Con el aura del primero se puede acelerar los objetos y darles filo, y con el manto del segundo se puede curar heridas y reparar objetos. Esto último encaja más con un "mesías". Tan solo verlo manifestar sendos elementos me alentó tanto que terminé asustándolo con la mueca de excitación que debí poner.

La segunda sorpresa que me llevé, ya más preocupante, fue cuando comenzamos a practicar los hechizos. A Ion no le costaba tanto hacer conjuros, ya que estos se basan en emociones fuertes. Pero al momento de manifestar el aura, no pudo, era incapaz. Lo intentó durante casi una hora pero no lo logró. El manto de la sangre etérea requiere de una poderosa determinación nacida de un objetivo en concreto, por lo que, al no poder usarla, llegué a la conclusión de que no tenía alguna motivación seria. Y teniendo en cuenta cierto interés que nuestro invitado mostraba en su diario...

Lo primero que hice, aprovechando que el muchacho no podía dormir, fue hacerle unos mimos, jugar un poco con su cuerpo, tal como me indicó Nia. Era la primera vez que estaba con un chico, pero por lo visto lo hice bastante bien, ya que quedó tan caliente, tan motivado, que al día siguiente pudo manifestar su aura con suma facilidad. Era como si el fuego que encendí con él saliera de su ser. Por lo que, a la siguiente noche, tocó darle su premio.

Ahí me llevé la tercera y más... intensa sorpresa. Aquella parte suya, la que lo distingue como varón, era cabezona, como una flecha pero gruesa. También me recuerda a las salchichas que comían los colonos dochelandeses, solo que con una bolsa con huevos debajo. Cuando estaba parada, el olor que desprendía era muy morboso, como la entrepierna de Clara, pero distinto. Sentí un incómodo temor cuando terminé de asimilar que tenía que insertar esa cosa en mi ranura. No me desagradaba de hacerlo con él, pero dudaba de que esa cosa iba a entrar.

Un leve escalofrío recorrió mi espalda cuando me subí encima, colocando la punta contra mis labios. Un punzante dolor azotó mi entrepierna ni bien lo introduje de un centón, como si se fuera a desgarrar. Pero al ver la cara de Ion, tan tierna y preocupada, decidí seguir con su premio. Junté fuerzas y empecé a moverme cada vez más rápido, sintiendo como su cabeza llegaba hasta la puerta de mi útero. Dolía, pero comencé a percibir un cosquilleo placentero que mojaba aun más mi cavidad, hasta convertirse en un excitante exasperar.

Y entonces me quedé dura, como si hubiera entrado en trance, como si mi alma escapara de mi cuerpo, mientras escuchaba a Ion gemir profundamente. Un líquido blancuzco, como la leche, llenó mi cavidad, calentándola como una pava. Caí rendida sobre mi invitado, tratando de recuperar el aliento. Estaba exhausta, pero feliz. Ni siquiera recuerdo cuando me quedé dormida. De vuelta, no me desagradó hacer esto con él, pero fue más intenso de lo que esperaba...

 Al menos rindió sus frutos. Los hechizos y el aura de Ion se hicieron más fuerte. Sus conjuros de luz son tan potentes como un cañonazo. De hecho, Celeste, que se quedó tan sorprendida como yo al verlo, tuvo una gran idea: enseñarle a pelear cuerpo a cuerpo con su magia. Lo único malo con eso es que no está en tan buena condición física. Cuando le mostramos un par de movimientos, se cansó bastante rápido. En los siguientes días, entrenaremos su resistencia.

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora