Capítulo 39: Te odio, Giovanni Carswell.

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Estaba sobre un lugar suave y había algo que me hacía cosquillas en la piel por debajo de mí. Olía a hierba y se sentía como estar en una cama fresca, como si nada pudiera incomodarme.

Sentí paz y respiré profundo, llenando mis pulmones hasta el tope antes de liberar el aire. Lentamente, disfrutando de la sensación de la exhalación, del intercambio de gases fuera de mi cuerpo, tan puro y pacifico que no parecía real.

Detrás de mis párpados había luz, podía percibirla empujando a través de la delgada piel que cubría mis ojos. Mis pestañas temblaron y los abrí a conciencia encontrando un puro cielo azul, sin nubes, pero tampoco con el sol a la vista. Más abajo, hacía mi derecha, viendo el suelo verde se extendía a lo largo y sin fin en un largo campo cubierto de girasoles, ellos se movían con un ligero viento, como si los acariciara una mano invisible al recorrerlos.

Ellos no miraban a nada, ellos solo existían y eran preciosos en su existencia.

Escuché una voz ahogada, como si la escuchara sumergida en el agua y esta estuviera en el exterior hasta que me giré al lado contrario y puse mis ojos en un rostro suave, femenino con una pequeña sonrisa dirigida hacía mi de los labios llenos y rosas de mi madre.

La suavidad debajo de mi era su regazo y... bajé mi mano sintiendo hierba del campo verde, por debajo la tierra que parecía pulsar como si estuviera respirando también.

- Jaela.- Mi madre dijo, llevando su mano a mi rostro y tocándome.- Has crecido mucho.

- Mamá.- Mi voz salió baja.- ¿Estoy muerta?

Ella sonrió un poco más y me dio unas palmaditas para que me incorporara, lo hice, sorprendiéndome de no sentir ningún tipo de malestar. Me puse de pie y la vi incorporarse para comenzar a caminar. Noté entonces que estaba descalza, al igual que ella y podía sentir el suelo debajo de mis pies, fresco y cómodo.

Miré su cabello largo llegar a su cintura, como antes de enfermar, ondulándose en las puntas y un vestido blanco hasta sus pantorrillas. Mirando hacía abajo yo llevaba uno del mismo color, pero era rosa hacía el final, cerca de dónde terminaba.

- Si.- Mi madre dijo cuando la alcancé, colocándome a su lado. Ella se detuvo frente a lo que parecía una pared de agua y justo cuando la tocó pude verme a mi, como si estuviera viendo una película, tendida en la cama de quirófano y encima de mí un médico haciendo RCP. Parecía muy comprometido con la causa y el lugar era un caos total, pero se veía muy muy lento, como si se pausara por partes.- Todavía están intentando salvarte.

- Oh.- Dije, desviando la atención de mi cuerpo para ver dos cunas y mis labios se curvaron de inmediato al ver las dos dos pequeños bultos rosas que parecían estar ya bajo la atención de alguien. La imagen se acercó y pude ver que estaban rojas de tanto llorar, levantando sus brazos al aire.

- Llorabas igual al nacer, nada excepto cargarte hizo que te calmaras.- Mamá dijo, acercándose e inclinándose hacía ellas.

- Parece que no será posible.- Murmuré, sintiendo una punzada de dolor en el pecho, pero esta se fue de inmediato y volví a la calma en la que desperté. Era como si me anestesiaran sentimentalmente de todo lo mundano. Volví al panorama general y busqué a Assim por mera curiosidad, sabiendo que había llegado en el momento justo en el que perdí la vida y si, no estaba muy lejos de la cama. Me acerqué más para verlo en shock con dos médicos sosteniéndolo por los brazos y parte del torso. Él me miraba a mí y sobre su rostro habían lágrimas.

No sé por qué, me reí y mi madre me miró con curiosidad antes de reír también.

- Reaccioné igual al ver a Jensper llorando cuando me fui.- Se cubrió los labios.- Aquí no puedes llorar, supongo que es una variación de lo mismo.

Misión: Proteger al mujeriego. Contratiempos: Enamorarse. (III libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora