Especial: La princesa del desierto

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Milenka Ahmad

El sonido de los cubiertos era casi nulo entre nuestras comidas normalmente, pero esta vez lo era todavía menos al ver que mi hermano no comía.

Dejé mi tenedor en el plato y me puse de pie, apoyándome con mi bastón fui caminando hasta él.

A este punto me ordenaba que me sentara de nuevo, pero no lo hizo.

Sonreí de lado y lo rodeé para ver lo que tomaba forma en la pantalla de su tablet que se iluminaba con brillo artificial adaptable, mostrando...

- ¿Vestidos? – Rodeé su cuello con mis brazos y descansé mi barbilla en su hombro.- No es lo que suelo usar...- Lo provoqué sabiendo que no eran para mí, porque mi hermano nunca me permitía usar un escote pronunciado o un dobladillo corto y el vestido que estaba viendo era muy sexi, cerca de ser un baby doll, pero no lo era en realidad.

De inmediato me interesé en ello, sabiendo que a Assim nunca le interesaba lo que las mujeres usaban para atraerlo, ¿Por qué de repente miraba vestidos?

- ¿Cuál preferirías usar si odiaras a quién te lo regaló? – Cuestionó mostrándome una pantalla dividida de otro vestido junto con el que estaba viendo, pero muy más bonito y sugerente.

- Para empezar no lo usaría si odiara a la otra parte.- Me burlé de él.

- Suponiendo que no tienes opción...- Me miró.

- Me suicido.- Le di un toque con mi cabeza.

Mi hermano frunció el ceño y dejé de molestarlo para contestar y señalar el segundo.

- A simple vista me pondría este porque parece que taparía más mis atributos. - Pero en realidad provocaba más a la otra parte y él se beneficiaría de ello. Eso no lo mencioné, pero él se daría cuenta sólo.

Assim apagó la pantalla.

- Olvídalo. No sé que estoy haciendo. - Dijo tomando sus cubiertos.

- Hmm.- Apreté mis labios curvando mis comisuras un poco más y lo liberé de mi agarre.- Hermano, ¿Estás obligando a alguien a estar a tu lado? ¿Es qué ya no tienes el toque?

- Cuidado, Mil.- Me advirtió. Primer aviso, al segundo me caía arresto.

Hora de retroceder, pero tenía curiosidad por quién era ella. ¿Sería otra rubia? Desde hacía algunos años a mi hermano parecían haberle obsesionado las rubias, pero no podía culparlo, había cierta belleza etérea en ese tono de cabello proveniente de un país que casi siempre estaba cubierto por nieve... Mmm, ¿En qué pensaba? Volví mi atención al rey del país y el único hombre al que le tenía fe ciega, pero eso no me impedía ser sincera.

- Eres un tirano.- Le dije con cariño antes de depositar un beso en su mejilla que disminuía el efecto de mis palabras, pero aunque lo fuera... era lo que el país necesitaba para mantenerse vivo.

Mi hermano nunca pretendió ser un héroe, pero se preocupaba sinceramente por nuestra gente y peleaba junto con ellos arriesgando su propia vida por mantener en lo alto las banderas nacionales.

Sobre sus hombros había demasiado peso y demasiadas traiciones sin sanar en su espalda. Así como él, yo también había perdido la esperanza de tener una reina en este lugar y estaba preparada para tomar el puesto una vez la situación de guerra se estabilizara.

No me casaría si él no lo hacía y pensaba acompañarlo hasta el final.

Era lo mínimo que podía hacer.

Me separé de él sintiendo que los oídos me zumbaban como aquel día.

Él día en que la sangre corrió por palacio.

Misión: Proteger al mujeriego. Contratiempos: Enamorarse. (III libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora