3- Nada se pierde, todo se transforma

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Arabella

Ingrid me tenía de un lado al otro con los preparativos para su boda. El ser la madrina de su casamiento, además de una de las damas de honor, no me venía nada bien, pero no pude decirle que no cuando me lo pidió. Ingrid es mi mejor amiga, por ende, lo que ella me pidiese, lo haría.

Había pasado toda la mañana en varios locales, buscando flores de un tipo específico, una que Ingrid amaba y que no se conseguía en ningún lugar. Estaba a punto de vencerme cuando una llamada captó mi atención. Julia.

─Ey extraña ─contesté al acto.

La relación con mi hermana había mejorado en un ochenta por ciento desde que la recibí aquella vez que fue a cobrarse el favor que me había hecho, intentando llevarse mi auto.

La verdad es que ella fue uno de los pilares fundamentales en los momentos más duros antes, durante y después de que me fui de Portland. Julia era, junto con Ingrid, Monica y Hector, la que más sabía cómo había sufrido por mi decisión de irme y dejarlo...

─Ara... ─La manera en que dijo mi nombre era distinta a la de siempre. Había preocupación en su voz.

─¿Qué pasa Julia? ¿Está todo bien? ─No pude evitar alertarme. Mi cuerpo sentía que algo no iba bien.

─Es papá.

Me tomé de la baranda de la escalera por la que iba subiendo y detuve mi paso, haciendo que la persona que venía detrás mío me chocara. Sé que recibí algún tipo de insulto de su parte, pero no le preste atención. Mi cabeza ya estaba en otro lado.

─Dímelo Julia. Dímelo sin vueltas. ─Prefería mil veces que sacara la banda de una vez y que doliera, a seguir aguantando la incertidumbre.

─Está internado. Tuvo un ataque cerebrovascular. Dos de hecho. ─Había empezado a llorar. La sentía del otro lado, aunque sabía que de seguro intentaba ocultarlo con todas sus fuerzas─. Tienes que volver Ara. Por favor. Yo no puedo sola. No puedo perder a papá.

Si bien Julia no era cercana a mamá, con papá era otra cosa completamente distinta. Él era la luz de sus ojos y para ella, él era su luna y sus estrellas. Y por eso, supe enseguida lo que tenía que hacer.

─Estaré allí lo antes posible. Lo prometo ─contesté con seguridad.

─Por favor Ara. Date prisa. No sé si sobrevivirá mucho tiempo.

La voz de mi hermana destrozada por la situación me venía carcomiendo la cabeza desde que comencé mi camino de regreso al apartamento. Escucharla así, tan vulnerable, no era algo que ella se permitiese. En eso éramos iguales. Por eso sabía que tenía que regresar cuanto antes. Tenía que estar ahí para ella y para mi padre.

Seguramente mamá no se había despegado de su lado, si es que le habían dejado entrar a la sala de internación, cosa que dubaba. Más de treinta años de casados y nunca había visto un matrimonio más enamorado que ellos dos. Ya podía imaginarme a mi madre, llorando al lado de la cama de papá, suplicándole que no la dejara. Mi pecho se iba tensando de solo pensarlo.

Llegué al apartamento con el sudor corriendo por mi rostro y cubriendo mi cuerpo. El calor que hacía era insoportable.

Como siempre, Sonny estaba en la puerta y no tardó en darse cuenta de que algo no estaba bien. Así de mucho me había llegado a conocer.

─Arabella, ¿qué le sucede? ¿Está usted bien? ─A pesar de la confianza que nos teníamos, Sonny era demasiado educado como para tutearme.

─No Sonny, no.

No pude aguantar más y rompí en llanto. Me acerqué a Sonny y abracé con fuerza al hombrecito que me ofrecía su hombro para descargar mi angustia.

Sonny se ofreció a acompañarme hasta mi apartamento y ahí fue cuando le conté todo lo que había ocurrido en los últimos treinta minutos.

Casi Demasiado Complicado © (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora