Diario de Anais, 2 de octubre de 1065.

6 0 0
                                    

La noche era particularmente fresca, como un oscuro velo gélido sobre el cielo. Estábamos desanimadas, al no poder hacer mucho por Ion. La charla que tuvimos con Nia, y como nos contó su pasado, levantó un poco los ánimos... aunque sea a ellas. Aun con su discurso, yo seguía deprimida, frustrada, ya que en estos meses no había hecho nada significativo. Es en parte por mi culpa que aquel muchacho cayera en las garras de aquella siniestra general. Era tan débil que durante toda esta revolución estuve a la sombra de mi hermana.

Me fui a dormir con una profunda amargura, descontenta conmigo misma. Al caer en el mundo de los sueños, no tardé en verme rodea de un amplio pasillo lujoso, lleno de columnas de mármol. Caminé hacia las puertas que había al final, aun con mi mente recibiendo punzadas de inquietud, como si tras estas me esperara algo tétrico. Al cruzar el umbral, me topé con aquella niña de tez morena y pelo oscuro, con una maliciosa sonrisa en su semblante, sentada ante una mesa de fina madera, en una gran y suntuosa sala.

- Pareces bastante deprimida, Anais... - Comentó la niña con un tono mordaz.

- ¿Quién sos vos? ¿Cómo sabes mi nombre? - Pregunté.

- Podría ser cualquiera. Podría ser un simple sueño. Podría ser uno de tus dioses guarapies. O podría ser un demonio...

- Está bien... Entonces, ¿qué haces en mi sueño, señorita demonio?

- Noté que hay algo que te frustra, y te puedo dar una solución.

- ¿Y qué sería eso que me frustra?

- Tu debilidad. Tu incapacidad de estar a la altura de esta guerra. El hecho de que estuvieras a la sombra de tu hermana. El hecho de que no pudieras proteger a Ion. - Respondió la niña con una precisión perturbadora.

La respuesta de aquel "demonio" me dejó helada. Era como si hubiera leído mi alma. Me inquietaba tanto que solo pude preguntarle:

- ¿¡Quién sos vos!?

- Soy lo que vos quieras que sea... Hasta podría ser el Hijo. - Declaró. - Lo importante no es quién soy, sino qué puedo hacer por ti.

- Entiendo... ¿Qué me ofreces?

- ¿Y si te doy el poder para estar a la altura de aquella perversa general, Elsa? Así, al instante. - Chasqueó sus dedos. - Sin que tengas que estar días entrenando.

- ¿Cómo lo harías?

- Controlas este elemento de la sangre etérea, el agua. Es útil, pero te falta velocidad, y yo te la puedo dar, agregando otro elemento a tu magia.

- ¿Cuál es el precio... ? ¿Mi alma?

- No hay precio... Todo el espectáculo que puedas dar con mi "capricho" es más que suficiente recompensa para mi.

- ¿Aun sí solo uso mi poder para proteger a los demás?

- Algo de bronca, de odio debes tener..., ¿o no? ¿No estás segura de que te gustaría vengarte?

- Tal vez... - Murmuré. No podía ignorar cierto rencor que también tenía para aquellos sujetos podridos del ejército.

- Entonces, ¿aceptas?

- Siempre que no te lleves mi alma...

- ¡Perfecto! Ni bien despiertes, revisa tu sangre etérea... ¡Ah! Y hay una clave para potenciar tus poderes. Estoy segura de que pronto la descubrirás...

Desperté, bajo el blanco techo de mi habitación, con la luz del sol pasando a través de la ventana. Me sentía algo... rara, como más fuerte, con más energía, aunque el descontento no me había abandonado. Movida por una impaciente curiosidad, me levanté antes que todos en la casa y salí al patio. Con un leve calor acariciando mi cabeza, alcé mi dedo a la altura de mi cara, y me centré en una emoción muy intensa, el profundo odio que me inspiraba el rostro de aquella general.

Con una fuerte salpicadura, una corriente de viento y agua emanaron de la punta, como si fueran una explosiva llamarada. Sobresaltada, pegué un brinco hacia atrás, ante la impresión de que podría cortarme con tal descarga. Un chispeante entusiasmo me invadió, mezclado con la curiosidad. Levanté y moví mis manos al mismo tiempo, formando en ellas chorros de agua y ráfagas de viento, haciéndolos danzar entre ellos como si fueran pequeños pájaros. Me sentía eufórica. Tenía la sensación de que ahora sí podría estar a la altura de mis compañeras. Ya no estaría a su sombra. Incluso podría derrotar a Elsa.

Y entonces, escuché unos pasos detrás de mi. Al voltearme, me topé con los ojos llenos de consternada turbación y amarga sorpresa de mi hermana. Eda, con un tono lleno de desesperante preocupación, de desconsuelo, preguntó:

- Anais, ¿¡qué haz hecho!?

La Bruja de la SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora