Especial: Instinto Leone.

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Nestore Leone

Odiaba la arena.

Pequeña e irritante filtrándose por recovecos de cualquier fibra que no estuviera firmemente entrelazada.

La sacudí con fastidio de mi antebrazo, limpiando la pantalla del reloj por encima de mis ocho carpos cubiertos por músculos, ligamentos, tejidos y tegumento.

Todo llevaba una perfecta estructura, un mecanismo que funcionaba a la perfección, pero... pero la maldita arena.

Respiré concentrándome en los números.

0223 horas.

Un minuto de retraso.

Mierda.

Salté por encima de los escombros de una reciente trifulca con el olor a pólvora ya casi extinto entre el oxígeno que mis pulmones respiraban.

Volví a saltar colocando parte de mi peso corporal sobre los distintos materiales de tonos oscuros y rotos por el suelo.

Nada.

Otro salto a unos metros y el sonido metálico me recibió.

¿Era mi momento feliz?

Quité los escombros con las botas negras de combate, observando con cierto grado de resignación como ya estaban sucias nuevamente entre el polvo y la basura. Entonces quité de mi camino lo que sería una compuerta de metal con una apertura similar a un submarino. Me incliné y puse mis manos en los dos puntos de apoyo que me permitirían girar hacia el lado correcto.

Mis músculos se tensaron por el esfuerzo y tras un par de intentos el metal pesado y oxidado cedió con un ruido molesto en cada vuelta hasta que empujé la puerta hacia arriba y el lugar se mostró accesible a mi entrada.

Coloqué varios puntos de apoyo para que la puerta no me dejara encerrado dentro una vez ingresara y entonces me permití dejarme caer dentro del edificio subterráneo.

Las botas levantaron una nube de polvo que picó mi nariz por la caída y mi arma se volvió un poco más pesada. Activé la linterna del fusil y comencé a caminar por los pasillos de metal con diferentes hendiduras que mostraban solo oscuridad en el nivel inferior a menos que me molestara en iluminarlas.

No estaba interesado.

Seguí caminando, notando pasillos de un tipo de laboratorio clandestino con diferentes separaciones entre sus áreas que no tenían ni un solo rastro de vida humana.

No había gran cosa a la vista al detenerme dentro de los lugares limitados, como si todo se hubiera limpiado y evacuado a tiempo hacía otra parte.

Llegué al final con la idea de volver con las manos vacías hasta que me detuve en una luz parpadeante. ¿No debería de haber muerto ya por falta de suministro eléctrico? Me acerqué al lugar con el único sonido de mis pasos por el metal y una hoja que crujió al interponerse en medio para ver que la luz pertenecía a un dispositivo que alertaba por intrusos.

Fruncí el ceño y busqué algo más a los alrededores, abriendo y volcando cajones que a lo mucho contenían animales escondidos que protestaban al ser sacudidos, pero no había nada.

La incursión a este lugar había sido inútil.

Solté las manijas inservibles y me di la vuelta para ir al segundo lugar que había localizado en este país. Mis pasos fueron más ágiles al cubrir un camino ya recorrido y mis manos no vacilaron en colocarse en las barras que me sacarían de este lugar en el que me comenzaba a sentir algo ansioso.

Debía de apresurarme para tomar las pruebas de sangre de Jaela y dejar que el juego del jeque Ahmad se viniera abajo, porque no había manera de que alguien a quién tenía firmemente controlada en aspecto de estado general tuviera cáncer de la nada.

Misión: Proteger al mujeriego. Contratiempos: Enamorarse. (III libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora