Diario de Ion, 21 de septiembre de 1065.

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Eda me levantó temprano hoy, ni bien los primeros rayos del sol comenzaron a aclarar el velo azulado del cielo. Se la veía ansiosa por empezar el día, un poco nostálgica. Mi anfitriona y mis compañeras estaban bien ataviadas, con vestidos coloridos, y se aseguraron de que yo también me vistiera de forma apropiada para la ocasión, con mi blanco pantalón cribado y mi colorada camisa. Las chicas hasta tenían el rostro pintado con trazos de lo que parecía ser unas blancas cenizas. Salimos al centro de la plaza, donde una gran muchedumbre de elfos, caaporas e incluso curiosos vecinos de la capital estaban reunidos. Asombrado, le pregunté a la opygua que estaba pasando.

- Hoy es año nuevo. - Me respondió Eda.

- ¿Año nuevo? Aun no es diciembre...

En ese momento, recordé que las elfas solían celebrar el año nuevo por estas fechas, justo en el primer día de la primavera. La muchedumbre formó una procesión, liderada por Eda y otras opyguas, e inició una marcha hacia las afueras de la ciudad. Mientras seguía a mi anfitriona, noté como esta y otras chamanes encendían sus pipas y empezaban a fumar. Ni bien llegamos a las tierras cultivadas en los alrededores de la urbe, las elfas comenzaron a derramar sus cenizas en la rojiza tierra como una suerte de bendición. No dejamos ninguna parcela afuera, ni las de caña de azúcar, ni las de algodón, ni siquiera las de maíz.

Ni bien terminamos de santificar el suelo, volvimos al centro de la ciudad, a la plaza donde había una suerte de choza armada de forma precaria. Bajo aquel improvisado techo, las chamanes se reunieron y los elfos, e incluso unos cuantos campesinos de la capital, trajeron sacos llenos de semillas. Las opyguas comenzaron a bendecir los granos con la cenizas de sus pipas, junto con sangre de distintos animales e incluso con agua.

Cuando terminaron de sacralizar las semillas, siguió el turno de los niños. Varias parejas llevaron a sus bebes ante las opyguas, mientras estas empezaban a tomar un extraño brebaje y a entrar en una suerte de trance. Acto seguido, con cada infante que les acercaban, las chamanes pronunciaban un nombre casi al azar. Incluso Eda, bastante ida, nombraba a los menores de esta forma. Estaba tan anonadado al ver a mi anfitriona en aquel estado que le pregunté a su hermana que estaba pasando.

- Están bautizando a los niños. Las chamanes como Eda entran en trance tomando ayahuasca para ingresar en comunión con los dioses, y estos les revelan los nombres verdaderos de cada bebe.

- ¿Nombres verdaderos?

- Cada niño es un espíritu que nace en este mundo con un cuerpo físico. Estas almas proceden de uno de los cuatro dioses y, debido a esto, ya tienen un nombre antes de nacer.

Eda acabó exhausta. Apenas podía pararse cuando terminó de bautizar a los bebes, tambaleando con cada paso que daba. Anais y yo la tuvimos que ayudar a caminar hasta volver a casa. Una mezcla de satisfacción y nostalgia se vislumbraba en su mareado semblante. Parecía estar feliz por haber cumplido con su papel como opygua, pero también melancólica por haber hecho la misma labor que su madre. La llevamos hasta nuestra habitación, y la dejamos descansar sobre la cama. Mientras estaba recuperándose, le pregunté:

- Entonces, ¿se drogan para bautizar a los niños?

- Suena muy feo cuando lo dices de esa manera... No es que tengamos más formas de contactar con los dioses a parte de los sueños.

- Pensé que ya no querías tener nada que ver con tus viejos dioses...

- No lo hice por ellos, lo hice por mamá. Odio a nuestros dioses, pero tengo que mantener las tradiciones por ella...

- ¿Y qué fue lo que viste... ?

- Los vi a ellos, pero no me molesté en preguntarles nada. Simplemente, se limitaron a decirme los nombres con indiferencia. Teniendo en cuenta con quien tuve que pactar para obtener mis poderes, creo que es normal que traten de mantenerse al margen de mi...

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora