Capítulo 17: Cueste lo que cueste

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Leo y yo regresamos al barco una vez que las lágrimas dejaron de caer por mis mejillas. Ambos sabíamos que no podíamos alejarnos por más tiempo o seríamos castigados, algo que no ocurrió, el capitán no notó mi ausencia, así que pudimos escabullirnos con el resto de la gente y como no deseaba verlo, permanecí en mi habitación a la cual sólo puedo llegar tras entrar a la cocina.

Mi habitación está detrás de una puerta cerca de un mueble de cocina, así que como sabía que no debía trabajar hasta mañana, me encerré allí y me mantuve en mi nueva cama con la mirada en dirección al techo.

Quería pensar seriamente en lo que debía hacer ahora, claramente me gusta el capitán, pero también debo centrarme en mi propio bienestar, no puedo pasarme la vida de esta forma, sintiendo esta inseguridad cada que nos alejamos, yo necesito a alguien más estable, a una persona que sea capaz de hacerme sentir seguro aun cuando no está cerca.

El capitán no es para mí, no le gustan las relaciones formales, así que él no debería ser una opción, aunque quizás pueda usarlo de la misma manera en la que él me usa, de todas formas, nos gusta mutuamente el calor que el otro puede entregarnos.

Por ahora sé que no puedo conseguir a nadie en este barco del cual enamorarme, así que como debo pasar mucho tiempo aquí, aprovecharé y saciaré mis deseos con él, además si él lo hace, ¿por qué yo no podría? No puedo dejar que continúe creando este hueco en mi pecho, se siente horrible, casi como si no pudiera respirar, por ello, debo cambiar, no puedo continuar de este modo.

No sé si Dios desea castigarme, quizás es su modo de decirme que esta clase de relaciones no me traerán paz, ni tampoco me sentiré pleno, de hecho, creo que tratan de hacerme ver que esta clase de relación sólo me hará feliz por momentos.

Ahora mismo me siento bastante confundido, no sé qué es lo más idóneo para hacer en estos casos, por lo mismo decidí desconectarme del mundo exterior y dormir, despertando sólo al siguiente día tras sentir las olas golpeando el barco junto al peculiar vaivén que las acompaña, meciendo todo el lugar.

Gracias al reloj sabía que era momento de trabajar, por ello me levanté y tomé un cubo de agua para recolectar un poco con la que podría darme un baño, a diferencia del baño del capitán, todos debemos hacer esto para mantenernos limpios, aunque cuando llueve aprovechamos de recolectar agua y lavamos nuestras prendas.

Hoy era uno de esos días, así que puse un barril que no tenía tapa para recolectar agua, así mientras cocinaba acumulaba agua y cuando se llenó, lavé toda mi ropa, la cual se estaba secando en mi habitación y debido al calor de la estufa se secaba más deprisa.

—Agg... odio la lluvia— oí que decía Leo segundos antes de entrar a la cocina con su ropa— ¿la puedo secar aquí? Abajo está lleno— me decía.

—Claro— le respondí, abriéndole mi habitación con una sonrisa.

—Wow... tienes una ventana— dijo acercándose a ella— que suerte tienen algunos.

—Si quieres compartimos habitación— le sugerí— puedes poner tu cama allí y la mía la apego hasta esa otra pared.

—No bromees que me ilusiono— me dijo haciendo puchero.

—No tendría problema— le aseguré— a menos que ronques.

—No lo hago, o sea, no sé, pero no creo que lo haga...—comentó, haciéndome reír.

—Tu cofre con ropa podemos dejarlo ahí— le proponía.

Era algo totalmente espontáneo, pero como ahora tenía una cama de verdad y no una hamaca, pude acomodar mi habitación de una nueva forma, además era lo suficientemente grande como para que cayeran dos camas individuales.

El cocinero del capitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora