El camino adoquinado terminó abruptamente después de una hora y dió paso a un sendero rural de gravilla suelta y nubes de polvo que conducía a un pequeño conjunto de casas de madera vieja y tejas gastadas en el pequeño poblado de Parvoo al sur del reino.
El camino a ambos lados estaba lleno de pastizales secos que se extendían hasta toparse con los linderos del bosque Ashdown, un bosque de hojas perennes, donde el cedro rojo predominaba en su mayoría.
Respiré hondo y traté de calmarme un poco, pues una sensación fría y extraña se había instalado en todo mi cuerpo, haciéndome sentir enferma. Presioné un poco más la rebanada de pan de centeno contra mi pecho en un intento inútil de hacerme sentir mucho más valiente.
Odiaba llegar a casa. Odiaba como los ojos de mi padre me miraban y me acusaban al no poder llevar más comida y dinero a casa.
Sabía lo que pensaba cada vez que me veía entrar por la puerta. Cada vez que sus ojos oscuros recorrían mi cuerpo, dentro de aquellos vestidos que me iban chicos y se iban deteriorando más y más.
Me detuve en seco y respiré una vez, dos veces, tres veces... Solté el aire y mis labios temblaron cuando ví el carruaje oscuro con caballos castaños salir de la entrada de gravilla de mi casa.
Me hice a un lado del camino hacia los pastizales cuando el carruaje avanzó rápidamente hasta mí en una nube de polvo y gravilla suelta, hacia la ciudad.
Corrí el último tramo que quedaba hasta la puerta de mi casa. Mis manos temblaban, mi corazón latía con fuerza contra mi pecho, y aquella sensación de frío siguió recorriendo mi cuerpo, clavando su dientes en mi piel.
Abrí la puerta de un empujón y los ojos oscuros y el rostro quemado de mi padre fueron lo primero que ví cuando entré a la pequeña casa. Un fuerte olor a repollo se filtraba por la puerta de la cocina y envolvía el ambiente con un olor un tanto nauseabundo, a pesar de eso mi estómago gruñó con hambre, pues no había comido más que migajas de pan en la panadería.
—Padre —saludé, los ojos oscuros siguieron observándome. Las antiguas cicatrices de su rostro se volvieron un poco tirantes alrededor de su boca, como siempre sucedía cada vez que trataba de sonreír.
—¿Qué has traído hoy, Josephine? ¿Acaso algunas piezas de plata o tal vez unas cuántas piezas de oro? —preguntó y alargó una mano llena de cicatrices que fue retirada casi de inmediato.
Desvíe la vista de él e hice una rápida revisión con la mirada de cada rincón de aquella pequeña habitación, pero ahí no había nadie más que él y yo.
¿Dónde estaba Theresa? Normalmente era la primera en saludarme cada día y ahora, simplemente, no estaba ahí.
—Te hice una pregunta, Josephine —dijo y su tono, aunque tranquilo, arrancó un escalofrío a mi columna.
¿Por qué Theresa no estaba ahí? ¿Había salido a caso a la casa de algún vecino o simplemente dormía en la habitación contigua?
—Padre, sabe que en la panadería de los Bryon apenas me pagan unas piezas de cobre y...
—Cobre. ¡Cobre! ¡¿Y crees que con eso vamos a comer algo?! ¡¿Crees que está familia seguirá viva al final del año con tu ridículo sueldo?! —gritó. Me encogí de hombros.
Volví la mirada hacia la cocina, intentando pensar que Theresa se encontraba ahí con mamá preparando aquella sopa de repollo que tan mal olía.
—¿Dónde está Theresa, padre? —pregunté. Mi padre soltó una carcajada, la piel quemada de sus labios se retrajo y dejó a la vista una dentadura de dientes amarillos.
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LA REPOSTERA & EL REY [LIBRO #1] [TERMINADO ✔️] EDITANDO.
Historical FictionJosephine Astley había vivido una vida tranquila hasta que la guerra contra la nación enemiga Minsk estalló y los arrastró a su familia y a ella a una vida de pobreza, hambre, locura y muerte. Son los estragos y las cicatrices de la guerra lo lleva...