CAPÍTULO 37.

672 84 14
                                    

El sol de mediodía bañó mi rostro, el viento sacudió mi cabello y el aroma a castañas asadas inundó mis sentidos.

Observé en silencio aquella pintoresca calle de adoquines rojos y negros, con sus fuentes de piedra y mansiones blancas con tejas rojas; los jardines de rosas rojas y tulipanes de mil colores.

Respiré hondo escuchando el suave trino de las aves y el soplar del viento entre las ramas de los altos abetos.

Las risas de los niños llenaban de alegría aquella pequeña plaza, el olor a café se filtraba por todas partes y el suave aroma de la canela y vainilla de los pasteles daban vueltas en mi cabeza.

Avancé un par de pasos más mientras los príncipes Lorin y Laurie corrían libremente por la calle, yendo de un puesto a otro sonriendo a todo mundo y comiendo todo lo que estaba a su alcance.

Abba y Lorie caminaban detrás de mí con pasos lentos y pausados; el príncipe Lawrence estaba a mi lado, con las manos detrás de la espalda y observando a sus hermanos correr con una suave sonrisa en los labios; y saludaba a los pobladores que se inclinaban en profundas reverencias.

Minsk era una ciudad tranquila, una ciudad plagada de colores y olores diferentes, aquí todo el mundo podía conseguir un empleo digno con el cual llevar comida a casa. Minsk no era el agujero triste que por muchos años había creído que era.

En aquel reino había conocido a más de un refugiado provienente de Loramendi, Kotka y de las demás naciones, todos en su mayoría mujeres y niñas.

Minsk y su gente me habían demostrado que no eran los malos de esta historia, al menos, no del todo; pero sí eran los malos en una historia mal contada por alguien que más que un héroe era un cruel villano.

—¡Vamos Lawrence, Jo, Abba, Lorie caminen más rápido! — gritó el príncipe Lorin, sonreí en su dirección y el siguió corriendo tras su hermano con las mejillas rojas y una sonrisa grande en su rostro.

Me di cuenta lo mucho que me gustaba estar ahí, lo mucho que había aprendido a disfrutar de la tranquilidad del palacio y sus alrededores y también el aprecio que cada día iba sintiendo por aquellos tres príncipes que de alguna forma extraña me habían adoptado y no dejado sola cuando ya me sentía de esa forma. Pero no podía mentirme, todos los días y cada noche añoraba con más fuerza mi hogar y al príncipe que había dejado atrás...

—¿Estás bien, Josephine? — preguntó en ese momento el príncipe Lawrence, sacándome de mis pensamientos y los ojos grises y cálidos se deslizaron por mi rostro.

—Sí, lo estoy, príncipe Lawrence — susurré y aquello no era una completa mentira, él asintió y seguimos caminando hacia la plaza donde el discurso real se daría en unas horas más.

❁❁❁❁❁❁❁❁❁

El discurso del rey fue largo y cargado de emoción, una vez más el rey Eadred se había negado a firmar un tratado de paz y Minsk cada vez se veía más cerca de invadir Loramendi.

Aunque ahora sabíamos que dentro de la propia Loramendi parecía haber comenzado una limpieza, por parte del príncipe Luckyan, de los lugares clandestinos donde se vendían mujeres y niñas como ganado y eso daba esperanzas.

El rey William había tratado durante un largo año de llegar a un diálogo entre las dos naciones y sus gobernantes, pero todo eso había resultado imposible.

Se había intentado comunicar un mensaje al príncipe Luckyan o la princesa Lauren, pero también habían sido interceptados de alguna u otra forma.

Se necesitaba un espía dentro del palacio real de Loramendi, no fue tan difícil hacer que el consejero Clifford aceptara ir a la frontera entre Minsk y Loramendi cerca de la ciudad de Parvoo para recibir un mensaje.

—Señorita Astley, me alegro de verla — dijo el rey William cuando entré a su oficina, hice una reverencia.

—Majestad.

—Gracias por las indicaciones sobre la ciudad de Parvoo y sus puntos ciegos, el consejero Clifford esta dispuesto a mediar entre el príncipe Luckyan y yo — dijo con aire pensativo mientras miraba su copa de vino.

—Por supuesto, majestad.

—¿Sabes que esto es...

—Traición, sí — dije con firmeza, por supuesto que lo sabía.

—¿Y esta segura de hacerlo?

—Loramendi merece algo mejor que el rey Eadred. Él me ha traicionado a mí antes que yo a él, estamos a mano, es justo — dije, porque era verdad.

—Bien, ¿debería preocuparme por mi nación? — preguntó con seriedad, sonreí y me senté en la silla frente a él.

—Soy una simple repostera, no debería temerme — susurré, él sonrió y una suave carcajada escapó de sus labios.

—Es más de lo que parece, señorita Astley. Estoy impresionado, vino hasta aquí con la incertidumbre de que podríamos cortarle la cabeza y, sin embargo, se ha robado el corazón de mis hijos con sus pasteles y galletas — y su voz fue suave, ligera.

Sonreí. No, ellos habían robado mi corazón con sus sonrisas infantiles y sus amables palabras; ellos habían hecho que en poco tiempo me sintiera mejor, más viva, con ganas de seguir adelante a pesar de haber perdido a mi propia familia.

—Necesito un favor, señorita Astley. Pero primero antes de que me diga si lo hará o no, voy a contarle una historia, una historia que usted conoce y que su reino también...

Lo observé detenidamente, su tono había cambiado a grave y su rostro se había vuelto serio como cuando lo conocí por primera vez.

Abrió una de las gavetas de su escritorio y sacó un pergamino limpio, un tintero y una pluma, los dejó sobre la mesa y suspiró de forma pesada mientras su mirada oscura se clavaba en la mía.

—Érase una vez una princesa que había nacido para gobernar una gran nación. Érase una vez una princesa que dejó corona de reina que le correspondía por derecho de nacimiento y pidió ayuda a un rey que le triplicaba la edad, para escapar de los abusos de un padre cruel..

Y con aquellas palabras comenzó la historia de la guerra.

LA REPOSTERA & EL REY [LIBRO #1] [TERMINADO ✔️] EDITANDO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora