Milenka Ahmad
Volví a mis actividades y no molesté a mi hermano en los siguientes días porque me llegaron montones y montones de papeleo por llenar. Cuando iba a terminar siempre pasaba algo y debía de ir a supervisar a tal lugar o pasar días en diferentes bases.
En todo ese tiempo Aren fue mi más fiel seguidor y se mantuvo lo suficientemente callado como para que fuera preocupante.
Me cuestioné si de verdad él había decidido rendirse después de haberle dicho que no había ningún significado para la noche que pasamos juntos.
Si era así, no sería muy diferente a todos los demás hombres que solo esperaban una noche de sexo y después se marchaban a la mañana siguiente. Pero eso estaba bien, ¿No? Era lo que quería, que se alejara.
Aunque me daba la sensación de que él se veía triste...
Me dolía la cabeza.
Alejé mi atención de los papeles y miré mi teléfono celular para verificar que hoy era la fecha en que mi hermano asistiría a la gran gala con Jaela Lars.
Normalmente a ese tipo de eventos a gran escala iba solo, pero mostrándola al mundo así declaraba sus intenciones con ella... Solo la misma Jaela era capaz de pensar que esto se terminaría. Y mi hermano parecía haber tacabado de perder la poquita cordura que le quedaba como para inventarse todo este teatro solo para tenerla.
Parecía desesperado, pero no me metería en ello aunque me diera temor a que ella no se enamorara de él y esto terminara mal.
Eso era lo peligroso de los hombres como mi hermano, que con sus intenciones ocultas uno podía perder incluso sin darse cuenta de que estaban jugando.
¿No era por eso mejor la sinceridad de Aren Ostergaard?
Levanté la mirada y lo miré, haciendo guardia como cualquier otro militar. Mirada al frente, pies juntos con los zapatos negros brillantes e impecables. Posición rígida, uniforme sin arrugas, ojos en un punto fijo y su hermoso cabello peinado hacía atrás.
De perfil o de frente, de cualquier lado se parecía mucho al rey. ¿Esa sería su expresión cuando fuera adulto? La belleza de Klaus era cada vez mayor con los años que pasaban, como el vino y tanto su inteligencia como poder imponían mucho. ¿Aren sería como él?
Tal vez no. El príncipe era más activo y expresivo. Sería del tipo al que le salen rápidamente arrugas en los ojos por sonreír tanto y eso sería algo...
Bajé la cabeza, ¿En qué demonios estaba pensando?
Suspiré y me puse de pie tomando mi bastón para apoyar mi pierna. Tomé mi teléfono por si mi asistente me llamaba y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón.
Debía tomar algo de aire fresco.
Me moví apoyándome en parte del escritorio de color blanco con el escudo familiar real en el centro hasta que me sentí más estable y probé la estabilidad de mi pierna antes de comenzar a caminar. Sentí un leve cosquilleo en la pierna por haber estado mucho tiempo sentada, pero se esfumó cuando terminé de salir de la oficina.
Aren me miró por el rabillo del ojo y me acompañó hacía fuera, a dos pasos de mi. Podía escuchar sus zapatos dar pasos lentos y cortos para no perturbar mi marcha.
Seguí mi camino y me guíe hasta un pequeño jardín que tenía bonitas flores coloridas y cuidadas entre el pasto verde. Me senté después de unos cuantos pasos, cuando el frío y la humedad treparon por mis botas hacía mi pierna y comenzó a doler.
Coloqué el bastón entre mis piernas y me permití ver el cielo estrellado inclinando mi cabeza hacía arriba. Cada una de ellas se mostraba cerca o lejos de otras de sus semejantes por lo que podrían parecer centímetros, pero en la realidad eran miles de kilómetros entre una y otra. Parecía solitario, pero era mejor, porque al juntarse demasiado podrían colisionar y destruirse.
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Misión: Proteger al mujeriego. Contratiempos: Enamorarse. (III libro)
RomanceEl jeque Haidar Assim Ahmad era un mujeriego de cabeza a los pies, eso era algo que Jaela sabía con certeza desde que inició el trabajo de su guardaespaldas para pagar todas sus deudas ocasionadas por ella misma, después de haberse sumido en un prof...