El carruaje dio una pequeña sacudida mientras se detenía de forma casi abrupta sobre el camino. El sargento me lanzó una mirada irritada con aquellos ojos azules fríos que me hicieron encogerme un poco más dentro de aquel estrecho vestido. Unos segundos después, la puerta fue abierta por un guardia del palacio; lucía su típico y elegante uniforme negro y rojo con la quimera de Loramendi sobre el pecho. Me miró con gesto hosco y su mirada viajó con rapidez hacia el sargento Odell.
—El rey solicita su presencia en la sala del trono, sargento Odell —dijo con voz apremiante.
Levanté un poco la cortina oscura y espié afuera; la oscuridad había envuelto a la ciudad en su manto y las brillantes estrellas teñían el cielo como una alfombra salpicada de piedras preciosas. Los techos de tejas rojas resplandecían con la suave luz plateada de la luna que los hacía lucir hermosos y, de alguna manera, inalcanzables para alguien como yo.
Nos encontrábamos en una de las calles de la ciudad de Mariehamn; las lámparas altas proyectaban una suave luz dorada a las elegantes mansiones de las calles laterales y podía escuchar el sonido característico de los cascos de los caballos que recorrían las calles adoquinadas. El sonido de la voz grave y ronca del Sargento Odell me regresó al interior de aquel carruaje donde viajaba casi como una bofetada.
—¿Justo ahora? —preguntó con voz molesta.
Me encogí de hombros en mi lugar cuando su mirada azul cayó de nuevo sobre mí y otra mueca de disgusto se volvió a dibujar en su rostro duro.
—Sí, el rey ha solicitado que vaya inmediatamente al palacio.
—Mierda, ese maldito Eadred. ¿Qué se supone que quiere ahora?—masculló.
Lo observé con nerviosismo. No había escuchado a nadie en todo el reino hablar del rey de esa forma; incluso mi padre, con todo su odio hacia Loramendi y el mundo entero, no se atrevía a hablar de aquella forma del soberano de nuestra nación por temor a que alguien pudiera escucharlo y llegar a perder más que una pierna por eso.
—Bien, llévanos hasta el palacio.
—¿Qué hay de la chica? —preguntó el guardia con una expresión cautelosa en el rostro.
—La chica hará lo que se le ordené, ¿verdad? —preguntó el sargento; yo me moví incómoda en mi lugar y asentí despacio porque era lo único que podía hacer.
—Bien, ahora vámonos, no quiero que el rey se sienta ofendido por mi culpa —dijo con los dientes apretados. El guardia dudó un poco, pero al final volvió a cerrar la puerta del carruaje volviéndonos a sumirnos en una tenue luz.
Cerré los ojos. Todo aquello estaba comenzando a volverse una locura. Solo quería volver a aquel horrible lugar al que llamaba casa y dormir. Quería ver a Theresa una vez más y saber que estaba bien; decirle que haría todo lo posible por encontrarla. Las lágrimas regresaron a mis ojos de nuevo eran, ahora, las únicas que me acompañarían durante un largo periodo de tiempo. Respiré hondo y me las tragué, porque lo último que quería era llorar frente a ese hombre que me miraba como si quisiera arrancarme la ropa en cualquier momento.
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El carruaje se detuvo una vez más después de lo que pareció mucho tiempo. Mis músculos se sentían adoloridos y entumecidos por la posición rígida de mis hombros y la línea recta de mi espalda a la que los había obligado a permanecer durante todo el trayecto bajo la mirada helada y extraña de aquel hombre, del cual no sabía absolutamente nada.
—Vas a quedarte dentro del carruaje, ¿entendiste? —preguntó el sargento Odell mientras su mano se deslizaba suavemente la mi pierna sobre la fina tela del vestido. El asco, la aversión y la repulsión volvieron a mí en grandes oleadas, pero, una vez más, solo pude asentir porque no sabía de lo que era capaz ese hombre.
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LA REPOSTERA & EL REY [LIBRO #1] [TERMINADO ✔️] EDITANDO.
Fiksi SejarahJosephine Astley había vivido una vida tranquila hasta que la guerra contra la nación enemiga Minsk estalló y los arrastró a su familia y a ella a una vida de pobreza, hambre, locura y muerte. Son los estragos y las cicatrices de la guerra lo lleva...