Capítulo XXIII

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*Narrador*

El tiempo pasaba a mucha prisa mientras la pareja entre risas las arrugas evadían, pasaban y pasaban los días de paz y cuando todo parecía bien estar un soplo de miedo y oscuridad su puerta vendrá a tocar.

Entre una horda de demonios y oscuridad una voz resonó, a su sonido Sebastián acostumbrado se encontraba ya, aunque en esta ocasión nada seria igual, con ojos feroces desde la lejana penumbra lo miro y apuntándolo con el dedo la profecía de una nueva maldición le canto, no una para él, ni para ella, si no una vuelta carne que a ambos afectaría por igual.

-Escucha bien Sebastián- el hombre desde su sitio hablo -El niño que ella lleva en su vientre nacerá y traerá caos a la humanidad, su sangre es pura y su habilidad heredada con los siglos lo convertirá en una arma mortal para los mortales, mucha sangre correrá y una guerra entre mortales y vampiros dará inicio, si pasas esa prueba y ganas para mi tendrás todo lo que siempre has querido- ofreció.

Sebastián al no entender de que hablaba y no ser una alma corrompida como la de Juan de inmediato se negó, pero eso solo provocó la ira del señor de las tinieblas quien elevo su feroz mirada roja hacia el y en un chasquido su realidad cambio.

*Sebastián* 

De repente solo fue oscuridad, estaba solo en la casa, el aura era oscura, tenebrosa como si algo muy malo estuviese pasando; camine aun mas dentro de la casa y llegue a la sala de visitas, todo se sentía muy extraño, logre divisar la silueta de Abigail corriendo escaleras abajo.

-¿Mocosa? ¿Abi eres tú?-

-¡Sebastián! ¡Ayúdame Sebastián!- sus gritos de auxilio venían de los calabozos, se escuchaba desesperada, horrorizada, como si algo le estuviese pasando.

-¡Abi! ¡Ya voy mi amor!- corrí escaleras abajo hacia los calabozos.

Al llegar todo estaba en una horrible oscuridad y un silencio abrumador nuevamente, di un par de pasos dentro de los calabozos y me quede paralizado cuando la vi, estaba ahí, tirada sobre el piso con unos hierros atravesando su abdomen, luego su risa, era Juan estaba mirándome, una ira incontrolable se expandió por mi cuerpo y me abalance sobre él, pero cuando llegue ya no estaba ahí, en su lugar no había nada, solo un espacio oscuro y vacío.

-El ni siquiera está aquí Sebastián- la voz del mismísimo demonio a mis espalda me hiso dar un salto y me di la vuelta de inmediato para mirarlo y el camino hacia mí, se paró atrás mío y me tomo del cuello obligándome a tener el rostro derecho a una dirección, a ella, ahí agonizando -Mírala Sebastián, recuerdas ese momento- una lagrima broto de mi ojo y luego otra más.

El camino hasta quedar frente a mí -No puedes negarte a nada de lo que yo te pida, tu alma, todo tu ser me pertenece Sebastián- dijo sonriendo.

Iba a maldecirlo, pero como si hubiese leído mi mente hablo -¿Qué aras ahora? ¿maldecirme y reprocharme?- soltó entre carcajadas -Soy el rey de los demonios, no soy un ángel piadoso- solo lo mire lleno de odio en silencio -pero no me veas así, no soy tan malo, si te protas bien y me obedeces todo seguirá igual Sebastián-

-¿Por qué?- no podía ni siquiera terminar la pregunta, estaba demasiado enojado -¿Por qué haces esto? Libérame entonces ya no quiero tu magia, la inmortalidad, solo llévatela y déjanos en paz- le reproche.

-Se te olvida una cosa Sebastián- dijo entre risas a lo que lo mire confundido -Tu, tu mujer y ese niño que viene ya están muertos- no entendí lo que dijo y el continuo hablando -Tu llevas ya varios siglos gozando de salud y juventud, lo que quiere decir que si quiero en un chasquido no serás mas que polvo, la dulce Abigail, murió el día que asesinaste a Juan, lo que quiere decir que si yo quiero a la velocidad de un chasquido quedaría como carne molida de nuevo y en cuanto a ese niño, simplemente nunca existió- explico moviéndose de un lado a otro -Ahora te queda claro, tu alma, la de ella y la de esa criatura me pertenecen por la eternidad-

-Dijiste que las almas se limpiaban, pasaban por el infierno y luego subían al cielo- dije confuso recordando lo que me había dicho en aquella ocasión.

-Si eso dije- ,e dio la razón –Pero solo las almas de los mortales, las de ustedes han sido corrompidas por mi , por lo que quiere decir que son de mi propiedad ahora y nunca tendrán salvación de eso- explico.

Ahora lo comprendía todo “una maldición por Vampiro” estábamos atados a él para siempre y debíamos vivir bajo sus condiciones o dejar de existir para alimentar el fuego del infierno; de repente todo jiro y me encontraba en un salón lleno de espejos donde lo único que podía ver era mi reflejo, a mis espaldas de la nada apareció Lucifer.

-La pregunta ahora es ¿aras lo que te diga o estas listo para dejar de existir junto a ellos?- Dijo casi en un susurro tentador -Para que veas lo mucho que los parecido te doy a elegir, quieres estar con ellos y ser feliz- dijo mostrándome uno de los espejos, en el aprecio la imagen de Abi llamándome, estábamos juntos y entre nuestros brazos estaba nuestro hijo, se me escapo una sonrisa pero es ese mismo instante la imagen se fue y solo pude ver mi reflejo nuevamente -O es que acaso quieres acabar con todo esto de una vez y no sentir más- dijo mostrándome otro espejo, en el aparecía el cementerio, en una tumba casi destrozada y muy vacía estaba mi nombre, al parecer había muerto a causa de un virus terminal a los 22 años de edad, muy alejada a mi tumba la de Abi, ella había muerto a los 94 años a causa de su edad.

-Piénsalo muy bien Sebastián, la decisión es solo tuya ahora- dejo en mis manos ambos espejos y con lagrimas en los ojos le tendí el primero, sin dudarlo ni un segundo.

-Quiero estar junto a ella, quiero ser feliz- el me dedico una mirada de satisfacción -Pero con una condición…-

-Acepto- dijo sin más.

-Pero, aun no te digo cual es esa condición…-

-Soy el puto diablo, rey de muchas legiones, a parte de Dios yo lo sé todo- dijo orgulloso -Moriste a los 22 creo que esa buena edad- y sin más que hablar dio un simple chasquido.

Desperté muy desorientado, estaba al lado de Abi quien dormía profundamente, todo había sido una pesadilla, o eso me gustaría creer, la verdad es que las pesadillas se viven en carne y hueso y de eso estoy ya muy seguro, justo al lado de mi almohada había una nota que decía:

*El infierno es un lugar acogedor después de todo*

Sabia a lo que se refería, instintivamente abrace a Abi pegándome más a ella, jamás me había sentido tan impotente hasta que la vi en tal estado y sentí que la perdía, are cualquier cosa, lo que sea con tal que ella y mi hijo estén a salvo, aun así yo tenga que sacrificarme.

Maldito Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora