Capítulo 13: ¿Qué tan bajo podría caer?

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La tarde pasó y la noche llegó esparciendo su manto por encima de las instalaciones militares. Las luces se encendieron y las actividades de cada elemento se mantuvieron conformando un día más dentro de su realidad entre las paredes de esta base.

Había un soldado que barría las banquetas, asegurándose de que permanecieran limpias para el paso indiferente de los oficiales y jefes que estaban varios grados por encima de él. El soldado los saludó a todos y reanudó su trabajo incluso aunque uno de ellos pateó de manera intencional la basura para esparcirla.

Sonreí de lado, esperando que se haya ensuciado los zapatos y alguien de mayor grado se tomara la molestia de arrestarlo.

Las calles eran grises, los señalamientos entre amarillo, rojos, negro y verde militar con algunos toques de blanco dependiendo las imágenes que se querían proyectar.

Corría un suave viento en el aire, apreciable por el movimiento ligero de las hojas de los estrictamente cuidados árboles entre el pasto verde por el que nadie con dos dedos de frente se atrevería a pisar, pero yo no podía sentir.

Encerrada detrás de enormes ventanales de una sola vista podía ver el exterior, pero no podía acceder a él a través del material reforzado a prueba de balas.

Estaba encerrada.

La molestia disminuyó con esa realidad conforme pasaban las horas y fui volviéndome más racional en vez de ceder a mis instintos viscerales.

¿Quién era yo en realidad en este lugar? Una agente de Dimark, trabajando para Edward Carswell con mis propios objetivos en mente, pero siendo fría en mi cabeza no era nada más.

No era una princesa, ni una heredera de una cuantiosa fortuna que pudiera ponerme al nivel de un jeque. No era más que una teniente que se dio de baja por amor y que lo había perdido todo en el camino.

¿Era inteligente hacer un berrinche porque un hombre que ha estado acostumbrado toda su vida a ser perseguido por mujeres, que le rogaban ser suyas y fuera obedecido por ellas quisiera tratarme como un objeto más? Porque lo era, un objeto.

A sus ojos era solo una mujer que no pudo tener y que ahora tenía, de la que disfrutaría y tiraría a su antojo una vez terminara con todo.

Algo para usar... ¿Y qué podía hacer al respecto?

Podía convertirme en su "mujer" si era lo que él deseaba.

Podía ser todo lo que él quiere, pero una parte de mi todavía se resistía y no sabía qué hacer con las dos opciones que mi cabeza reproducía sin parar.

1. Obedecer.

2. Pelear.

Obedecer podría librarme de su atención, podría aburrirlo y volver a mi lugar de siempre, pretendiendo que nada nunca pasó o si no se aburría podía convertirme en su más fiel amante y conseguir todos sus secretos así como los de su país antes de irme.

Pelear podría enfadarlo y conseguir de nuevo ser liberada de este teatro o podría estimularlo para que me fuerce a obedecer, de una manera u otra sabía que podría encontrar como doblarme, sobre todo si secuestraba lo que significaba tanto para mi como mi anillo de matrimonio.

¿Y qué era lo que yo quería? Quería pelear, ser un dolor de cabeza y crear problemas sin parar. Enfurecerlo hasta volverlo loco, pero... ¿Era lo más inteligente?

Piensa, Jaela.

¿Qué es lo que debería hacer?

La puerta sonó al ser abierta. Me giré sin llegar a la respuesta para encontrarme cara a cara con el jeque Assim Ahmad en la puerta. Dio dos pasos dentro y la cerró sin interrumpir nuestro contacto visual.

Misión: Proteger al mujeriego. Contratiempos: Enamorarse. (III libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora