CAPÍTULO 6.

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El jardín real era una suave e interminable alfombra de un verde brillante, en él crecían flores de todos los colores inimaginables que evocaban más a la primavera que a aquel frío otoño por el cuál estábamos atravesando en el reino.

El castillo es una enorme construcción de un color blanco impoluto con unos suaves relieves dorados.

La escalinata que llevaba a las grandes puertas baladas en oro, eran de mármol oscuro, sin embargo, fuimos llevados por un corredor lateral hasta una puerta de servicio que no era ni la mitad de impresionante de lo que era la entrada principal.

La puerta de madera oscura se abrió, un guardia fue quién nos recibió, él y el consejero Clifford mantuvieron una conversación en voz baja que no fui capaz de escuchar.

Fuimos llevados por otro largo pasillo de altas paredes, candelabros colgaban del techo bañándonos en una suave luz. Bustos de mármol blanco y finos cuadros que colgaban de las paredes de madera adornaban cada centímetro de aquel corredor.

Nos detuvimos frente a una puerta blanca con marco dorado, que se abrió después de que el consejero Clifford diera unos pequeños golpes con los nudillos.

La sala del trono era un espacio amplio de pisos de mármol color chocolate y blanco.

Las paredes eran de un reluciente color rojo granate. Pesadas cortinas del mismo color y relieves dorados colgaban de los ventanales que proporcionaban una vista privilegiada y hermosa de la fuente, el jardín y el bosque real que se extendía por algunos kilómetros rodeando el palacio.

Un par de candelabros de oro colgaban sobre nuestras cabezas, sus largas velas blancas se encontraban encendidas y nos envolvían en una suave y cálida luz haciendo a aquel lugar un poco más acogedor.

En las paredes pinturas de los anteriores reyes y reinas de Loramendi adornaban elegantemente la estancia.
Y al frente el trono real.

Un par de escalones separaban la tarima cubierta de alfombras oscuras, donde el trono bañado en oro descansaba bajo un dosel negro y dorado.

A cada lado de aquellos escalones estatuas de leones y querubines de oro reposaban.
Tragué.

—Bien, señorita Astley, guardarán silencio hasta que el príncipe Luckyan los llame — dijo con una sonrisa de ánimo. Soltó mi brazo y caminó por el centro de la sala hasta llegar junto al trono dónde el rey Eadred se encontraba.

Observé al rey. Parecía cansado y ojeroso. El rey lucía mucho mayor de lo que lo recordaba, su cabello había perdido su característico color oscuro y ahora era totalmente blanco al igual que su barba que se veía bastante descuidada.

Llevaba puesto un traje azul marino bordado en hilo de oro, sus mancuernillas eran dos esmeraldas brillantes. Adornaba cada uno de sus diez dedos con anillos de piedras preciosas de diferentes colores. Y en su cuello un par de cadenas de oro con medallones grabados con el símbolo de los reyes Loramendi, una quimera.
Sobre sus hombros descansaba una pesada capa del color de la sangre fresca y aún con ella el rey se estremecía ligeramente de frío.

La corona, símbolo de su autoridad, era una magnífica pieza tallada en el más reluciente oro, con incrustaciones de rubíes.

Se puso de pie en ese momento y todos los que se encontraban ahí parecieron contener el aliento, incluyéndome.

—Una reverencia para despedir a su majestad, el rey Eadred II James Loramendi. Rey, autoridad y protector del reino — dijo el vocero, todos nos inclinamos y el rey salió de la sala del trono a paso cansado.

LA REPOSTERA & EL REY [LIBRO #1] [TERMINADO ✔️] EDITANDO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora