Especial: Era mío.

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Amika Demir

- Su alteza el príncipe ha llegado.- Mi dama de compañía susurró a mi oído antes de alejarse y tomar el cepillo de Defne, ponerlo sobre el tocador, tomar mis trenzas para dormir y comenzar a deshacerlas. - ¿Desea que le traiga el vestido rojo?

- Si, por favor.- Pedí y tomé de inmediato mi caja de maquillaje, impaciente porque de nuevo se metiera en el estudio y se encerrara sin que yo pudiera verlo. Me delineé los ojos y me puse carmín rojo en los labios, algo de base, polvos y me miré en el espejo esperando ser lo suficientemente bonita.

- Aquí, su majestad.- Irem dijo, mostrando el vestido que había mandado a hacer específicamente para la noche de bodas, pero Nestore simplemente mandó la cena y una carta de buenas noches.

No sabía si se estaba alejando a propósito porque yo no le interesaba o simplemente era torpe. Aunque con su inteligencia cada vez pensaba más en la primera opción.

Él día que caí en la trampa de mis hermanas, me resigné a mi muerte sabiendo que era solo cuestión de tiempo para que pasara. Había peleado innecesariamente y aún así no logré nada más que una condena de muerte.

Esa noche pensé en el sin sentido de toda mi vida como princesa y como yo misma. Había estado aliviada de que finalmente mi propio infierno personal se acabara, entre el miedo por las paredes oscuras, el olor a paja seca y la sensación de suciedad, sentada y sola a la espera de mi destino.

Por eso, cuando llegaron las cinco de la mañana y dos guardias me levantaron para llevarme a una muerte segura y dolorosa, caminé sin quejarme, solo llorando como un proceso natural del miedo común a la muerte y lo que pasaría.

Al menos quería morir con dignidad, sin gritar ni suplicar por mi vida.

Sin embargo, en vez del patio de fusilamiento, terminé en la oficina de mi padre y cuando ellos abrieron la puerta nunca olvidaría la imagen de Nestore Leone, recargado en el escritorio con los brazos cruzados y una sonrisa en sus labios, mirándome. Usando un uniforme militar de mi país.

Él había lanzado algo a mis pies y después de bajar la mirada identifiqué el anillo de mi padre, del que tanto se enorgullecía de que pertenecía a los líderes del país, ahora como una simple baratija en el suelo.

Entonces los guardias que me habían traído se inclinaron ante mí y me llamaron reina.

Mi vida cambió por completo en ese momento de una princesa ignorada a la máxima líder de mi propio territorio... pero no era yo la que tenía el respeto del pueblo y yo tampoco era hombre, así que en poco tiempo todos los políticos comenzaron a tramar para abolir por completo el estado monárquico y apoderarse ellos del país. Lo único que los detenía de abolirme de inmediato, era el miedo que desarrollaron a Nestore, aunque sabían que en el momento en que se fuera, podían hacer lo que quisieran.

Por eso le pedí que se casara conmigo y me ayudara a establecer un poder que no fuera tan fácil de pasar por encima. Un trato de matrimonio por conveniencia que acabaría cuando yo pudiera tomar con totalidad todo el control, pero... de momento el estaba tomando las riendas para estabilizar el país primero.

De verdad yo era una inútil.

No entendía ni la mitad de las estrategias que él trató de explicarme y pasé simplemente a seguir sus consejos sobre a donde debería presentarme y que debía decir mientras él hacía todo el trabajo.

El trato fue a cambio de permitir que su familia pudiera utilizar mi país como quisieran y entonces me enteré de que su trasfondo no era tan sencillo, de que pertenecía a la mafia y no cualquiera, sino una con cierto poder y conexiones.

Misión: Proteger al mujeriego. Contratiempos: Enamorarse. (III libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora